Iba Machado ligero de equipaje (II)

Este año se conmemora el 80 aniversario de la muerte en Coillure del poeta sevillano Antonio Machado, uno de los grandes nombres del Modernismo español y de la Generación del 98.

Antonio Machado en el Café de las Salesas. Fotografía de Alfonso Sánchez Portela. Museo Reina Sofía, Madrid, España.
Antonio Machado en el Café de las Salesas. Fotografía de Alfonso Sánchez Portela. Museo Reina Sofía, Madrid, España.Archivo, ABC Color

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Machado reconoció que debió haberle escrito a Pilar Valderrama, a quién llamaba Guiomar para esconder aquella relación, una doscientas cartas; ese género, el epistolar, herido de muerte por las tecnologías modernas y que, sin embargo, tanto nos hizo saber de personajes famosos. Hoy día no se conoce ni una carta de ella dirigida al poeta, irremediablemente perdidas en los ajetreos de la guerra. Las pocas de él, se encuentran en la Biblioteca Nacional alteradas, deformadas, destruidas por Valderrama.

Llegó el día del último viaje

Hacia finales de noviembre, después de los bombardeos que sufren la Biblioteca Nacional y el Museo del Prado, el Quinto Regimiento, que defendía Madrid, decidió salvar «la cultura viva del España», al decir de Rafael Alberti. Antonio Machado se resistió a esta decisión y con mucho trabajo, y después de varios días, aceptó dejar Madrid. Y el 24 de noviembre un coche oficial los recogió a él y a sus familiares «llevando estrictamente lo necesario», según las indicaciones que les habían dado.

Su poema «Retrato», escrito unos treinta años atrás, se cumplía como una trágica profecía: «Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar» (1).

La intelectualidad que estaba en Madrid fue trasladada de este modo a Valencia y hospedada en la Casa de la Cultura. El ambiente resultaba opresivo para Machado, quien logró que lo ubicaran en una villa abandonada por sus dueños en las afueras de la ciudad. El silencio, la calma de lugar, la soledad colaboraron para que Machado se fuera encerrando en sí mismo y sus silencios se volvieran más prolongados. Escribía allí sus artículos para la publicación Hora de España y otros periódicos. De manera paralela, leía con avidez las noticias, las relacionadas con la guerra y sobre todo el asedio a Madrid. Hasta que los sublevados quebraron la resistencia y se hicieron con la capital.

En los primeros días de febrero de 1938 se decidió abandonar Valencia, rumbo a Barcelona, lo más pronto posible ante el temor que los «nacionales» cortaran las comunicaciones entre las dos ciudades. Al principio el poeta se resiste pero luego acepta la propuesta y parte en compañía de su hermano José, su esposa y sus dos hijas. Mientras tanto, su hermano Manuel, también poeta, con el cual había escrito varias obras, se encuentra en Burgos, integrado a los sublevados y escribiendo poemas que glorificaban a Francisco Franco (2).

La estancia en Barcelona no iba a ser larga ni muy diferente a lo vivido en Valencia. Madrid está en manos de los rebeldes y luego van cayendo en sus manos diferentes ciudades al tiempo que se acercan a la capital catalana. Ya no quedan esperanzas mientras se van cerrando todas las vías de escape. Sólo queda una: la frontera con Francia.

Murió lejos del hogar

Hasta que llegó el momento de dejar también Barcelona. El domingo 22 de enero de 1939 Machado redacta su último artículo para la Hora de España, que, a pesar de entregárselo a un mensajero, no llegó nunca a destino y se perdió. Ya no había tiempo de averiguar qué había pasado. A la medianoche llega un coche oficial a buscar al poeta y a la familia que le acompaña. Van a la Dirección General de Sanidad, donde se les une una ambulancia llena de intelectuales y científicos que también huían. Después de una larga espera, alrededor de las tres de la madrugada, la caravana parte rumbo a la frontera con Francia. Ni bien salieron de la ciudad, comenzaron a sonar las sirenas anunciando un nuevo bombardeo de la aviación que respondía a los sublevados (3).

El trayecto de Barcelona a Port Bou, es decir a la frontera, tiene rasgos épicos. Los caminos están atestados de gente que huye despavorida. Se conocían las despiadadas represalias que tomaban los nacionales contra los «rojos», término que comenzó a utilizarse para catalogar a los comunistas y concluyó para designar a todos los que se oponían al régimen de Franco. Se sabía que el general Juan Yagüe había ametrallado a dos mil personas, hombres, mujeres, niños, ancianos, apresadas en la plaza de toros de Badajoz. Y cuando le felicitaban por tal iniciativa, respondía que eso no había sido nada más «que un ensayo de lo que haremos en la Plaza [de toros] Monumental de Madrid» (4).

Temerosos de que los fascistas destruyeran las obras de arte que se conservaban en el Museo del Prado, embalaron las obras y se las llevaron consigo para ponerlas a salvo en Suiza. Como la aviación alemana hacía vuelos rasantes sobre quienes huían, ametrallándolos, las cajas que contenían las obras de arte eran llevadas a pulso, caminando, buscando la protección de los árboles para no ser vistos desde el aire. A ello se sumó el temor de que fueran bombardeados desde el mar (5).

Después de salvar incontables obstáculos, la ambulancia en la que iban los Machado y otra gente los abandonó, quedándose allí el equipaje mínimo que llevaban y el poco dinero que tenían. El trecho que les separaba de Port Bou y la línea fronteriza lo tuvieron que hacer caminando bajo una lluvia torrencial y helada. Antonio mostraba los estragos de su quebrantada salud, al igual que su madre, de 88 años.

Por fin llegaron al pueblo de Collioure, donde se hospedaron en el hotel Bougnol-Quintana donde le dieron una habitación en la primera planta para él y su madre. Ella se acuesta y ya no se levanta. Antonio se pasa los días sentado a su lado y de vez en cuando le acaricia las manos. Es imposible saber si ella está consciente o no. Su madre había dicho que ella viviría mientras viviese su hijo. Hasta que Antonio se quebró. El 18 de febrero dijo sentir «una gran angustia de corazón». Vino un médico y dijo que aquello era muy grave. Entre su cama y la de su madre tendieron una sábana para que la mujer no se enterara de lo que sucedía con su hijo.

Según su hermano José, sus últimas palabras fueron «Adiós, madre» y falleció el 22 de febrero de 1939 después de haber entrado en coma dos días. El ayuntamiento de Collioure le cedió un nicho en el cementerio del lugar donde fue enterrado y puesta una pequeña lápida en la que se leía: «Ici reposse Antonio Machado mort en exil le 22 fevrier 1939» (Aquí descansa Antonio Machado muerto en el exilio el 22 de febrero de 1939).

Se cumplía aquel poema suyo de 1912: «Murió el poeta lejos del hogar. / Le cubre el polvo de un país vecino».

Notas

(1) Antonio Machado, Obras completas, Madrid, Austral, 1975, p. 144.

(2) Ian Gibson: Los últimos caminos de Antonio Machado, Madrid, Espasa, 2019, p. 178.

(3) Ibid., p. 181.

(4) Ibid., p. 139.

(5) Película documental de autor anónimo.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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