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La alusión religiosa del título de esta historia de las ideas políticas en América Latina desde fines del siglo XIX hasta inicios del XXI, Redentores, no es solo una metáfora: el trasfondo religioso de la cultura católica ha permeado siempre la realidad política de Hispanoamérica. Sin proponérselo directamente, el autor hace un estudio del populismo latinoamericano, que puede ser de izquierda o de derecha. Toma doce personajes significativamente diversos en sus orígenes y experiencias: José Martí, José Enrique Rodó, José Vasconcelos, José Carlos Mariátegui, Octavio Paz, Eva Perón, Gabriel García Márquez, el Che Guevara, Mario Vargas Llosa, Rafael Ruiz, el apóstol de los indios, el Subcomandante Marcos y Hugo Chávez. En este artículo nos detendremos en Evita.
Eva Perón nació en 1919 en Junín, área rural de Los Toldos, como hija natural, inicialmente no reconocida, del próspero caballero rural Juan Duarte. Migró a los 15 años de edad a Buenos Aires, donde se dedicó a la actuación en teatro, radioteatro y cine. En 1943 fue una de las fundadoras de la Asociación Radial Argentina (ARA), de la que resultó elegida presidenta. Durante casi una década ejerció su vocación con poca fortuna: papeles mudos en teatro, roles intrascendentes en cine, fotografías en postales publicitarias y revistas de espectáculos... Fue parte de la moda del radioteatro que iba de México a Tierra del Fuego. Todas estas vicisitudes de su existencia financiera y artísticamente precaria, además de sus orígenes, alimentaron en ella cierta frustración y resentimiento hacia los poderosos y hacia la rica sociedad tradicional bonaerense. En 1944 conoció al coronel Juan Perón, ambicioso militar de notables habilidades retóricas, que además escribía ensayos políticos, con fuerte tendencia hacia el totalitarismo de moda entonces en Europa. En la Junta Militar ejercía de vicepresidente y secretario del Ministerio del Trabajo, y eso lo acercó a la clientela de la que ya no se desligaría nunca. Unida sentimentalmente a él, Eva no desperdició su gran oportunidad. Estando preso Perón, desde los micrófonos de la radioemisora ella convocó a los trabajadores, a los descamisados, a una marcha para lograr su libertad y después lanzar su candidatura a la presidencia, lograda en elecciones en mayo de 1946 con un curioso lema alusivo al embajador estadounidense: «Braden o Perón». Convertida en primera dama, llega, prosigue Krauze, el momento estelar: la pareja se muda al Palacio Unzué, residencia de habitaciones casi infinitas pero apenas suficientes para el guardarropa de Eva. Desde su nueva posición podía reformar su historia desde el origen, y enseguida acumuló la fortuna que sentía merecer. Comenzó a cortejar a las multitudes con un generoso empleo de fondos públicos: «En la Navidad de 1947 regaló 5 millones de juguetes; año con año repartió decenas de miles de zapatos, pantalones, vestidos, ollas, productos comestibles, biberones, muñecas, pelotas, triciclos, máquinas de coser y las dentaduras postizas que eran su obsesión» (p. 307).
Realizó una gran actividad política: logró en 1947 la sanción de la ley de sufragio femenino y, conseguida la igualdad política entre hombres y mujeres, buscó la igualdad jurídica de los cónyuges y la patria potestad compartida con el artículo 39 de la Constitución de 1949, año en el que fundó el Partido Peronista Femenino, que presidió hasta su muerte. Desarrolló una amplia acción social dirigida a los grupos más carenciados a través de la Fundación Eva Perón, que construyó hospitales, asilos y escuelas, impulsó el deporte con campeonatos y el turismo con colonias de vacaciones, otorgó becas a estudiantes y ayudas para vivienda y promocionó a la mujer en diversas áreas. Su popularidad era casi ilimitada y, si bien repetía «la vida por Perón», este no podía ver con buenos ojos su estrellato y nunca le permitió ser candidata a vicepresidenta. Krauze, un demócrata que no ve a los redentores populistas con buenos ojos, se pregunta ante tal generosidad: «¿Quién pagaba la cuenta?», y responde: no Eva, sino las reservas argentinas acumuladas en décadas, los obreros con sus donaciones voluntarias y la posteridad endeudada, empobrecida, devorada por la inflación. En la historia del populismo, Eva batió todos los récords. Recibía 20 delegaciones al día. Visitaba frenéticamente fábricas, escuelas, hospitales, sindicatos, clubes deportivos, barrios, villas. Inauguraba puentes, tramos de caminos, escuelas rurales, torneos de fútbol.
