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«O servimos a la vida de un pueblo o somos cómplices de su muerte. En esto, no hay neutralidad posible»
Leonidas Proaño, sacerdote y teólogo de la liberación ecuatoriano
No es habitual ver cine paraguayo en estas latitudes. Sin embargo, con producciones como 7 cajas, Las herederas, Los buscadores, Opus VR y Santificar lo profano, entre otras, se ha ido develando poco a poco una cinematografía con sus señas de identidad que busca posicionarse en el contexto latinoamericano y transcontinental.
El barrio Ricardo Brugada, conocido como la Chacarita, es uno de los barrios fundacionales de Asunción. Su ubicación entre la bahía (del río Paraguay) y el centro histórico de la ciudad recuerda que en el período colonial era un espacio formado por chacras o chácaras y que de ahí deriva su nombre popular. Como ha sucedido con muchos sectores urbanos en América Latina que en tiempos pasados tuvieron importancia económica, histórica y cultural para las ciudades (la Chacarita fue, entre otras cosas, un barrio de pescadores, lavanderas y donde nació la Guarania, ya que el compositor José Asunción Flores, su creador, vivió ahí), en la segunda mitad del siglo XX el barrio se fue transformando en un lugar de llegada y vivienda para inmigrantes campesinos. Sin embargo, el desarrollo urbano de la capital lo fue marginando, convirtiéndolo en cierto modo en un gueto. Para los asuncenos, es una suerte de sumidero de pobreza, peligro, delincuencia, drogas ilícitas y prostitución.
La Chacarita es el principal escenario de Santificar lo profano (2017), ópera prima del consumado director de teatro y televisión Agustín Núñez, a cargo además de la dirección de arte, labor que también desempeñó en la coproducción paraguayo-brasileña El toque del oboe (1998). La primera parte de la película muestra las historias paralelas de Marcos, seminarista al que su superior encomienda una tarea de pastoral social en la Chacarita que implica trasladarse a vivir al lugar, como requisito para acceder al sacerdocio; y Ángela, joven habitante del barrio que trabaja como mucama en un hotel de buen nivel en la ciudad. Antes de la llegada de Marcos, un nuevo caso de violación y feminicidio se ha presentado en una de las calles del barrio. La denuncia del hecho por la radio comunitaria alerta al comisario de policía, que a su vez urge al subcomisario González a detener los homicidios. Entretanto, Ángela es acusada arbitrariamente por su jefe, solo por ser de la Chacarita, del robo de un costoso reloj de un huésped: es la justificación para reponer a costa suya el objeto robado y despedirla.
De este modo, la película busca representar y acaso denunciar el feminicidio, la estigmatización social y la corrupción (el gerente del hotel prefiere ahorrarse una investigación del robo y abusar laboralmente de su empleada, el subcomisario no está comprometido con la seguridad y protección de sus ciudadanos y es, como se verá, parte del problema; a ninguno de los dos, en suma, le interesa hacer justicia). Marcos, ante esta realidad, da un giro a sus aspiraciones de ser sacerdote del Vaticano para asumir un compromiso eclesiástico comunitario y se involucra de manera integral. Para él, ahora, la labor catequista y evangelizadora debe pasar necesariamente por el apoyo a las necesidades no solo espirituales sino humanas y sociales de la comunidad, en este caso las del barrio en cuestión. Cuando decide investigar por su cuenta el asesinato de la propia Ángela no tarda en entrar en conflicto con su superior, quien considera que se está apartando de sus deberes eclesiásticos. No obstante, Marcos no retrocede en su causa, descubre que Ángela fue violada antes de ser asesinada y que el criminal es el mismo subcomisario. Con la prueba en sus manos convoca a los habitantes del barrio, denuncia al violador y asesino, y recurre al escrache, esa práctica social de señalamiento público y denuncia de un criminal o de un corrupto por parte de una ciudadanía organizada para tal efecto.
Además de abordar cuestiones tan actuales, Santificar lo profano contribuye a visibilizar una comunidad marginada y estigmatizada. Núñez lo ha dejado en claro en su filme y en sus palabras: «Todo el mundo asocia al barrio Ricardo Brugada con la delincuencia, la droga y la prostitución. Sin embargo, hay un sector bastante grande que está luchando para salir de ese modelo impuesto por la sociedad» (1). La Chacarita ha estado presente en su trayectoria desde 2006 cuando en su búsqueda de otros espacios urbanos como fuente de creación dramática desarrolló allí un taller de dramaturgia. «Comenzamos a trabajar sus casos, a conocerlos, a descubrir lo que realmente era el barrio Ricardo Brugada» (2), comenta. De esa manera fue recopilando historias que pudieran llevarse a las tablas o a las pantallas. Vino luego un taller de actuación con habitantes del barrio, como parte de los proyectos extramuros que siempre le han interesado. Cuando dirigió la teleserie La herencia de Caín, en 2010, grabó varios capítulos en el barrio, del cual dice además que por su ubicación en esa zona de la bahía y por su arquitectura «es un barrio escenográfico» (3).
