López en Curupayty

Hoy, aniversario de la Batalla de Curupayty, la principal victoria paraguaya en la Guerra contra la Triple Alianza, recordamos al pintor Cándido López (1840-1902), que le dedicó todo un ciclo narrativo.

Cándido López: Autorretrato, 1858. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.
Cándido López: Autorretrato, 1858. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.Archivo, ABC Color

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Gracias a Cándido López sabemos que el 22 de septiembre de 1866 fue un espléndido día de primavera. El «manco de Curupayty» dedicó el final de su vida a pintar con la mano izquierda la batalla en la que había perdido la derecha. A evocar el fondo monstruoso de la guerra, su verdadera naturaleza de masacre, a recorrer con terca memoria los campos de batalla del pasado, a caminar minucioso entre cadáveres, a volver mil veces al barro sangriento para observar allí las raíces del Mal.

Su obra fue rescatada del olvido mucho después de su muerte. Entró en la historia del arte recién cuando el historiador y crítico José León Pagano –que en 1949 publicó la primera monografía sobre López– lo incluyó en 1936 en la exposición Un siglo de arte en Argentina, iniciando un interés que culminaría en la retrospectiva del Museo Nacional de Bellas Artes de 1971. La clave de ese destino está quizá en sus fantasmas sin facciones, que mal se prestan a las urgencias estatales de fomentar cultos heroicos a personalidades individuales y crear relatos patrióticos. Y también en la distancia entre las decisiones formales e iconográficas que tomó López y las convenciones estéticas de su tiempo. En sus cuadros de batalla utilizó un formato muy apaisado (tres veces más ancho que alto) para enfocar el vasto mapa de las acciones militares, verdadera maqueta de la muerte.

Cándido López: Trinchera de Curupayty, 1899. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina.
Cándido López: Trinchera de Curupayty, 1899. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina.

Pintor, daguerrotipista, zapatero y soldado, López nació en Buenos Aires en 1840. Estudió con Carlos Descalza y con el italiano Baldesarre Verazzi. En la década de 1860 conoció al italiano Ignacio Manzini y copió varios de sus cuadros de batalla. Su originalidad está incluso en los bodegones que pintó con fines comerciales entre 1885 y 1895 y que a veces firmó con su apellido al revés: Zepol. Se conocen pocas obras de sus comienzos: su Autorretrato (1858) y el Retrato del general Bartolomé Mitre (1862). Cuando estalló la guerra, se enroló con grado de teniente segundo en el batallón de voluntarios de San Nicolás, del Primer Ejército del general Wenceslao Paunero. En la Batalla de Curupayty, un casco de granada le destrozó la mano derecha, que tuvieron que amputarle junto con la mitad del antebrazo. En 1868, debido a una gangrena, sufrió otra mutilación. Y educó su mano izquierda para seguir pintando hasta su muerte, en 1902.

La única exposición individual de López (en vida) fue en el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires en 1885: veintinueve óleos, todos de escenas de la guerra, todos llenos de calor y fogonazos que ciegan, de hedor a carnicería y muerte, de estruendo ensordecedor de cañones y metralla, de gemidos animales y estertores de agonía, de gritos brutales de vencedores, de alaridos salvajes de mutilados.

El extraño formato de sus telas, tan apaisado, le permitía pintar como si lo viera todo al mismo tiempo, con ojos anchos como el horizonte, o desde todas partes, o con más de un par de ojos, y su perspectiva profunda da la impresión de una mirada ubicua y sobrehumana, o bien demasiado humana, por anónima ya. Los combatientes son personajes plurales, coros de una tragedia arcaica –la más arcaica de todas–. Pintó las mil deformes caras de la miseria en medio de la gloria de las nubes y de los árboles, de las aguas brillantes de los ríos y las noches inmensas, de los amaneceres imponentes.

Cándido López: Después de la batalla de Curupayty, 1893. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina.
Cándido López: Después de la batalla de Curupayty, 1893. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina.

Y al final de su vida, entre 1893 y 1902, recordó aquel día de primavera en el que se decidió su suerte en una serie de pinturas que forman todo un ciclo narrativo de la Batalla de Curupayty.

Pintó al final la escena del principio; pinto al principio la escena del final.

Pintó al final –el año de su muerte– el principio, la Marcha del ejército argentino a tomar posiciones para el ataque a Curupayty (1902). Se pintó a sí mismo cuando la granada le destruía el brazo en el Asalto de la tercera columna argentina a Curupayty (1893). Pintó al principio –el año en el que empezó a trabajar en este ciclo– el final que no pudo ver (Después de la batalla, 1893), con ese extraño saber que lo excedía.

Pintó esa batalla a la que le debía su mutilación y su sobrenombre desde todas partes. La pintó desde el campamento paraguayo (Trinchera de Curupayty, 1899), la pintó desde los acorazados y buques de la armada brasileña (Ataque de la escuadra brasileña a las baterías de Curupayty, 1901), la pintó desde diversos ángulos del campo de batalla (Asalto de la tercera columna Argentina a Curupayty, 1893; Asalto de la segunda columna brasileña a Curupayty, 1894; Asalto de la primera columna brasileña a Curupayty, 1897; Asalto de la cuarta columna argentina a Curupayty, 1898), la pintó desde todas las posiciones posibles, tanto de los vencedores como de los vencidos. ¿Desde dónde pintó Cándido López? Desde su tragedia y desde la ajena, desde su desgracia personal y la colectiva, desde sí mismo y desde los otros, desde nadie y desde todos.

montserrat.alvarez@abc.com.py

Candido Lopez: «Soldados paraguayos heridos prisioneros de la batalla de Yatay». Óleo sobre lienzo, 1892
Candido Lopez: «Soldados paraguayos heridos prisioneros de la batalla de Yatay». Óleo sobre lienzo, 1892
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