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A finales de siglo XIX se crearon en América varias colonias de inmigrantes europeos, muchas de ellas procurando, con incuestionable lógica, conservar o trasplantar su cultura. En Paraguay quedan como recuerdo de esas tentativas algunas denominaciones: Nueva Londres (australianos), Nueva Italia y varias más, como Villa Belga (hoy Villa Elisa), cuyos primeros habitantes eran de origen sueco y finlandés. Pero ninguna de esas colonias fue tan peculiar como Nueva Germania, en el departamento de San Pedro, fundada y promocionada por Elisabeth Nietzsche, hermana del gran filósofo alemán Friedrich Nietzsche, y su marido, Bernhard Förster.
Si bien detrás de cada migración hay una historia triste, la de los fundadores de Nueva Germania, si la juzgamos con el razonamiento y la moral de hoy, es una de las más desopilantes por absurda. La descabellada empresa de la pareja, al parecer inspirada en una ópera de sátira política, surgida de una locura provocada por febriles dogmatismos sobre raza y religión, básicamente consistía en «refundar Alemania lejos de la contaminación judía, para la purificación y el renacer de la raza aria, para la preservación de su cultura antisemita y para promover una alimentación basada en vegetales». Por donde se lo mire, el insolente plan a desarrollar en un país desconocido y remoto se presentaba irrealizable por desmesurado.
El fin era garantizar el renacer de la raza aria, caracterizada por hombres blancos, rubios, de ojos claros, pero también altos, fuertes, guerreros y honorables. Los nazis seleccionaban a los mejores para reproducirse. Los miembros de la SS –cuerpo de combate de élite– eran considerados los mejores militares del Tercer Reich, los más fuertes y también los más leales. Solo se les permitía casarse con alemanas que pudieran demostrar la pureza de su linaje, y se les obligaba a tener muchos hijos.
A la luz de los siglos, tras muchas investigaciones realizadas, hoy sabemos que el desmedido propósito de Elizabeth Nietzsche y su marido fue concebido tras sumergirse ambos en la doctrina de Richard Wagner, colosal músico y escritor anarquista que supuestamente influenció en el radical antisemitismo de Adolf Hitler. También se cree que, además del luteranismo, influyó en ellos la lectura de Utopía, de Tomás Moro, obra nutrida por fantásticos relatos de exploradores del Nuevo Mundo como Américo Vespucio, relatos encantadores que, según Stefan Zweig, no fueron reales, sino más bien una gran confusión literaria.
Therese Elisabeth Alexandra Nietzsche llevaba menos de un año de matrimonio con Bernhard Förster y tenía 39 años y un sueño grande como el universo que contemplaba, nada menos que la construcción de un nuevo imperio. Se imaginaba una nueva Alemania al otro lado del océano, con una sociedad racial y culturalmente pura. Tenía en su sentimiento instalado el imaginario medieval del paraíso perdido y el imaginario moderno emergente de la posibilidad de transformar el mundo por medio de la acción humana.
Cuando Elizabeth supo de las bondades de la tierra y la selva de los guaraníes con su prodigiosa yerba mate, planta a la que la leyenda asignaba propiedades benéficas como estimulante nervioso y complemento dietético –ciertamente, corroboradas siglos más tarde por la ciencia–, que llenara de oro y plata las arcas de los jesuitas, no titubeó en pedir a su hermano Friedrich que la acompañara.
Su marido, Bernhard Förster, como adelantado, ya había negociado con el general Bernardino Caballero unos 160 kilómetros cuadrados en la zona llamada Campo Casaccia, parte de unas tierras fiscales ocupadas por don Cirilo Solalinde, que, al privatizarse, fueron quedando, incluidos los campesinos que las trabajaban desde tiempos inmemoriales, en manos de grandes consorcios extranjeros, convirtiendo así al Paraguay en un país de tierra sin hombres y hombres sin tierra.
Sin duda, para los europeos en 1886 el futuro era Paraguay. Tras la hecatombe producida por la Guerra contra la Triple Alianza, el país se encontraba prácticamente desierto. El ochenta por ciento de su población había sucumbido y los pocos sobrevivientes eran mujeres y niños. Los pocos varones que sobrevivieron en general vivían errantes, cubiertos de amplios sombreros de paja y ponchos desgarrados por el uso y las espinas; ya subsistiendo de naranjas, pesca y caza que acarreaban hasta su miserable toldo, ya trabajando en los yerbales como mensús, ya perdiéndose en las espesuras armados con machetes que portaban en la cintura, disputando el alimento a las fieras y el lecho a los reptiles y esquivando los voraces insectos que pretendían chuparles la sangre.