Lo más remarcable del lugar, tanto para Núñez como para otros artistas que han realizado sus obras en él, es la calidad humana de su gente, su hospitalidad y solidaridad en medio de sus enormes carencias y adversidades. Sin duda el trabajo previo de Núñez en actividades artísticas con grupos sociales vulnerables, tanto en Colombia como en Paraguay, fue fundamental para establecer empatía, sensibilidad y confianza con diversos habitantes del barrio Ricardo Brugada. En ese sentido, su intervención estuvo precedida por una serie de experiencias en la primera mitad de los años 2000, también desde la perspectiva del teatro, con determinados individuos marginales tales como los que sobreviven junto a los semáforos, u otros como travestis, prostitutas, taxi-boys, strippers, transexuales, transformistas; siempre reconociéndolos como seres humanos (es lo que hace precisamente el personaje de Marcos en la película con lugareños rechazados y agredidos, aceptándolos en su condición, dignidad e individualidad, como con Hernando, un travesti). Un resultado importante de esa indagación y taller dramatúrgico que Núñez coordinó fue la elogiada obra Brillo de luna, estrenada en 2005, la cual reunía un grupo de historias escritas por distintos autores, Núñez entre ellos, bajo su dirección, y en la cual por primera vez en las prácticas teatrales del país un travesti participó como actor.
Un aspecto al que Núñez y su equipo prestaron particular atención en Santificar lo profano fue la forma en que debían expresarse los personajes según su condición social y las circunstancias en las que interactuaban. Están los que hablan solo en guaraní, como el padre de Ángela; los que hablan en jopará, como varios habitantes del barrio; los que lo hacen en un castellano paraguayo con sus modismos y términos del jopará o el guaraní, como la mayoría en la película; y los que hablan un castellano más puro, como el sacerdote rector del seminario o la locutora de la radio comunitaria. Así se logra un juego expresivo auténtico, coloquial y coherente con cada situación.
Otro elemento muy importante es el ya mencionado del escrache, que en los últimos años en Paraguay ha sido de relevancia para lograr, según Agustín, cambios importantes gracias a la movilización ciudadana sistemática durante días y a veces semanas con el propósito de denunciar públicamente al responsable (generalmente una figura de poder) de un hecho delictivo que rompe de alguna manera el tejido social. La película tiene además el mérito de basarse en un hecho real acaecido en la Chacarita. Situación particularmente trágica en muchas mujeres latinoamericanas víctimas de discriminación social y laboral, el de Ángela es el peor caso de revictimización al que se somete a una mujer: a su discriminación como mujer y habitante de un barrio estigmatizado se suma la actitud de su padre que también la cree ladrona, como su jefe, y la expulsa de la casa, empujándola así a un execrable final en el que es violada y asesinada por un representante de la autoridad –el subcomisario– que desde tiempo atrás venía acosándola. Una historia que desgraciadamente se repite a menudo en países como el mío (Colombia), aun en tiempos de pandemia.
Con un guion nada pretencioso que facilita la comprensión y disfrute de la historia por un gran público, Agustín Núñez ha logrado construir y dirigir un relato lleno de humanidad y dignificación de unos ciudadanos como los de esta Chacarita, devolviéndoles en la ficción lo que se les ha quitado en la realidad. El casting resulta muy acertado en la recreación de los personajes y en la participación de vecinos del barrio en distintos roles. Brilla el trabajo actoral de todos los intérpretes, tanto los profesionales como los no actores. Se nota la vasta experiencia de Núñez en la dirección actoral, en sus rigurosos y sistemáticos ensayos y puestas en escena.
La fotografía a cargo de Onchi Ortiz lograda con una sola cámara merece subrayarse por la eficacia y solidez de los registros, lo mismo que el sonido directo, la edición y el montaje que también estuvieron a su cargo; un trabajo monumental para una sola persona. El manejo fluido del tiempo es otro aspecto a destacar: el largometraje tiene un ritmo narrativo muy dinámico, no decae en ningún momento y atrapa fácilmente al espectador.
El tema musical «Profana Chaca», del reconocido músico paraguayo Rolando Chaparro, compuesto especialmente para este filme, le agrega un importante valor a la producción toda vez que sintetiza con toda la fuerza que le imprime el rock lo que la película ha plasmado en 78 minutos, con versos como estos: «Los sacrificios de estos hombres / pronto se revelarán / Profana Chaca de impotencia / valorada al fin serás / ¿Dónde irán las aves libres? / ¿Contarán la soledad / de los olvidados de este sol? / Soledad que quema / y que prende junto a vos / Buen pastor de ovejas / con olor a libertad / Fuego desde adentro / derritiendo lo inmoral / Máscaras que caen / dejan ver la realidad…»
Con sus aciertos artísticos y técnicos, Núñez y su equipo demuestran que se puede hacer cine de calidad de bajo presupuesto. Contar con un equipo humano que, por encima de la ganancia económica, se juegue por una historia y sepa contarla es, en definitiva, lo que más importa.
Santificar lo profano es, a mi modo de ver, una experiencia cinematográfica intercultural por todo el proceso de construcción y representación social que supuso su realización, por todas las historias de interacción humana que hay detrás de ella, por el respeto a la forma de ser, sentir y expresarse de un grupo humano urbano y vulnerable que interpela a la ciudad, a la sociedad paraguaya para que ese diálogo con la diferencia sea posible desde la dignidad. El cine en este caso ha sido el medio para que se produzca ese acercamiento.
Notas
(1) Maripili Alonso, «Chacarita: un barrio de película», ABC Color, 11 de enero del 2020, https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/abc-revista/2020/01/12/chacarita-un-barrio-depelicula/.
(2) Ibíd.
(3) Ibíd.