Goodbye, friend

No existen hechos, solo representaciones, no somos quienes creemos, la vida es un montón de cuentos proyectados contra una pantalla borrosa llena de ruido y de furia. Comienza el 2020 sin Mr. Robot, la serie que nos acompañó durante la segunda mitad de la década y que se ha despedido con el año que acaba de terminar.

Goodbye, friend
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Sombra de la gran resaca del 2008 que se extiende hasta oscurecer el futuro y el presente, alargada sombra de la hipoteca, finalmente global, de millones de vidas anónimas para salvar a los bancos que detonaron el desastre con todas sus ondas expansivas, voz de la angustia y la bronca ante el crecimiento parejo de la riqueza y de la desigualdad, ante la privatización de los derechos, ante el desvanecimiento de los estados no para liberarnos sino para facilitar el tránsito del capital transnacional, Mr. Robot, que acaba de despedirse con el 2019, llegó en el 2015 para decirnos que la revolución será global o no será, que podrá comenzar en un rincón cualquiera del globo, que para comenzarla bastará con tu computadora.

Los hackers de fsociety se reúnen en un local de Arcade abandonado en Coney Island, se enmascaran para alzar videos, se proponen borrar las bases de datos de la poderosa corporación multinacional E Corp, y con ellas las deudas que esclavizan a sus usuarios, y están encabezados por Elliot Alderson, vocero de Mr. Robot, su propio y secreto dios inconfeso, el dios del descontento, la soledad y la psicosis, avatar contemporáneo de aquella misma deidad escondida que impulsó otrora a Tyler Durden contra MasterCard y Visa en Fight Club, vocero, pues, de ese saber misterioso que no miente, que no se rinde, que es justo, y que algunos necesitamos a veces que no exista solo en nuestro interior. Saber, pues, del delirio, que sabe más aquí que la cordura; saber, al cabo, cierto, pues expresa el deseo vital que el capitalismo sustituye o deforma para mejor saciarlo con sucedáneos de su verdadero, oscuro objeto, saber que no se resigna a ser así saciado; saber, por eso, en el mejor sentido, religioso, combustible de la fe: saber revolucionario.

Visualmente cruel, a toda complacencia, con planos y encuadres como metáforas del vacío, la serie se resiste. La cámara rompe las reglas de la composición. Al enfocar una esquina deja tanto vacío al otro lado que se impone la inquietante sensación de que alguien o algo está a punto de aparecer para llenarlo y equilibrar así toda la escena. Nada es claro; nada es cómodo; nada está bien. Cuando a la voz en off de Elliot la acompañan primeros planos de su rostro, el encuadre deja fuera de la vista partes «necesarias» de ese rostro: nuestro protagonista está tan fuera de lugar en el mundo que ni siquiera ocupa el centro de su propio relato. Y si bien, retrospectivamente, ahora que los capítulos finales han desencriptado su mente para la audiencia, eso puede hablar, entre otras cosas, de disociación, tal posición descentrada habla también de la naturaleza determinista y claustrofóbica de su propio relato existencial sin salida en una sociedad –la nuestra– que lo reduce a mera pieza de los engranajes de un sistema en el que se nos presenta, al inicio –con esa cara amable, «ética», del mundo corporativo que es Gideon Goddard, por jefe–, trabajando como empleado de All Safe, la empresa a cargo de la seguridad electrónica de E Corp –Evil Corp, como a veces desliza el guionista, Sam Esmail–, el mismo siniestro núcleo privado de poder impune desde el cual se toman decisiones tales como la de ocultar los desechos tóxicos que, con varios tipos de cáncer, mataron a veintiséis trabajadores de su planta de Washington Township… entre ellos, el padre de Elliot, que, por supuesto, no descansa en paz.

Cuando no tienes peso en el desenlace de tu propia historia, cuando no ocupas siquiera el centro de tu propio relato, cuando no puedes influir en tus circunstancias ni en tus posibilidades, qué hacer sino invertir por completo las cosas y tomar el control de todo, desencriptar el destino, dar enter a la revolución, hackear el universo. «Supongo que ella no sabe de tu existencia», te dice Elliot, mirándote a los ojos (mirando a la cámara), y Krista reconoce entonces tu presencia: eres una de las personas «que piensan que no son parte de esto, a pesar de que han estado allí desde el comienzo».

Goodbye, friend. Gracias por la compañía. Después de todos estos años, la melancólica rutina de outsider que en la ficción fuera de Elliot, para mí regresa al lugar donde estuvo siempre, la realidad, y al profundo espacio secreto donde callo mi cotidiano desconcierto. En cuanto a ustedes, alégrense. Un día recibirán el mensaje de que por fin hemos logrado destruir sus datos financieros. El mensaje de que ya nadie les debe dinero a esos cerdos. Any money you owe these pigs has been forgiven by us. Y otro mundo podrá nacer entonces de las cenizas de este. A world where greed is not encouraged, a world that belongs to us again, a world changed forever. Un mundo que no premie la codicia, un mundo de nuevo nuestro, un mundo transformado para siempre: #WeAreFSociety.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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