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Un día, a la tranquila localidad sureña de Buckton llega Lee Anderson, nuevo gerente de la librería local. Joven, agradable y atractivo, Lee sale a beber y divertirse por las noches con varias chicas de la ciudad. Nadie parece sospechar que es negro. Un afroamericano de piel tan clara que pasa por blanco, aunque vive con el constante temor de que su profunda voz de bajo lo delate. Nadie parece sospechar tampoco que, bajo su amable sonrisa, hierve de furia, ni que ha venido a Buckton a vengar una muerte. La de su hermano menor, que sí era notoriamente negro y al que lincharon en su ciudad natal porque se enamoró de una mujer blanca.
Esta historia de ferocidad fue el impactante debut literario de Vernon Sullivan, un novelista negro estadounidense que nunca existió. Jean d’Halluin le había pedido al joven Boris Vian –que, en efecto, fue traductor de Chandler y Algren, entre otros autores– que escogiera un libro policial en inglés y que lo tradujera para publicarlo con su sello, Editions du Scorpion, y Vian había preferido escribir esta novela vertiginosa.
Publicada en París en noviembre de 1946 con un prefacio del «traductor», Vian, el impudor «pornográfico» del libro indignó al ingeniero Daniel Parker, dirigente del Cartel d’Action Sociale et Morale, que demandó al autor, Vernon Sullivan, al traductor, Boris Vian, y al editor, Jean d’Halluin, en 1947. El caso llegó a la corte, Vian aún no reveló entonces que en realidad él era Sullivan y se libró –por el momento– de una buena multa. Pero cuando poco después, el 28 de marzo de 1947, Edmond Rougé (44) estranguló a su amante, Marie-Anne Masson (29), en un cuarto de hotel y la policía encontró junto a la cama, con las escenas de estrangulamiento subrayadas por el asesino, la novela de Vernon Sullivan, entre la demanda y el asesinato J’irai cracher sur vos tombes se convirtió en el libro más vendido del año en Francia.
Los lectores aún creían que Vernon Sullivan era real cuando apareció su segunda novela –Les morts ont tous la même peau, la tragedia de un portero de nightclub, blanco, esposo de blanca y padre de blanco, que, tras ceder al chantaje de un negro desconocido que aparece un día para decirle que es su hermano y amenazarlo con revelar su (perdonen el chiste fácil) oscuro origen, es asaltado por recuerdos que ignora si son veraces y termina ahogando sus conflictos internos en violencia–. Pero cuando las dos siguientes –Que se mueran los feos (Et on tuera tous les affreux, 1948) y Con las mujeres no hay manera (Elles se rendent pas compte, 1950)– fueron publicadas, todos sabían ya que Vernon Sullivan era Boris Vian, y que aquella primera novela sobre un negro que se hace pasar por blanco había sido escrita por un blanco que se hizo pasar por negro.
«Cae la noche y amanece en París
en el día en que todo ocurrió…»
Ese viejo hit de La Unión trae desde los 80 ecos de Le loup garou, zarpazo de lobo al lugar común y título de un famoso cuento cuyo protagonista, Denis, mordido en el bosque, sufre una terrible metamorfosis y se transforma, de lobo, en hombre.
«La luna llena sobre París
ha transformado en hombre a Dennis
Rueda por los bares del bulevar…»
(La Unión, Lobo-hombre en París, 1984).
Le loup garou es uno de los relatos más conocidos de Boris Vian, que nació en las afueras de París, en Ville d’Avray, hace un siglo, el mes de marzo de 1920, contrajo a los 12 años de edad fiebre reumática, sabiendo debilitado su corazón desde entonces predijo que viviría hasta los 40, falló por uno –llegó a los 39– y escribió poemas, artículos, cuentos, novelas, canciones:
«Señor Presidente,
le escribo esta carta
que quizá usted lea
cuando tenga tiempo
Hoy he recibido
la notificación
para ir a la guerra
la tarde del miércoles
Señor Presidente,
no lo pienso hacer
No vine a esta tierra
para matar pobres…»
Eso dice El Desertor, término usualmente cargado de connotaciones infames y reivindicado poéticamente en una de sus canciones más conocidas por Vian, autor de la letra, escrita en plena guerra de Argelia.
Monsieur le Président
je vous fais une lettre
que vous lirez peut-être
si vous avez le temps
Je viens de recevoir
mes papiers militaires
pour partir à la guerre
avant mercredi soir
Monsieur le Président
je ne veux pas la faire
Je ne suis pas sur terre
pour tuer des pauvres gens…
Si la letra de Le Déserteur es de Vian, la música es de Harold Berg, aunque Vian también compuso música –mucha, cientos de canciones–, y, trompetista eximio y reconocido como tal desde adolescente, a los 20 tenía su propia (y estupenda) banda y tocó jazz durante toda la década de 1940. Y mientras tanto escribió, y colaboró con diarios y revistas –Le Canard Enchaîné, Jazz Hot, etcétera, y (cuando los dirigían, respectivamente, Camus y Sartre), con Combat y Les temps modernes–. Tuvo más de un seudónimo; en realidad, más de 30, casi tantos como años de vida: Xavier Clarke, Andy Blackshick, Otto Link, Brisavion, Adolphe Schmürz, Bison Ravi, Zéphirin Hanvélo, Joëlle du Beausset, Aimé Damour, Giles Safran, Anna Tof, Bugataz, Fanaton, Kevk… Y, claro, Vernon Sullivan. El «autor» negro que en su primera novela hace decir a alguien que «todas las grandes orquestas de baile son blancas» solo para que Lee Anderson le responda lo que el bromista «traductor» blanco en realidad se dice secretamente a sí mismo:
–Por supuesto: los blancos están en la mejor posición posible para explotar la cultura de los negros.
No sé si todos los que han leído esa novela recordarán dónde estaban cuando se tropezaron con ella. Yo recuerdo la tarde en la cual la encontré y la leí en la biblioteca de mi abuelo, un pequeño libro de bolsillo de tapa blanda publicado en castellano por Bruguera con el título Escupiré sobre vuestra tumba. No sabía esa tarde que, mucho antes de que yo naciera, la historia que estaba leyendo se adaptó para hacer una película, dirigida por Michel Gast, que Vian execró durante el rodaje y durante cuyo estreno –luego de levantarse de su asiento del cine Le Petit Marbeuf en medio de la proyección para espantar a todos los demás asistentes con sus expresiones de repudio–, el 23 de junio de 1959, sufrió el ataque al corazón (en este punto se suele, desde entonces, bromear: «¿tan mala era?») que, camino al hospital, terminó con su vida, último –y negro– chiste del gran bromista. Muerto antes de los 40, músico con su propia y excelente banda desde los 20, autor de obras desafiantemente maduras desde los veintipocos, articulista para las publicaciones más importantes del momento desde mucho antes de los 30, dueño, en suma, valiente y sin subterfugios ni excusas de sus ideas desde el principio, Boris Vian nunca fue, pese a su –real– juventud y a su prematuro fin, periodista, músico, poeta ni escritor «emergente», porque nació ya grande, como todos los artistas de verdad. Jazz en su tumba.
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