Solo le pido a Dios...

«Solo le pido a Dios» es una de las canciones más conocidas del cantautor argentino León Gieco. Con ella alcanzó reconocimiento internacional cuando en el 2002 la revista Rolling Stone y la cadena MTV la seleccionaron como la sexta mejor canción de la historia del rock argentino. El autor cuenta que la escribió en 1978, cuando, a causa de la dictadura militar de su país, muchos artistas, como su amiga Mercedes Sosa, tuvieron que emigrar. De ahí aquella estrofa:

Roa Bastos, exiliado, llega a Clorinda, Argentina, en abril de 1982.
Roa Bastos, exiliado, llega a Clorinda, Argentina, en abril de 1982.Jesús Ruiz Nestosa

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Solo le pido a Dios

que el futuro no me sea indiferente.

Desahuciado está el que tiene que marchar

a vivir una cultura diferente.

Emigrar… Alguien dijo que no existe peor castigo que el destierro. Muchos emigrantes paraguayos, por lo general de carácter sentimental, afirman que si quien no ha salido de su país jamás sabrá lo que es ansiar el tereré, anhelar escuchar una polca, una guarania. Que jamás comprenderá la nostalgia, el techaga’u, ni lo que es extrañar a los amigos, ni lo que es llorar en navidad por no poder compartir la mesa con la familia… Sin duda yo, que lo he vivido, puedo afirmar que ser emigrante es doloroso, que es a veces vivir la amargura, la impotencia de no poder asistir al último adiós cuando muere un hijo o una madre. Y, sin embargo, en nuestro país hay toda una cultura de humillante desprecio hacia los que emigran, por la razón que sea.

Al respecto, ya en tiempos del covid-19, el secretario general de la ONU, António Guterres, repudió que se vilipendie a quienes inmigran como «fuentes de contagio» y que, en consecuencia, se les niegue el acceso a una atención respetuosa. «Con discurso de odio se buscan chivos expiatorios y se fomenta el miedo», dijo, y pidió no escatimar esfuerzos para poner fin a esa práctica.

En nuestro país, como prueba del fracaso de la educación y de la permanencia, en la mente de muchas personas, del virus de la oprobiosa dictadura pasada, las redes sociales se llenan de agresiones verbales contra los compatriotas que desean volver. «Se fueron regañando su país y ahora están llorando, rasguñando la frontera para volver. Que se vayan a la p… por donde vinieron. No los queremos», se lee en algunos muros.

Al contrario de lo que sucede en países como Portugal, que ha otorgado la ciudadanía a todos los inmigrantes con solicitudes pendientes durante la crisis, dándoles así la oportunidad de acceder a servicios sanitarios gratuitos, prestaciones sociales, servicios bancarios y contratos de alquiler, Paraguay como «política de repatriación» pide a quienes quieren retornar que paguen de su bolsillo el pasaje y 15 días de hotel, algo cuyo costo mínimo es aproximadamente de unos 10.000.000 de guaraníes. En Paraguay, la pandemia ha venido a desnudar los prejuicios, la xenofobia y realidades como la falta de políticas de Estado adecuadas para paliar los efectos de la diáspora paraguaya y la estrechez de corazón de algunos compatriotas que, al parecer, mantienen vivo el credo del dictador según el cual «el que se va del país ya es un ‘adversario’ que, si vuelve, debe ser vigilado como enemigo de la paz y el progreso». Olvidan que nos enorgullece gente que abandonó el país, como Arsenio Erico, o creaciones musicales concebidas en el exilio, como las de Herminio Giménez, Agustín Pío Barrios, José Asunción Flores, Félix Pérez Cardozo, Federico Riera y muchos otros. O, en literatura, las de Gabriel Casaccia, Carlos Garcete, Augusto Roa Bastos, Elvio Romero, Rubén Bareiro Saguier, Herib Campos Cervera…

El sistema político autoritario paraguayo que finalizó en la década de los ochenta fue un importante factor de expulsión. Pero aunque la ausencia de democracia y libertad tuvo mucho peso, regularmente los flujos emigratorios respondieron a motivos económicos, así como a la histórica falta de oportunidades laborales para las mujeres y de estudio para los jóvenes.

