Cargando...
Rara vez un cambio decisivo en la historia de un género o de un instrumento musical puede atribuirse a una sola persona; en este caso, a un músico capaz de abrir las compuertas a la imaginación de las posibilidades latentes de la guitarra eléctrica y de deslumbrar con sus destrezas de intérprete hasta revolucionar la escena en la que irrumpió.
Verlo es siempre asombrarse. ¿Cómo hace eso? ¿Qué es esa extraña guitarra que toca? Con esa extraña guitarra a rayas se lanzó en picada, se zambulló, saltó con pértiga, se rió, gritó y se abrió paso como con un lanzallamas en su loca carrera desde uno de los álbumes debut más impactantes de la historia. Algunos sabían del huracán que estaba a punto de desatarse en 1978 con ese primer álbum, porque ya lo habían visto y escuchado, boquiabiertos, tocar en algún escenario de Los Ángeles.
Y Eddie Van Halen escribió y tocó éxito tras éxito. Nacido en 1955 en la ciudad holandesa de Nimega, hijo de un músico profesional que emigró con su familia a Estados Unidos, formó con su hermano Alex el hoy mítico grupo al que se sumaron el bajista Michael Anthony y el carismático vocalista David Lee Roth, que tenía la espléndida capacidad de reírse de sí mismo en cada nota que cantaba y en cada movimiento que improvisaba en sus actuaciones en videos y conciertos. En 1977, captaron la atención del productor de la rama discográfica de Warner Bros Ted Templeman y pusieron toda la pólvora de su arsenal en ese primer álbum, Van Halen. Cuando alcanzaron el punto más alto de su popularidad con Jump, basada en un riff de sintetizador de Eddie, en 1984, el grupo tenía problemas. Quizá fueran los excesos típicos de su estatus, ya estelar, quizá el alcoholismo de Eddie... Fuese lo que fuese, al año siguiente el irremplazable Roth fue reemplazado por Sammy Hagar, hasta que volvió brevemente en 1996 solo para ser reemplazado una vez más, en esta ocasión por Gary Charone. Fueron muchos años de amargas peleas, de planes frustrados, de maniobras contractuales, de conflictos y de tropiezos que podrían llenar cientos de páginas.
También las anécdotas de Eddie podrían llenar cientos de páginas. Contaba él mismo, por ejemplo, que su padre le puso un profesor de piano clásico y que le aburría tanto aprender a leer partituras que, para no tener que hacerlo, cuando el profe tocaba un pieza él lo miraba y luego la reproducía de memoria, hasta que su profesor lo descubrió por azar cuando un día, al sentarse a tocar y pedirle a su pequeño discípulo que le pasara la hoja, quedó claro que Eddie no sabía cuándo pasarla, porque no podía leerla. Otra anécdota conocida, y parecida a la anterior, cuenta que, al ganar Eddie un concurso infantil de piano por enésima vez luego de haberlo ganado varios años seguidos, uno de los jurados le comentó que siempre lo votaban por su capacidad de improvisar sobre piezas clásicas. Solo que, como sabemos, Eddie tocaba de oído, de modo que sus «improvisaciones» en realidad eran el fruto brillante de su indisciplina. Eddie Van Halen era uno de esos músicos que nacen muy pocas veces en un siglo. Uno de esos individuos que pillan al mundo con la guardia baja. Antes de cumplir veinte años de edad estaba haciendo cosas que ni a los consagrados se les hubieran ocurrido nunca. Tocando de manera descaradamente nueva. Aún hoy se le escucha con incredulidad, y siempre que se le escuche por primera vez, o por segunda, o centésima vez, el asombro seguirá repitiéndose. Por cada cien mil guitarristas, nace un Eddie Van Halen.
«El cáncer es como una cucaracha», le dijo Eddie una vez al periodista Howard Stern en una entrevista. «Solo regresa más fuerte». Aunque era un gran fumador, se negó a culpar al tabaco –prefirió decir a Billboard en el 2015 que quizá fue su manía de masticar las púas de metal de su guitarra lo que le llevó a contraer el cáncer, que primero fue de lengua–. Eddie formó el grupo Broken Combs en 1964 con su hermano Alex. Luego cambió el nombre a Trojan Rubber Co., luego a Mammoth, y una década más tarde, en 1974, ya con David Lee Roth y Michael Anthony, pasó a llamarse Van Halen. Van Halen incendió pronto la escena musical de Los Ángeles tocando en todas partes, desde fiestas en casas y farras colegiales de fin de año hasta clubes nocturnos de Sunset Strip, como el legendario Whisky a Go Go, antes de firmar su primer contrato discográfico en 1977 para lanzar aquel álbum debut del 78.
Muchos guitarristas inspirados en Eddie Van Halen a partir de la década de 1980 cultivaron la velocidad, el virtuosismo, las acrobacias técnicas que se le daban tan naturalmente, pero la excepcional destreza de Eddie no era sino un vehículo de su pasión, de la elocuencia y la intensa expresividad con las que hacía vibrar el instrumento, y ese poder se siente en cada nota. Todo esto, sin dejar de ser divertido. Trajo al mundo lo que necesitaba, lo que siempre necesitará: una fiesta ruidosa, capaz de sacudir estadios, el éxtasis de un viaje sin freno ni marcha atrás. Eddie Van Halen nos dejó este martes, a los 65 años, luego de una larga pelea con un cáncer de lengua y garganta. Sacudió el planeta desde sus cimientos con su extraña guitarra Frankenstein, Frankenstrat, Franky, esa que hizo con partes de Gibson y de Fender y con la que jugó como un loco al volante de un auto robado con un patrullero pisándole los talones a toda velocidad. Decir Van Halen es decir sonido de noches de viernes salvajes en bares abarrotados, sonido de risa y salto, sonido de descontrol. El sonido más sexy, el más gracioso. Nada de revolución ni de denuncia, nada de utopía ni de rabia. Carpe diem, carpe noctem: solo eso. El sonido de la alegría, de la emoción de la sangre acelerada. De la carne. Nada de pretensiones ni de honduras ensimismadas, nada de moralejas ni de mensajes. Solo barbarie pura, desatada, perfecta. Solo eso que no muere.
juliansorel20@gmail.com