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El filósofo argentino Hugo Biagini señala en su valioso libro La contracultura juvenil: de la emancipación a los indignados que a los jóvenes podemos analizarlos según los periodos históricos, las diferentes culturas, los estratos sociales, los desarrollos nacionales o las divisiones cronológicas que restringen la juventud al simple paso de una edad a otra. Por lo general, los jóvenes se inscriben en un marco de inconformismo, creatividad, preferencia por la acción, por jugarse con osadía. Eso ha hecho que la juventud haya sido glorificada en ocasiones por concentrar todas las virtudes, y que también, a veces, haya sido considerada como una «fuente de anarquía y perturbación social», «con ribetes delictivos». El doctor Hugo Biagini inicia su recorrido con aquellos universitarios que conspiraban en las colonias americanas contra la Corona y continúa hasta llegar a las luchas contra el neoliberalismo y la globalización del momento presente.
La preocupación específica por el joven no se remonta demasiado atrás en el tiempo. Es recién en la década de 1890 que se inicia la investigación rigurosa en torno al efebo y la adolescencia, con estudios de celebridades como Savonarola, Jefferson, Shelley, Tolstoi, Rousseau, Andersen, Keats, Wagner, etc., para inferir las inclinaciones preponderantes que evidenciaron durante su mocedad.
La experiencia americana de la emancipación fue protagonizada mayormente por lideres jóvenes. En este sentido, el ejemplo del caso paraguayo es emblemático, pues ninguno de los héroes militares de la independencia había cumplido los 25 años de edad al asumir responsabilidades tan inmensas como la de poner fin al imperio español en su territorio. La conjunción de estudiante revolucionario y rebelde se conjuga ya en la independencia, pues, de hecho, muchos de ellos eran egresados universitarios. En nuestro caso, lo eran Francia y Fernando de la Mora.
No debemos olvidar que Simón Bolívar, en una región totalmente distinta, hizo toda su carrera para morir muy joven, en 1830, a los 47 años. La época fue caracterizada también por otro joven, Napoleón Bonaparte, coronado emperador en diciembre de 1804, a los 35 años, como nos lo muestra el pintor David en el Museo del Louvre.
«Efebo» es una palabra griega que significa adolescente, aunque en la Grecia clásica su uso se destinaba a varones atenienses de 18 a 20 años.
El empuje juvenil caracterizó siempre al movimiento romántico, aquel que puso la figura del ser humano en el centro del universo, superando la era teocrática. A partir de ahí todo lo humano fue trascendental, y, continúa Biagini: el siglo XX fue considerado la centuria de los jóvenes por el enrolamiento político estudiantil que irrumpe como un factor de la modernidad. Tanto con el advenimiento de los estados nacionales, cuanto con el de los sistemas republicanos o democráticos. El adolescente cobra un sugestivo relieve en la novelística decimonónica, y por entonces son numerosos jóvenes quienes impulsan las sociedades secretas y los movimientos revolucionarios de Europa y América.
Al introducir el tema de la contracultura, el doctor Biagini señala los grupos y movimientos que cuestionan los valores, creencias, actitudes dominantes: «Se trata de manifestaciones que como las del romanticismo, el modernismo y el reformismo latinoamericano o el propio surrealismo han existido en mayor o menor grado con antelación al gran paradigma de la contestación sesentista, pero será con este último fenómeno que terminan cobrando una inusitada fuerza vital, a semejanza de la que alcanzaría paralelamente la llamada cultura juvenil por ese entonces».
Así se llega al punto de quiebre de todo estudio sobre rebelión juvenil enmarcada como arquetipo en los sucesos de París en Mayo de 1968, que terminaron con el giro radical de toda la cultura occidental, dejándose atrás siglos de costumbres tradiciones y divisiones estamentales vigentes. Fue una rebelión contra el principio de autoridad en su versión clásica, donde la edad senecta era importante.
El autor analiza luego algunas figuras emblemáticas de esa revolución juvenil; una de las más duraderas fue Ernesto Che Guevara, argentino revolucionario que hasta hoy encandila a través de sus acciones, y personalidad. El inconformismo latinoamericano también muestra huellas de Romain Rolland, escritor francés admirador de Tolstoi, precursor también de la no violencia y la necesidad del estudio para realizar el cambio.
