Los olvidados

«El sector artístico-cultural es uno de los más afectados tras una crisis que no se debe necesariamente al covid-19, sino a una estructura debilitada por la ingobernabilidad y la ausencia de políticas. A pesar de ello, el sector permanece dividido aunque finja adhesiones a una unión real», escribe Julio de Torres, secretario general de la Unión de Actores del Paraguay (UAP).

Fotograma de Los olvidados (1950), de Luis Buñuel.
Fotograma de Los olvidados (1950), de Luis Buñuel.Archivo, ABC Color

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En Los olvidados (1950), de Luis Buñuel, la pandilla de Jaibo, que cuenta con el privilegio de la fuerza, configura una alegoría a la situación actual del sector artístico-cultural. En las primeras escenas de la película, Jaibo, un joven malhechor, lidera el asalto a un ciego y, posteriormente, a un hombre sin piernas. Estos últimos representan a los miembros de un sector con condiciones más desfavorables, oportunidad que Jaibo encuentra para liberar su fuerza y agredirlos brutalmente. La violencia desatada por la pandilla contra sus semejantes parece no tener fundamentos, pero Jaibo se encaminará a un destino que terminará llevándolo a la conciencia de su condición y el desenlace fatal. Una anagnórisis donde, efectivamente, este antihéroe encuentra tardíamente su verdad. El personaje de Pedro, el niño inducido a ser cómplice de aquel, es finalmente esperanzador, pues al inicio tolera inconscientemente los atracos de la pandilla, por una cuestión de necesidad de pertenencia, pero no se deslinda de ella hasta que se rebela. El personaje del Ojitos es, quizás, otro viso de esperanza, y su edad, posiblemente, evidencie el rol de las nuevas generaciones en los procesos sustantivos de cambios paradigmáticos. Lamentablemente, la inclusión de estos personajes que representan la esperanza sea licencia de la ficción.

Mirémonos cara a cara. Somos gregarios; sabemos perfectamente bien hasta qué punto necesitamos pertenecer a la manada. Un vínculo irracional con la manada que, muy a pesar de todo, termina dividiendo a la especie. Si tomamos como ejemplo a la «especie» artístico-cultural, el caso es tal y ello nos lo demuestran los hechos. El sector, «especie», ha permitido, así como el desguace del buque Paraguarí, que sigue impune, el desguace de sus valores y principios. Pero la fidelidad de los miembros a su manada, por encima de la preservación de la especie, sigue sin señales de cambio.

El sector artístico-cultural es uno de los más afectados tras una crisis que no se debe necesariamente al covid-19, sino a una estructura debilitada por la ingobernabilidad y la ausencia de políticas. A pesar de ello, el sector permanece dividido, aunque finja adhesiones a una unión real. La denuncia hecha pública meses atrás en la que se enumeran puntualmente falencias de la Secretaría Nacional de Cultura, en la persona de Rubén Capdevila, verificables con tan solo guglear las noticias, siguen sin contar con el aval de todo el sector, de toda la «especie», unido, porque no existe. Solo se ha pronunciado una que otra «manada», mientras que otras, por intereses particulares, sectaristas, o por temor a perder privilegios, se llamaron a silencio.

Si miramos con lupa a uno de los personajes centrales de Los olvidados, Pedro, el miembro de la manada que se rebela, denigrado por el hecho de protestar, la ilustración que Henrik Ibsen hace del personaje de Thomas Stockmann en Un enemigo del pueblo no es para menos. Stockmann advierte a la población sobre la contaminación de un balneario, al igual que artistas, gestores y referentes culturales de Paraguay denuncian una mala gestión respaldada en un cúmulo de errores. La razón, que critica, que denuncia, es vilipendiada por el resto de una «especie» corrupta y condenada a la ruptura. Este tipo de situaciones se ha visto numerosas veces en diferentes ámbitos a nivel local, no necesariamente en la dimensión cultural, y cobra relevancia el hecho de que en treinta años de democracia posdictadura todavía las prácticas endogámicas rijan la convivencia dentro de la «manada».

Algunas instituciones han manifestado su apoyo al secretario de Cultura sin acercarse siquiera a refutar lo que se ha denunciado. Un apoyo indecoroso, especialmente de instituciones que han violado derechos de propiedad intelectual y algunas organizaciones que sin criterios técnicos se han apostado contra una crítica fundada en hechos repudiables y vergonzosos. Es probable que la Secretaría Nacional de Cultura se tome la «molestia» de justificarse enumerando algunas que otras iniciativas con las que rellena el muro de los desaciertos cuando aquellas no son más que actividades ad hoc que lejos están de enmarcarse en una planificación integral, eficaz y efectiva. Ese «eventismo», que solo sirve para decir que se hace algo, ha adornado la agenda cultural pública para el regodeo y lisonja de sus organizadores, que se ganan puntos con cada selfi que suben en las redes sociales.