Debido a un fulminante cáncer de cuello de útero, falleció el 26 de julio de 1952 a los 33 años de edad. Recibió honores oficiales y fue velada en el Congreso de la Nación y en la central sindical (CGT) con un reconocimiento multitudinario sin antecedentes en el país. En el capítulo de Redentores que estamos comentando, titulado con acierto «La madona de los descamisados», relata Krauze que: «Cuando sobrevino su muerte, por largos meses las estaciones de radio argentinas detenían sus trasmisiones a las 8.25 pm, advirtiendo a los escuchas que a esa hora había entrado Eva a la inmortalidad. Cuarenta mil cartas llegaron al Vaticano pidiendo su canonización (que sería denegada). El fetichismo en torno a su persona y sus objetos llegó al extremo de tratar como sagrados los billetes que pródigamente había repartido» (p. 304). Su cuerpo embalsamado estuvo en la CGT hasta que en 1955 el golpe militar llamado la Revolución Libertadora derrocó a Perón (que se exilió en Paraguay, Panamá y España), y uno de los primeros actos del nuevo régimen, temeroso del poder de ese imaginario argentino que mezclaba política y religión en un culto popular, fue llevarlo a un destino que se mantuvo por mucho tiempo desconocido.
Eva escribió dos libros: La razón de mi vida, en 1951, y Mi mensaje, en 1952, y recibió numerosos honores, entre ellos el título de Jefa Espiritual de la Nación, la Gran Orden de Isabel la Católica en España, de manos de Francisco Franco, la distinción Mujer del Bicentenario, la Gran Cruz de Honor de la Cruz Roja Argentina, el Reconocimiento de Primera Categoría de la CGT, la Gran Medalla a la Lealtad Peronista en Grado Extraordinario y el Collar de la Orden del Libertador General San Martín, la máxima distinción argentina. Se han producido películas, musicales, obras teatrales, novelas y composiciones musicales sobre Eva Duarte de Perón.
Sus grandes biógrafos son Alicia Dujovne Ortiz, con Eva Perón. La biografía (1995) y La procesión va por dentro (2019) –novela traducida a 22 idiomas que retrata a este personaje mítico a cien años de su nacimiento–, y Tomas Eloy Martínez, que en Santa Evita (1995) se pregunta cómo el peronismo arraigó tanto en Argentina. El peronismo sigue tan vigente que ningún presidente civil de otro partido pudo terminar su mandato, por los frecuentes golpes, y solo los peronistas, con sus distintos ropajes, lograron concluir los suyos. Esa longevidad política mueve a Krauze a preguntarse por qué el peronismo ha retenido su prestigio. Quizá la respuesta sea que Evita forzó a la élite argentina a reconocer la existencia de los pobres y de la desigualdad y que, «por desorbitados que hayan sido sus programas de ayuda, permanecen en el recuerdo de esos mismos desheredados. Significativamente, Eva dejo tras de sí un arco iris de ideologías: en solo una década paso de ser la diosa del populismo de derecha al icono de la izquierda marxista» (p. 314).
Las conclusiones de Krauze son agudas: «el peronismo no fue en sentido estricto una dictadura militar. Toleró elecciones y no pudo borrar la disidencia, pero debilitó y adulteró las instituciones políticas y las libertades públicas e incurrió en otra seria debilidad: el chovinismo, esa concepción hiperbólica e irreal del lugar y el destino de una Nación en el mundo. El chovinismo, además es una doctrina del odio entre las naciones» (p. 314), y su comentario final sobre la figura de Evita, sucinto pero apropiado: «populista, caudillista, chovinista (y, no del todo inadvertidamente, pro nazi), Eva Perón fue la mayor demagoga del siglo XX. Representa un poco de lo bueno de la herencia cristiana de raíz ibérica en Latinoamérica, un eco de la vieja justicia distributiva, un pie de página en la historia universal de la caridad» (p. 314-315).
La historia de Latinoamérica, se ha dicho algo exageradamente, no es más que la biografía de sus caudillos. Para Krauze, los Redentores tuvieron protagonismo, y algunos injerencia política y permanencia en el tiempo, pero siempre fueron parte de la estructura tradicional caudillista heredada de la España medieval, dentro de la cual la participación del pueblo es meramente pasiva y no hay demasiado espacio para la democracia, la disidencia ni la contestación. Para el populismo, existen probos y traidores: es una ideología básicamente maniquea, y la historia de Eva Perón no se aparta de ella.