La briosa canción del mundo

Rosalino Zárate, músico de Lima, con Juan Vera (de espaldas) en una escena de La afinación del diablo (2018), de Juanca Lucas
Rosalino Zárate, músico de Lima, con Juan Vera (de espaldas) en una escena de La afinación del diablo (2018), de Juanca LucasArchivo, ABC Color

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La afinación del diablo (2018), docuficción del director Juan Carlos Lucas sobre la técnica que el músico Efrén «Kamba’i» Echeverría, según rumores, aprendió de un tal Peloncho, figura mítica que vendió su alma a cambio de tal destreza –destreza maldita que a lo largo del tiempo pagó de varias formas, sobre todo con su cuerpo, doblemente mutilado–, filmado enteramente en horas nocturnas, nos ha conmovido por su sensibilidad para la despojada, dura belleza del mundo rural paraguayo, con los rostros y voces que lo habitan, con su misteriosa afinidad con los poderes del silencio y la música, con su cruda elegancia.

Pienso en historias y seres que, cruzando tiempos y fronteras, pueblan el mismo vasto fondo mítico. En, por ejemplo, otro músico rodeado (como el oscuro maestro, real o ficticio, de Kamba’i –Peloncho–) de leyenda.

De él nos quedan trozos de una vida que terminó rápido. Tras la muerte de su mujer, se dio a la bebida. Trabajador del campo, desapareció un año y se dijo que había aprendido a tocar blues sobre una tumba a medianoche. Al volver, el guitarrista mediocre había mutado en virtuoso que tocaba de modo que haría escuela, las cuerdas bajas marcando un walking bass hipnótico, las demás con vida propia y un slide que daba aullidos. Cuando, en casa de Brian Jones, Keith Richards escuchó por primera vez un disco suyo, preguntó: «Ese, ¿quién es?». Jones le respondió: «Robert Johnson». «Me refiero al otro tipo que toca con él», aclaró Richards. No podía creer que fuera una sola guitarra.

En una casa en medio de la noche del norte paraguayo, en el documental de Juanca Lucas, Rosalino toca la guitarra y conversa con el joven músico Juan Vera, discípulo del maestro Kamba’i Echeverría. Le cuenta que hace mucho vieron a Peloncho tocar mientras saltaban cuerda tras cuerda todas las de su guitarra salvo una, con la que siguió tocando como si las tuviera todas.

«Esos no están solos», dice.

La intuición de un doble fantasmal, de un ambiguo aliado, ante todo busca explicar la destreza por la que Peloncho o Kamba’i parecían tocar más de una guitarra. Como Robert Johnson. En sucesivas escenas del tiempo nocturno de los músicos, en patios y porches de ranchos hundidos en las sombras del monte, Juan Vera pregunta por Peloncho a cuantos pudieron haberlo conocido. No queda un documento, un registro, una foto, ni siquiera un apellido, un nombre –solo ese sucedáneo fantasioso, el sobrenombre que esconde su identidad real, si es que la hubo–.

Sabíamos que la «afinación del diablo» la aprendió el maestro Echeverría de un vecino, Eusebio Cantero. Don Efrén nos lo contó una tarde, un año antes de morir. En una de las conversaciones de la película de Juanca Lucas, cuando Juan Vera pregunta si existe alguien que haya conocido a Peloncho –de quien hasta ahí solo hemos escuchado rumores de origen anónimo–, por fin recibe como respuesta un nombre: Eusebio Cantero.

Ha muerto ya, le aclaran. Poco después lo vemos dirigirse a la casa de su hermano, Rufino Cantero. Se sienta frente al anciano. Hablan. Sí, Rufino conoció a Peloncho. Solían tocar los tres, Peloncho, Eusebio y Rufino.

He ahí a Rufino, de palidez lunar, descarnada, ósea, a medias quizá espectro, pero sin duda una persona real al mismo tiempo, hablando de Peloncho. Peloncho no es, pues, un mito. Rufino dice que era cojo. Como si tuviera una pierna más corta que la otra. Que decía que en Bolivia lo había atropellado y dejado rengo un camión. Luego, sigue Rufino, Peloncho perdió una mano, la derecha; «se la hizo cortar», explica, «para que no avanzara». ¿Que no avanzara qué? «Lo que le carcomía». Se hizo poner una prótesis. Con ella tocaba y los tres siguieron juntándose de vez en cuando a guitarrear. Su hermano Eusebio, completa Rufino en el filme lo que de otra forma me había dicho Kamba’i, observó la técnica de Peloncho y se la mostró a Efrén.

Al escuchar eso me acuerdo de «Jagua’i karê», esa composición de Kamba’i que imita los movimientos de un perrito cojo. Su mujer, Magdalena, me había contado que Kamba’i lo encontró en la vereda con la patita rota por un coche. «O por un camión», pienso, con leve escalofrío, mientras sigo viendo el hermoso documental sobre don Efrén y su técnica, la afinación del diablo, que le da título. Kamba’i le ató una maderita a la pata para que pudiese andar. «Pero me siguió y no me dejó», se había reído esa tarde don Efrén. «Le quiso echar, pero se le quedó de compañero y andaban juntos», había reído también Magdalena. «Esos no están solos», me viene a la mente la extraña frase de Rosalino. Y recuerdo que Kamba’i también era cojo, que le habían amputado una pierna.

Cantor de un folclore de rasgueos eléctricos y vibrantes, figura desesperada y alegre, Robert Johnson se me aparece próximo a Peloncho, a quien coinciden en admirar por su destreza y llamar «siniestro» todos los entrevistados. Antes había muchas personas con payé, señala Rosalino. Payé porã o payé vai, payé bueno o payé malo. Un don, supongo. O un mediador fabuloso entre nosotros y ese otro mundo del que vienen los luminosos u oscuros dones. O un símbolo de lo inconsciente que abre puertas. O un talismán cuyo poder emana de nuestro propio interior desconocido. No lo sé.

«Ahora no sabemos nada», deja caer, preciso, lapidario, Rosalino en la pantalla. Su gesto es sereno, desdeñoso. Sé que tiene razón.

Nos queda la música, umbral de los universos perdidos. Música de esclavos que se dejaron la piel en plantaciones de algodón del Misisipí. Música de hacheros como Kamba’i, de peones de obrajes y jangadas en tierras del profundo Paraguay. Donde tus saberes urbanos poco o nada sirven. Donde las distinciones entre lo real y lo irreal se ven como lo que son, banalidades. Donde hay materia encendida para quien sepa atrapar la briosa canción del mundo.

Ficha técnica

La afinación del diablo

Año: 2018

Duración: 54 m.

País: Paraguay

Idioma: Guaraní y jopara (con subtítulos en castellano)

Dirección: Juan Carlos Lucas

Guión: Juan Carlos Lucas, Tito Chamorro

Producción Ejecutiva: Sofía Paoli Thorne

Dirección de Fotografía: Francisca Sáez Agurto

Sonido: Rodrigo Burgos

Edición: Alfredo Galeano

Música: Julio Rodas

Productora: Tekoha Audiovisual

Género: Documental de ficción

montserrat.alvarez@abc.com.py

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