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Alguien dijo: «Lo que no se critica, ni se corrige ni mejora». En mi opinión, la campaña mediática contra la propagación del covid-19 en Paraguay ha desnudado el nacionalismo rancio que caracterizó la mentalidad de los personeros de las dictaduras del siglo pasado, bajo las cuales burócratas de espíritus pequeños, ciegos y tramposos se solazaban con las «maravillas» de la Patria, las glorificaciones de figuras militares y el ocultamiento de sus rapiñas, debilidades y despropósitos, así como con el menosprecio de todo lo que huele a «extranjero».
La campaña contra el covid-19, en vez de explicar al ciudadano que la higiene y el lema «Quédate en tu casa» son parte de una estrategia para retrasar el pico de contagio y preparar mejores centros de atención e insumos hospitalarios, se centró en intentar convencernos de que el virus es una especie de invasor extraterrestre ante el que tenemos que escondernos y denunciar al infectado como si fuese un «comunista» o un traidor a «la Paz que vive la República», y para ese fin se sacaron a relucir por todos los medios las virtudes de «la raza», la «garra guaraní», la heroicidad del pueblo paraguayo contra la Triple Alianza, se enarboló la tricolor bandera y se entonaron canciones de hazañas –y de sañas– guerreras como 13 Tuyutí…
«Los que nosotros hicimos no lo hicieron Italia, España ni Estados Unidos, y miren cómo están. Gracias, comandante Mazzoleni». La euforia nacionalista satura las redes sociales y transfigura a médicos y enfermeras con sus batas morotî en aguerridas huestes de primeras líneas que cavan sus trincheras en espera del cruel invasor.
Aunque «patriotismo» y «nacionalismo» puedan parecer sinónimos y a menudo se utilicen como términos intercambiables, pues ambos se nutren de ideas, sentimientos y símbolos próximos, designan fenómenos muy distintos. El patriotismo suele aceptar lo plural, lo diverso, como algo enriquecedor. El nacionalismo suele hacer precisamente lo contrario: dividir la sociedad con un paraguas chovinista y supremacista. Un paraguas pequeño, bajo el que no todos encuentran cobijo y que convierte a los críticos en indeseables «contreras». En resumen, el nacionalismo desune y es excluyente, mientras que el patriotismo une, es incluyente y, a diferencia de aquel, no necesita enemigos.
El patriotismo no es sino amor al propio país, a una historia, un lenguaje, una cultura, un arte, unas costumbres comunes, que nos hacen sentirnos parte de algo, y, como el amor es generoso por definición, no solo no impide amar a otros por encima de las fronteras, sino que rechaza el odio al extranjero y sabe pronunciar con sinceridad la palabra más hermosa que existe en todos los idiomas: «bienvenido». El verdadero patriotismo no es incompatible con el amor al prójimo, con la generosidad y solidaridad con los nacionales de otros países. El nacionalismo, en cambio, es egoísta, narcisista, insolidario. Se obsesiona por la historia (Guerra del Chaco, Triple Alianza) y la manipula porque vive de rumiar rencores pasados. Intolerante, rechaza a quien no sea exponente de la supuesta «identidad nacional», siempre uniforme, cultural o étnicamente. Por eso dificulta la convivencia y siempre entraña una amenaza latente de violencia, ya que exige una lealtad incondicional a los únicos valores admitidos como respetables, debido a lo cual constituye un obstáculo para la búsqueda del bien común.
Patria, antes que nada, significa convivencia pacífica, en libertad y con justicia para todos. Patria significa escuelas plurales y dinámicas, hospitales bien equipados en los barrios –también en los más desfavorecidos e incluso marginales–, agua y aire no contaminados. Patria significa vivienda, pan y trabajo para todos, sin exclusión. Hacer patria es también distribuir la riqueza en beneficio de todos sin excepciones e incrementar los gastos sociales; es preferir invertir en investigación y en cultura antes que comprar tanques, fusiles y hasta agua a precio sobrefacturado.
Por último, rescato este pasaje de Mario Vargas Llosa: «La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver». Esperamos que esta pandemia obre en la mente de nuestras autoridades para que empiecen a pensar en una cultura más patriótica, en una educación con valores más razonable, más solidaria, más fraterna, menos nacionalista.