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Era un 14 de junio como hoy, pero de 1905, en el mar Negro. A bordo de un barco de la flota rusa, varios marineros se negaron a comer el rancho porque la carne estaba podrida y cubierta de gusanos. El segundo de a bordo ordenó extender una lona en la cubierta y formarse en posición de ataque a infantes de marina armados. Todo indicaba que era un aviso de fusilamiento en masa: la sangre no ensuciaría la cubierta gracias a esa lona, que luego serviría de mortaja colectiva para envolver los cadáveres y arrojarlos al mar.
Ese atropello fue la gota que colmó un gran y antiguo vaso rebosante de humillaciones y abusos y entonces, ese 14 de junio, la tripulación del acorazado Potemkin se amotinó contra sus oficiales, varios de los cuales fueron ajusticiados por los marinos, que izaron la bandera roja.
Los miembros de la tripulación sublevada formaron un consejo para dirigir el barco y como su presidente eligieron al anarquista Afanasy Matiushenko. Luego los marineros rebeldes navegaron con rumbo a Odessa. Una vez allí, llevaron el cuerpo del marinero Grigori Vakunlinchuk, que había muerto al comenzar el levantamiento por el disparo de un oficial, a tierra, cerca de los escalones que quedaron inmortalizados veinte años más tarde, en 1925, cuando Serguéi Eisenstein compuso con apasionada matemática y ritmo exacto su propia sinfonía cinematográfica llena de majestad y de vértigo sobre aquel motín histórico: El Acorazado Potemkin.