Salvo expresas disposiciones legales, nunca irse fue un delito, y volver tampoco. Las normas internacionales de derechos humanos establecen ese derecho. Y en nuestro país el tema de la migración ha merecido no hace mucho una Enmienda constitucional referente al art. 120. Sin embargo, pese a su aprobación, los reclamos puntuales hechos en esa ocasión, dictados por legítimas impaciencias de los que han sufrido incontables arbitrariedades en las fronteras, las representaciones diplomáticas y otras instituciones, no solo quedaron en la nada, sino que ya antes del covid-19 se habían agravado con la designación de «diplomáticos hurreros» y, en muchas instituciones, de reciclados del ignominioso pasado, que solo piensan en servirse a sí mismos y no al pueblo.

Según el diario ABC Color (20/10/2017), unos dos millones de paraguayos migraron a Argentina, y según el mismo diario, en fecha 19 de enero de este año, unos 90.000 (sin contar numerosos ilegales) residen en España. La Organización de las Naciones Unidas reporta que el 57.36% de estos migrantes son mujeres. La Encuesta Permanente de Hogares del año 2012 había indicado que, en su mayoría, las mujeres que emigraron estaban en edad de trabajar. Esta migración venía aportando al país unos 800 millones de dólares al año, y ahora esos ciudadanos, sin protección, varados en tierras extrañas, se preguntan: ¿qué pasó con aquellas hermosas y alentadoras palabras del presidente Mario Abdo durante su campaña electoral? Pues se les ha dicho que no hay fondos para los connacionales en situación de riesgo, y, peor aún, muchos de los que no pueden volver se fueron por cuestiones de salud.

Pero la crisis pasará, y volverán, y nadie debe pensar que la pospandemia será tranquila y domesticada, como algunos gustan soñar. No se puede esperar que hombres y mujeres despreciados, después de luchar durante décadas para mantener a su familia, no quieran desterrar a los inmorales de su país. Ni que consientan, de ninguna forma, que la elite de los miserables, los funcionarios sin compromiso, las fuerzas de la inmoralidad y de la injusticia sigan dirigiendo los destinos de Paraguay.

Los hombres y mujeres honestos humillados no volverán a hacer lo que han hecho durante décadas: agachar la cabeza, amar en silencio a la patria y despreciar en silencio a sus verdugos. El Paraguay pospandemia exigirá ciudadanos de calidad para dirigir su futuro con justicia, con políticas incluyentes, y no con inmoralidades como las que hoy mantienen a sus hijos como parias por el mundo. Vendrán, con el derecho adquirido en medio de terribles experiencias en el exilio, a reclamar justicia a quienes conducen el país.

El pueblo paraguayo está cansado y en busca de una moral acorde a los nuevos vientos que soplan en América y el mundo y que incitan a demandar del Estado una justicia más comprometida; de lo contrario, el gobierno caerá en un desprestigio irremediable. Es más, no es que esto vaya a ocurrir, sino que, silenciosamente, ya ha ocurrido debido a la «política oficial» implementada por fuerzas retardatarias enquistadas en las instituciones y que, lejos de atender los intereses del país y los ciudadanos, mantienen impenitentes sus «logros»: situar al país entre los más corruptos del mundo.

El espíritu de compasión y unidad que millones hemos sentido en medio de esta horrible crisis es algo frágil que debemos defender con uñas y dientes, pues la pandemia aliada al miedo, la ignorancia, el egoísmo y las manipulaciones en las redes sociales también ha impulsado una oleada de odio. Reclamar más solidaridad y justicia no es abogar por el odio, que quede claro. Si nos cruzáramos de brazos, seríamos una sociedad de necios, de traidores repudiables. Solo le pido a Dios / que lo injusto no me sea indiferente. / Que la reseca muerte no me encuentre / vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.

catalobogado@gmail.com

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