El filósofo alemán Herbert Marcuse tuvo una gran vigencia con sus colegas de la escuela de Frankfurt de tendencia izquierdista que realizaban una aguda critica a la sociedad basada en las estructuras capitalistas occidentales.
Puede constatarse la vitalidad que revistió el desempeño juvenil en diferentes contextos espacio-temporales, las eclosiones universitarias con los distintos matices que dicho pensamiento arrastra consigo. La Reforma de Córdoba fue contemporánea de la Revolución Bolchevique de Rusia y la Revolución Mexicana, y todas ellas tuvieron una gran promesa de cambio. Sobre todo, la Reforma de Córdoba fue particularmente significativa por provenir de una institución terciaria de las más antiguas del continente.
Ese movimiento cuestionó el rol de la universidad, como simple fábrica de diplomas para perpetuar a las mismas elites, sin visos de cambio ni acceso a las mayorías, que habiendo escalado la alfabetización a través de la educación primaria y secundaria universal, comenzaban a exigir espacios a nivel terciario. Se buscaban cambios cualitativos en los programas de estudios, selección de docentes y rol de la universidad en el cambio social.
Estas reformas tuvieron alcance internacional; se extendieron a los cinco continentes. Esto motivó la politización de los estudiantes y una solapada búsqueda del poder a través del conocimiento, la oratoria y el servicio a la sociedad.
Más allá de endebles generalizaciones, los jóvenes, al menos comparativamente, han dado muestras de una presencia activa e innovadora, pues han seguido marchando para deshacer entuertos y cumplir funciones vanguardistas incluso durante el repliegue de la década de 1980 y la llamada revolución conservadora, hasta llegar a nuestros días, con su decisiva participación en luchas contra el neoliberalismo y la globalización financiera.
La larga dictadura militar paraguaya, iniciada casi con la Guerra Fría, dura lo mismo que esta, hasta 1989, y casi hasta la caída del Muro de Berlín, que puso fin a la utopía soviética y que pareció por un momento entronizar la democracia capitalista occidental como única opción o como «fin de la historia», en palabras de Francis Fukuyama, autor norteamericano que estimaba que la búsqueda de un sistema ideal había llegado a su término.
Sin embargo, las predicciones sobre capitalismo y neoliberalismo resultaron excesivamente optimistas, y aunque por un corto tiempo el mundo se volvió unipolar y globalizado, la revolución de las comunicaciones y las crecientes exigencias populares iban a contramano del orden necesario para el florecimiento del sistema neoliberal.
En cierto momento se pensó que el progreso, la libertad y el futuro prospero podían tener inicio en una férrea dictadura militar, como sucedió en el caso de Chile, que inició grandes procesos de privatización con auspiciosos resultados que sin embargo no se extendieron a toda la población, lo que motivó un estallido social juvenil que rechaza las estructuras inequitativas, a tal punto que el gobierno no tiene más alternativa que prestar atención a los reclamos.
Las chispas que encienden las rebeliones masivas pueden parecer triviales, unos pocos pesos de incremento en el costo del transporte público, de la gasolina o de los servicios básicos, de lo que se infiere que las reivindicaciones no eran estrictamente económicas sino que revelaban una profunda insatisfacción con las estructuras distributivas, algo que no siempre se refleja en estadísticas gubernamentales.
La gran contribución del profesor Biagini es darle protagonismo a la juventud. Esto es particularmente relevante en nuestro continente, pues casi ninguno de los actuales programas gubernamentales de asistencia social y oportunidades en general presta la debida atención a las reivindicaciones que en este momento tienen lugar en Latinoamérica, con los jóvenes marchando y exigiendo.
Una inmensa mayoría está en las calles, insatisfecha con las posibilidades que se les brindan para su realización personal y profesional y para su posterior inserción laboral. Ellos tienen un objetivo muy claro, en contraposición a la absoluta desorientación de las autoridades, que parecen incapaces de dar respuestas significativas, por lo que se ven impelidas a improvisar al tanteo, lo cual irrita aun más a esa población exaltada y muy desesperanzada.
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