Míster Powell visita Paraguay (I)

Desde los archivos del profesor Thomas Whigham nos llegan las interesantes impresiones de un viajero inglés sobre la sociedad paraguaya de mediados del siglo XIX.

Míster Powell visita Paraguay (I)
Míster Powell visita Paraguay (I)Archivo, ABC Color

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Una de las mejores fuentes de información sobre las áreas del mundo menos conocidas a mediados del siglo XIX son los testimonios de viajeros ingleses. Estas historias pueden ser realmente maravillosas, tanto por la información que brindan como porque permiten echar un vistazo a la mentalidad victoriana que llevó a estos diversos ingleses (e inglesas) lejos de sus hogares. Siempre debemos recordar, por supuesto, que los observadores extranjeros son importantes porque pueden ver cosas que para los locales son tan obvias que no las consideran dignas de comentar. El Corán, por ejemplo, que es producto de una perspectiva moldeada por el desierto de Arabia, no menciona los camellos. Se necesitaba gente como Charles Doughty y sir Richard Burton para arrojar luz sobre estos animales en el Medio Oriente. Esto, por supuesto, es un asunto delicado, ya que los viajeros pasan muchas veces de la observación a la interpretación. Y debemos tener en cuenta, también, que incluso el extranjero más perspicaz puede omitir cosas fundamentales. Marco Polo no hace referencia a la Gran Muralla de China, y no fue el único que pasó por alto elementos esenciales para entender un país y su sociedad.

En cualquier caso, hace varias semanas, mi amigo Andrew Nickson, otro inglés a quien muchos paraguayos conocen, me recomendó la breve historia de un viaje a Paraguay escrita a principios de la década de 1860 por un tal David Powell y publicada en las Vacation Tourists and Notes of Travel in 1862-63 editadas por Francis Galton (Londres/Cambridge, MacMillan, 1864). He seleccionado algunos pasajes sobre la aún poco conocida república del periodo posterior a la asunción del cargo de presidente por Solano López pero anterior al comienzo de la Guerra Guazú. Para aquellos lectores paraguayos de hoy que se pregunten a dónde podría haber ido el país y cómo podría haberse desarrollado si la guerra no hubiera interferido con el curso normal de su historia, testimonios como este pueden tener especial interés. He hecho la selección que transcribo abajo, justamente, pensando en eso. Vamos a presentarla en dos partes; esta es la primera.

«Encontrándome en Buenos Aires a fines de 1862, y escuchando hablar con frecuencia de Paraguay como el “Japón” de América del Sur, me propuse visitar, si me era posible, esa república que parecía tan poco conocida incluso en los países vecinos a ella. Un anuncio en el Standard de Buenos Aires sobre la partida del vapor Paraguarí el 16 de noviembre a Asunción y otros puertos cercanos, con la declaración de que “la urbanidad de su capitán lo hacía preferible a otros buques ribereños”, me decidió a aprovechar esa oportunidad.

El buque, aunque funcionaba como paquebote, era en realidad un barco del Gobierno. Todos los oficiales tenían rango militar, desde el “urbano” capitán hasta el cabo, que usaba su bastón constantemente con los marinos. Tanto los oficiales como los demás miembros de la tripulación podían ser fusilados por deserción. Esta fue la primera señal que vimos del fuerte brazo del presidente López.

Luego de pasar el puerto de Corrientes], las barrancas eran bajas, aunque los árboles del bosque era magníficos. Enormes caimanes se asoleaban en los bancos de arena, mientras aquí y allá manadas de carpinchos se zambullían en las aguas profundas o se revolcaban en los pantanos y el remanso del arroyo. Y de vez en cuando las enormes aves de rico colorido que abundan en estos bosques se levantaban, perturbadas por nuestro bote. Constantemente pasábamos por afluentes repletos de maleza, muchos de ellos probablemente con las anchas hojas de la Victoria regia, de la cual este distrito es el hogar...

Por fin] llegamos a Asunción y anclamos cerca de una gran fragata con otros cuatro o cinco vapores que formaban la armada de un país situado a más de mil millas del mar. Más sorprendente aún fue ver un gran astillero donde se estaban construyendo más vapores, y barcos de muchas naciones a lo largo del muelle. Asunción no puede presumir de buenos edificios. La nueva aduana que se está erigiendo bajo supervisión de un ingeniero alemán [¿Roberto Fischer von Treuenfeldt?] es el edificio más pretencioso... No me impresionó mucho la estabilidad de la arquitectura paraguaya: una vez vi una casa, que se estaba construyendo frente a mi ventana, colapsar repentinamente y desaparecer por completo. Las casas generalmente son construidas siguiendo el modelo argentino, es decir, un piso de alto, techos planos de teja y un patio central. Los pisos, siempre sin alfombrar, son de ladrillo o baldosas. Una catedral y cuatro o cinco iglesias son los únicos edificios de cierto tamaño aparte de la casa de Gobierno y la residencia privada del presidente. Un gran teatro se está alzando desde los cimientos. Los suburbios están formados por “ranchos” nativos: cabañas construidas con tallos de palma y cubiertas con hojas de palma. A través de las puertas abiertas, generalmente se ve a sus dueños durmiendo la siesta en hamacas, quedando el poco trabajo que es absolutamente necesario a cargo de las mujeres.

El primer lugar a visitar en un pueblo de la América Española es generalmente la plaza, y la de Asunción tiene un aspecto casi oriental. Las carretas al centro, las mujeres sentadas alrededor, con camisas blancas de algodón y largos velos del mismo material, vendiendo frutas y verduras de todo tipo mientras enjambres de niños totalmente desnudos juegan. Los Payaguás venden sus peces, los comerciantes negocian en pequeñas tiendas a lo largo de la plaza, y de noche numerosas fogatas aumentan mucho lo extraño de la escena. La moneda de Paraguay es en parte de papel, pero las viles monedas bolivianas de medio dólar de oro también se usan en cierta medida. El papel, por supuesto, está devaluado, pero por ley todos los pagos deben hacerse dos tercios en papel y un tercio en especie. El Gobierno paga a sus empleados utilizando papel con su valor nominal, lo que afecta mucho a los ingleses aquí contratados, que esperaban que se les pagase en oro todo el monto prometido. Me sorprendió mucho la cantidad de caballos deambulando sueltos por la plaza y las calles pero luego descubrí a mis costillas que era práctica común dejarlos dar vueltas a la deriva tan pronto terminaran. Fue extremadamente molesto, cuando estaba a punto de dar un paseo, tener que esperar hasta que el caballo fuera encontrado y atrapado».

Es bastante obvio por estas descripciones que en la década de 1860 Asunción todavía conservaba su aspecto rural a pesar de ser la capital de la república. Tal vez el testimonio de Powell brinde una interesante oportunidad de examinar la dicotomía entre ciudad y campo, o, utilizando la famosa expresión de Sarmiento en su ensayo Facundo, entre civilización y barbarie.

En la próxima selección de su relato de viaje, Míster Powell nos ofrecerá sus observaciones sobre la política del presidente López, las costumbres del país y el poder de Madame Lynch, y sus pronósticos personales sobre el futuro del país desde la perspectiva de un forastero que visita Paraguay en un periodo clave de su historia. Y podremos preguntarnos, considerando todo esto: ¿cuánto ha cambiado y cuánto sigue inmutable desde entonces?

Profesor emérito de Historia, Universidad de Georgia

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