Las primeras catorce familias convencidas que se embarcaron en la nave del disparatado plan de la pareja Förster-Nietzsche llegaron al puerto de Asunción el 15 de marzo de 1886. Algunos se habían dejado embaucar y se embarcaron porque creían en su ideal racista; otros, porque huían de la crisis económica alemana, y otros simplemente porque les parecía que su futuro estaba al otro lado del mar, en medio de una fauna llena de jaguares y una floresta adornada de orquídeas y fabulosas leyendas. Por la razón que fuere, con el cansancio de un mes de viaje desgastante, al pisar tierra guaraní debieron creer ciegamente en las palabras de Förster y considerar que al fin habían llegado al paraíso prometido a los cristianos.
Tras un breve descanso en la capital paraguaya, la entusiasta caravana de inmigrantes remontó el río hasta la altura de Puerto Antequera. Luego, bajo un viento de fuego provocado por la canícula, prosiguieron el viaje por tierra. El piano de la señora Elizabeth y los objetos de labranza iban en carretas tiradas por bueyes, y la mayoría de la gente, a pie. Decididos, sin titubeo tomaron la sinuosa senda cubierta por unos finos polvos que al contacto con el sudor se tornaban en sangre. Tras varias horas de andar entre abrojos y enjambres de insectos cicateros, llegaron al sitio indicado por Bernhard Förster para iniciar la Nueva Alemania. Para la historia, la colonia quedó oficialmente fundada el 23 de agosto de 1887.
Insistentemente, Elizabeth procuró que su hermano Friedrich Nietzsche la acompañara a Paraguay. No solo lo presionaba para que se le uniera físicamente, sino para que invirtiera dinero en su empresa fundadora. A la invitación que le hacía su hermana, en una de las cartas que intercambiaron le respondió: «Nuestros deseos e intereses no coinciden en tanto que tu proyecto es antisemita. Si el proyecto del doctor Förster es exitoso, seré feliz por ti y, tanto como pueda, ignoraré el hecho de que será el triunfo de un movimiento que rechazo. Si fracasa, me regocijaré en la muerte de un proyecto antisemita…» Esa carta, dice la escritora ecuatoriana Gabriela Alemán, en una excelente crónica que tituló Los limones del huerto de Elisabeth, dejaba muy en claro que Nietzsche nunca compartió las ideas antisemitas de su hermana y su cuñado y que toda la trama que los nacionalsocialistas alemanes tejieron alrededor de la figura del filósofo fue un montaje liderado por Elisabeth.
Antes de que hubiera pasado un lustro de la fundación de la colonia, se precipitaron los acontecimientos. Familiarizados los colonos con el sabor del mate amargo, símbolo de la cultura guaraní, estaba visto que la puridad de la sangre y los ideales que animaron la aventura tenían sus días contados. En Paraguay sobraban mujeres y escaseaban hombres. Los requerimientos y arbitrariedades de Förster ya no eran tolerables. Así que el 3 de junio de 1889, ante el fracaso de su delirante fantasía, Bernhard Förster se suicidó, envenenándose en un cuarto del Hotel del Lago, en San Bernardino.
En agosto de 1893, Elisabeth Nietzsche, al enterarse por un telegrama de su madre de que la salud de su hermano Friedrich Nietzsche había empeorado, vendió su casa y sus tierras y se marchó de Paraguay para siempre. Sin embargo, nunca dejó de interesarse por el destino de «su gente», y cuando supo que Fritz Neumann, uno de los colonos que los acompañó, había logrado domesticar la yerba mate en 1901, Elizabeth se alegró por la suerte de la Nueva Germania.
Los jesuitas, en el siglo XVIII, fueron los precursores de la producción y comercialización de yerba mate. Enviaban las cosechas al Alto Perú, como trueque, a cambio de metales preciosos como oro y bronce. Pero, expulsados en 1767, se habían llevado el secreto para hacer germinar la semilla de la yerba en almácigos, y en adelante la producción se limitó a la recolección de la que crecía de manera natural en los montes. Neumann había observado que la yerba proliferaba donde los pájaros hacían sus nidos, y dedujo que su sistema digestivo jugaba un rol importante. Remojó las semillas en ácido y carbón y logró que germinaran artificialmente.
Por unos pocos años, Nueva Germania vivió una edad de oro y su población se duplicó, pero para la década de 1920 el secreto de la domesticación de la planta se había revelado y la ventaja de la colonia había desaparecido. Pronto, el pretencioso poblado, como la mayoría de los pueblos de Paraguay, quedó a merced de su suerte, archivando una Utopía nacida del convencimiento de la supremacía racial. Hoy, Nueva Germania es una florida población que, lejos de los ideales de Bernhard Förster, busca sacudirse el extenso letargo en que estuvo sumida para hacer realidad el anhelo de bienestar que forjaron en su mente aquellas catorce familias laboriosas embaucadas por dos radicales antisemitas 134 años atrás. Siempre el destino gana la apuesta.