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Veinte siglos pretéritos, Jesús decretó la igualdad de todos en una simple parábola. Señalando a Juan, le dijo a María: «He ahí a tu hijo». Y señalándole a ella, le dijo a Juan: «He ahí a tu madre». Fue la primera proclamación de la igualdad humana universal. La lección nunca fue aprendida. Ni siquiera por los seguidores del rabino original.
La Revolución Francesa acuñó un eslogan, «Liberté, Egalité, Fraternité». Lo más difícil de todo fue la igualdad y sigue siendo cuenta política pendiente en todos los sistemas políticos. Uno de los primeros en aplicar los principios de la Ilustración fue Thomas Jefferson que escribió bellas líneas en la Declaración de Independencia americana de 1776, «Sostenemos estas verdades como evidentes en sí mismas, que todos los hombres son creados iguales». Pero él (y Washington) a pocos kilómetros de Filadelfia tenían estancias con esclavos negros comprados y vendidos por ellos. Iguales, siempre que no fueran distintos.
La Revolución Rusa tenía que traer la igualdad universal. Pero el universo bolchevique no incluía judíos, capitalistas ni zaristas. Otra revolución marxista-leninista, en Cuba, dotó de igualdad a los negros cubanos, pero los «gusanos» capitalistas no estaban incluidos, ni los homosexuales a muchos de los cuales Fidel trató de «curar» con lobotomías frontales.
Paraguay tiene el récord de haber albergado a prototipos del nazismo en Nueva Germania a partir de 1887, y del marxismo-leninismo en Nueva Australia desde 1894. Ambas variantes del totalitarismo todavía no habían reclamado territorio soberano alguno. Los alemanistas eran partidarios de la idea de superioridad racial y no pedían disculpas.
Pero algo muy curioso ocurrió en la colonia de australianos socialistas que vinieron a Paraguay en busca de su utopía proletaria. Los colonos firmaban un contrato donde se comprometían a abstenerse de bebidas alcohólicas, respetar la igualdad de las mujeres y evitar mezclarse racialmente con la población local. El igualitarismo marxista no se extendía a las razas «inferiores».
Parte de la ruptura que creó la Colonia Cosme se dio cuando dos colonos australianos vinieron a la Colonia Nacional (ex Presidente González, hoy Yegros), bebieron vino de misa con el cura y luego coquetearon con algunas de las doncellas locales.
Tampoco era un vergel en la era dictatorial. La gran crítica a Francia fue que «era mulato» y el libro de Ildefonso Bermejo describe una boda entre miembros de la burguesía, frustrada en el atrio porque se descubrió que la familia del novio tenía ascendencia negra. A lo que Bermejo anotó: ¿y no eran una República, acaso?
Pero, no hay necesidad de recurrir a bibliotecas ni a tratados de sociología para develar el racismo nuestro cotidiano, y no solo en Angloamérica. Brasil, supuesta democracia racial, tiene grandes cadenas televisivas. Por las limitaciones del cable que dictan los canales que podemos observar, recibo noticia de la Rede Globo. Ni uno solo (ni peteî) de los periodistas y corresponsales deja de ser inmaculadamente blanco, al igual que los militares de alta graduación, los médicos y la mayoría de los políticos. Lo mismo en Argentina y Uruguay.
Irónicamente, si queremos ver diversidad racial en los medios, debemos trasladarnos a CNN y a la BBC, de sociedades que, aunque aun racistas e imperfectas, están mejor que este vecindario. Así que, de vuelta a Joshua, nadie puede tirar la primera piedra.