Investiga, desconéctate, deserta

Adiós al año en el que se cumplieron siete décadas de la publicación de 1984, una de las distopías más importantes de la modernidad.

Investiga, desconéctate, deserta
Investiga, desconéctate, deserta

Cargando...

Se va el año en que se cumplieron siete décadas desde que, en 1949, Eric Arthur Blair, con el seudónimo de George Orwell, publicó la historia del ciudadano 6079 Smith W, que trabajaba en el Ministerio de la Verdad «sobreescribiendo» noticias de periódicos del pasado para que se ajustaran a la «realidad»: 1984.

Winston Smith (que ni siquiera estaba seguro de que el año realmente fuera 1984) vivía entre los afiches del Gran Hermano y bajo la mirada de la Policía del Pensamiento, con la telepantalla por compañera. La telepantalla difería del televisor, que en las décadas siguientes a la publicación de 1984 entró en todos los hogares, en dos cosas: también te miraba, y no la podías apagar. No existen esas diferencias con el Smartphone –como se sabe, al descargar una app te piden permisos de acceso a cámara, micrófono, archivos, etcétera, y el uso de esos permisos, aun si apagas el móvil, va muy lejos (1)–.

Si bien la televisión –mediante, por citar lo más obvio (no lo único), sus reality shows y sus programas de cámaras escondidas– creó millones de big brothers, no llegó tan lejos como las redes sociales. A diferencia de la telepantalla, que lograba la conformidad con el Partido, la que la televisión primero y las redes sociales después generalizaron fue la conformidad con un conjunto de valores y un modo de vida. El individuo de ayer tenía modelos televisivos –conducta, ropa, apariencia, pareja, familia, trabajo, consumo– de persona, como el individuo de hoy los tiene en las redes, donde juzga y se juzga, vigila a otros y se vigila, y aprende a adecuarse a las expectativas de esa mirada social que activamente integra y por la cual, al mismo tiempo, es moldeado.

En las siete décadas posteriores a la publicación de 1984, observar la vida privada de los otros se volvió algo normal. «Por supuesto, no había manera de saber en qué momento te estaban observando… Tenías que vivir –vivías, por ese hábito que se vuelve instinto– aceptando que cada sonido que hacías era escuchado y, salvo en la total oscuridad, cada movimiento, escrutado» (1). Contra las lecturas del libro de Orwell como mera sátira del estalinismo, lo realmente siniestro de la sociedad de control total que describe no son las privaciones materiales ni las torturas físicas de los posibles disidentes –cosas, en comparación, casi banales–, sino el fin de la persona, la mutación completa –kafkiana, samsiana– de la subjetividad. Jugando el juego de las redes, damos likes a diario a una distopía cuya principal lección es que la victoria en el dominio político no se consuma con el control del espacio público sino con la extinción del espacio privado.

Mientras los algoritmos ganan terreno, nosotros perdemos el control de nuestras prótesis tecnológicas. La mayoría hoy no podemos llegar al código de nuestra computadora ni limitar el acceso a la información personal de nuestros dispositivos, y aun los más diestros de nosotros –yo no lo soy, pero conozco un par que sí– tienden a tropezar con creciente frecuencia con zonas inaccesibles. Sería contrario a la lógica esperar de los gobiernos regulaciones efectivas en defensa de nuestros derechos y contra los intereses y el poder de las corporaciones. En realidad, si las plataformas big tech pueden emplear sin trabas, como lo hacen, infraestructuras de vigilancia masiva para generar publicidad dirigida a gran escala, es porque acumular y procesar nuestros datos personales permite al modelo de capitalismo financiero que domina actualmente la economía mundial avanzar en la apropiación de cada vez más espacios de rentabilidad. Va a ser muy difícil, y –por mil motivos, incluso laborales– comenzará pareciendo inviable, pero la puerta de salida solo podremos abrirla y solo la abriremos nosotros, los usuarios. Sin los datos que nuestro comportamiento en línea –tristemente movido por lo que Sean Parker, primer presidente y fundador de Facebook, llamó «circuito de retroalimentación de validación social»– les proporciona, los algoritmos no pueden dirigir los anuncios a su target con precisión.

Hace ahora un año, al terminar otro diciembre, un episodio de Black Mirror nos contaba cómo, en su trabajo en la compañía de videojuegos Tuckersoft, Stefan Butler cuestionó la «realidad»; homenaje al 1984 de Orwell, no por azar situado en 1984, Bandersnatch puede verse sin interactuar o tomando decisiones que conducen a cinco posibles finales distintos. Este es un artículo de adiós al 2019 no solo por el aniversario de la aparición de 1984 sino porque el propósito de las fiestas que cierran y abren ciclos temporales es recordarnos que la materia prima de la historia es el cambio y que cada momento puede por ello ser el primer día de algo nuevo. Ningún parecido entre el Big Brother y el Big Data es inocente. Al mercantilizar tus datos, internet ha incorporado tus actividades, tus experiencias, tus relaciones, tu vida a su tasa de ganancia e integrado tus secretos, tus gustos, tus deseos, tus sueños al circuito capitalista. La colonización estará consumada cuando, con la atención como valor de cambio, la misma condición de existencia del sujeto sea la visibilidad, de modo que no solo no reclame ya privacidad alguna, sino que ni siquiera sea capaz de desearla. Investiga. Desconéctate. Deserta. Feliz Año Nuevo.

Notas

(1) Ver, por ejemplo: «¿Realmente te espía (y para qué) el micrófono de tu teléfono?», BBC News, 14/04/2019: https://www.bbc.com/mundo/noticias-47909323); «Facebook is secretly using your iPhone’s camera as you scroll your feed», Next Web, 12/11/2019: https://thenextweb.com/apps/2019/11/12/facebook-camera-ios-iphone/.

(2) «There was of course no way of knowing whether you were being watched at any given moment... You had to live –did live, from habit that became instinct– in the assumption that every sound you made was overheard and, except in darkness, every movement scrutinised». George Orwell, Nineteen Eighty-Four, Londres, Penguin, 2004.

montserrat.alvarez@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...