La Secretaría Nacional de Cultura fue responsable de momentos tensos vividos durante los procesos de conformación del Instituto Nacional del Audiovisual, de la que varias organizaciones fueron excluidas arbitrariamente por «no contar con la documentación requerida». El caso de la Unión de Actores del Paraguay fue particularmente penoso pues, incluso, llegó a estrados judiciales. Que una institución que vela por derechos culturales, teniendo como bandera la inclusión, no sea capaz de remover las trabas que impiden el pleno goce de los derechos de los individuos, y de las organizaciones, para participar de procesos democráticos es una clara muestra de la falta de voluntad política y liderazgo, sin contar el desdén por las garantías constitucionales. Mas lo grave no queda solo ahí. La Unión de Actores estuvo sola en su lucha, sin contar siquiera con el apoyo del otro gremio involucrado, el Centro Paraguayo de Teatro, varios de cuyos referentes se han llamado a silencio excepto para denostarla por «tener la casa desordenada». Si se hace un poco de memoria, ejercicio nulo en Paraguay, y en el sector, fue aquella la que propuso la inclusión del Centro Paraguayo de Teatro en los espacios de construcción (Mesa Multisectorial) en pro de la ley del audiovisual, además de tener un rol protagónico en la campaña que la impulsó. Incluso, más recientemente, actores autoconvocados, algunos de los cuales son hoy miembros de la comisión directiva de la Unión de Actores, han logrado incluir la representación del sector actoral en el Consejo Nacional del Audiovisual. Paradójico.

Es entonces que volvemos a la cuestión del gregarismo para explicar adhesiones a organizaciones, «manadas», que impiden que sus miembros apunten a objetivos comunes sin distraerse con particularidades de otras manadas que podrían «atentar» contra la suya. Pasa que uno se siente bien con su manada, pero en detrimento de otras que también hacen a la especie. Es casi probable que sea ese el motivo por el que la división del sector artístico, endogámico, cegado por fanatismos, siga perjudicando a sus propios miembros y a los demás. Perjuicio que hoy, en el marco de la pandemia, ha puesto en riesgo el bienestar de todos y todas.

Es fácil hablar de la necesidad de un cambio de paradigmas para lograr no solo tener una mirada de conjunto de la situación cultural, sino una mirada objetiva y justa que reconozca la existencia de falencias de una gestión pública como en el caso de la Secretaría de Cultura. Si bien el cambio debe venir de raíz y afecta a la misma educación en la que se ha enmarcado la formación de los ciudadanos, se genera un círculo vicioso por la irresponsabilidad de las instituciones educativas y culturales. Una cultura y una educación sin valores presentan las obviedades de una realidad como la actual.

En este sistema democrático, cada sector es representado por una organización o gremio. Manada. Cada una cobra importancia, primero que nada, por razones de prestigio o mera tradición. Prestigio cuando el mérito es evidente, caso que se da raras veces: organizaciones que han marcado hitos en los procesos culturales del sector al que representan. Tradición, cuando el tiempo ha garantizado la permanencia de la organización o gremio en la esfera pública, independientemente de que haya cosechado o no logros sustantivos. La idea es que la tradición se adquiera gracias al prestigio y no a la inversa, que es la realidad actual. La mera tradición, la mera «trayectoria», es la que otorga el prestigio más allá de la calidad de los contenidos, de los logros, de las victorias. Es por eso que los artistas, teniendo organizaciones con décadas de existencia, no estén seguros al abrigo, por ejemplo, de una ley del artista que en una crisis sanitaria pudo haber logrado mayor sostenibilidad del sector. Una ley del artista, una ley del actor, una ley del músico que, gracias a la lucha gremial genuina, sean hoy una realidad.

El desempeño de las organizaciones es crucial para lograr los esperados beneficios, solo que las acciones se presentan con cuentagotas. La cuestión se agrava cuando un Estado ausente como el nuestro, aún dependiendo de la articulación de esfuerzos, acciones y estrategias en pro del beneficio del sector, artístico-cultural en este caso, por parte de las organizaciones, irónicamente pone trabas a la participación plural, cualidad que evidenciaría el fortalecimiento de la representación del sector. Ello explica, en cuanto a la conformación del Instituto Nacional del Audiovisual, que varias organizaciones hayan sido excluidas. Primaron la comunión de los intereses sesgados de las organizaciones y de la abdicación de la Secretaría Nacional de Cultura al compromiso con el beneficio público, fortaleciendo así la red que sostiene el intercambio de favores entre quienes administrarán el erario destinado al fomento del audiovisual.

La imagen que da el sector cultural, cuya labor, por los motivos expuestos, sigue no regulada ni reconocida por el Estado, seguirá dando lástima y, por ende, permanentemente relegada, olvidada. Prueba de ello es el reciente impulso a una ley de subsidio para artistas, necesaria aunque meramente paliativa, que debiera haberse impulsado antes de que la realidad del artista, por inoperancia de las organizaciones que los representan y de la misma institucionalidad cultural, hieda. Un sector artístico-cultural dividido y una institución ineficiente que, teniendo a su cargo diseñar políticas culturales, concentra sus esfuerzos en repartir víveres y emular iniciativas emergentes seguirán escribiendo la triste historia de los artistas, los eternos olvidados.

jj.detorrespy@gmail.com

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