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Un sábado de junio en Hyde Park, Londres, Everard Webley arenga a mil miembros de la Hermandad de los Ingleses Libres:
–¡Ingleses Libres! La ley de la democracia es la cantidad. Nosotros creemos en la calidad. Contra la ley del populacho, queremos que gobiernen los mejores, no los más numerosos. No veneramos al hombre ordinario, sino al extraordinario. Pronto seremos los que hacen las leyes, no los que las quebrantan. Antes de hacer buenas leyes, tendremos que quebrantar las malas. Ingleses Libres, cuando llegue la hora, ¿tendréis ese coraje?
De las filas de camisas verdes parte un grito formidable de entusiasmo afirmativo.
–Cuando yo dé la señal, ¿me seguiréis?
–¡Sí, sí! –responden al unísono los mil hombres verdes.
Everard Webley abre la boca para continuar, pero un desconocido lo interrumpe:
–¡Abajo Webley! ¡Abajo la milicia de los ricos! Abajo los infames...
No puede terminar, porque media docena de Ingleses Libres se lanzan sobre él.
Webley se indigna: rompieron filas sin que se los ordenara. «¿Cómo se atreven?», les grita. El desconocido se aleja con un pañuelo manchado de sangre contra su nariz, flanqueado por dos policías. Ha perdido el sombrero y su cabello desgreñado brilla al sol.
Webley reprende a los hombres por romper filas sin su autorización:
–La insubordinación –comienza– es la peor...
El hombre golpeado que se aleja se quita un momento el pañuelo de la nariz y con chillona voz de falsete grita:
–¡Huuuuuy, nenitos malos!
Esto es, grosso modo, lo que sucede en una de las páginas de Contrapunto, publicada en 1928. Cuando Huxley escribió la novela, la persona parcialmente retratada en el personaje de Everard Webley –el orador de Hyde Park en la escena arriba descrita–, Oswald Mosley, aún no había fundado su organización, que no se llamó la Hermandad de los Ingleses Libres –cuyos miembros llevan en la novela camisas verdes–, sino la Unión Británica de Fascistas –cuyos miembros llevaban en la vida real camisas negras–. La fundará en 1932, pero, según parece por ese relato, Huxley supo ver su tendencia fascista antes de que dejara el Labour Party.
Para 1936, la Unión de Mosley era la mayor organización fascista del país. Habían surgido ya pequeños grupos, como la Liga Imperial Fascista y los Fascistas Británicos, en la década de 1920, pero fue Mosley quien hizo del fascismo algo importante en el Reino Unido.
Ese año, 1936, numerosos carteles en los muros de Londres anunciaron que el 4 de octubre habría un gran desfile de los «Blackshirts», los camisas negras de la Unión de Fascistas de Mosley, desde la Torre de Londres hasta el corazón de los barrios de inmigrantes y obreros del East End, muchos de cuyos callejones eran testigos habituales del amedrentamiento y la violencia propios de los miembros de la Unión Británica de Fascistas, con cinco mil de los cuales Mosley había decidido desfilar.
Cuando llegó el domingo 4 de octubre, miles de habitantes del barrio inundaron las calles adyacentes para impedir el desfile. Treinta minutos antes de la hora de inicio prevista, la policía cargó con sus cachiporras contra la multitud, despejando el camino de los fascistas. En el suelo quedaron varias personas heridas. El resto comenzó a levantar barricadas. En Aldgate, lograron bloquear la entrada al East End. Cuatro choferes abandonaron adrede sus tranvías, que luego fueron utilizados como protección, cuando la montada atacó a la gente. Al ver que la multitud seguía resistiendo mientras Mosley aguardaba, impaciente, con sus miles de camisas negras, la policía decidió abrir una ruta alternativa por Cable Street.
Pero la gente había madrugado en Cable Street. Habían volcado un camión para bloquear la calle. Habían acarreado colchones y muebles y los habían amontonado con materiales de construcción de una obra cercana. Habían sembrado el terreno con cristales rotos y canicas. Habían subido cajas de verduras podridas a los pisos altos de las casas. Se habían armado con palos y piedras y con adoquines que los estibadores habían levantado del suelo con sus piquetas. Se habían saludado con los puños en alto de una vereda a otra desde detrás de sus barricadas, y se habían dispuesto a esperar a los camisas negras de Mosley.
Cuando llegaron, se defendieron a pedradas. Respondieron con pequeñas bombas caseras a los policías que se lanzaron sobre el camión volcado. Arrojaron desde sus barricadas toda clase de proyectiles. Abuchearon a Mosley cuando llegó en un Rolls-Royce descapotable, protegido por camisas negras en motos, haciendo el saludo nazi. La policía recibía cada vez más refuerzos, hasta que hubo en el lugar seis mil agentes, que, bajo una lluvia de ladrillos, piedras, explosivos caseros y botellas, no conseguían controlar la situación («imponer el orden»). Los enfrentamientos duraron horas. La policía no podía contener el ataque de los obreros del East End contra los seguidores de Mosley, que huían hacia Hyde Park, dejando a los agentes enzarzarse con la multitud en una pelea que dejó cientos de heridos. Hasta que los camisas negras terminaron dispersándose y, finalmente, la policía tuvo que cancelar el desfile.
Fue el domingo 4 de octubre de 1936, cuando los habitantes del East End obligaron a los fascistas, y al sexto baronet sir Oswald Ernald Mosley, a huir ignominiosamente en lo que hasta hoy se recuerda como «la Batalla de Cable Street».