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«Todo lo que dicen o hacen nuestros padres sobrevivirá de alguna manera, en parte de nosotros».
Luego de trajinar profesionalmente como actor en forma ininterrumpida durante más de veinte años, interpretando personajes creados por otros, hoy Roberto Cardozo asume la difícil tarea de representarse a sí mismo. Lo secundan en esta aventura Nataly Valenzuela y Sergio Núñez, como directores. Así, llegan a Madrid, espectáculo en el que desarrolla su propio ritual de vida, convocando recuerdos, exorcizando demonios, y celebrando también los momentos de plenitud. El recuerdo, marcado por una fuerte presencia de la madre, hacedora de prendas y de sueños de sus clientas, va cosiendo y a la par sembrando en su hijo rasgos de su futuro pensamiento y conducta. Una suerte de simbiosis madre-hijo nos sorprende de tanto en tanto, aportando ambigüedad en ciertos momentos y situaciones. Un elemento importante desde el inicio es el tiempo y destiempo marcado con fuertes y compulsivos giros en el suelo, interrumpidos por los duros intentos de incorporarse y liberarse del mismo, dando espacio a la permanente pugna entre la libertad y la represión. Una fuerte atmósfera se logra con la sola presencia de una máquina de coser, dos sillas y una falda; el resto lo construye el actor con su enorme entrega, energía y excelente manejo corporal, aproximándose, por momentos, a zonas artaudianas de rigor y compromiso al límite. El tormento y el éxtasis emergen en forma alternada y sustentada por una particular recreación del flamenco, brindando así ritmo, fuerza y un extraño juego en el manejo del tiempo. Otro elemento importante que toca la obra es la dualidad dependencia-abandono. Los principios adquiridos al pie de una máquina de coser conforman la base para la reconstrucción o recreación luego de las caídas. Aplicar a la vida los principios básicos de la costura, buscando que lo unido tenga un buen acabado y así pueda durar mucho tiempo, es uno de los pensamientos legados. Asimismo, tratar de juntar a los seres queridos, de unir los recuerdos y los sueños, aprender a coser fuertemente todo lo bello que nos tocó vivir, coserlo todo permanentemente. «Coser el corazón roto una vez más, para que nuevamente pueda romperse. O si no, ¿para qué coserlo?»