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El 14 de noviembre de 1937 la aviación alemana que apoya la sublevación de Franco en España bombardea la Biblioteca Nacional de Madrid pero a causa de la oscuridad no pueden dar en el blanco. La Biblioteca se encuentra en un hermoso edificio del paseo de la Castellana y ocupa casi toda una manzana. En el centro, tiene un patio cuadrado cubierto por un techo de vidrio que deja filtrar, de manera tenue, la luz del día. Alertados, quienes defienden el edificio llenan de bolsas de arena ese enorme espacio ya que se encuentra entre los objetivos de los rebeldes. El día 17 a la noche, los aviones regresan, pero esta vez con ideas más claras: arrojan bengalas que iluminan el objetivo y las bombas comienzan a caer a través de los cristales del techo pero las bolsas de arena amortiguan las explosiones. La intención de destruir la biblioteca, como hicieron aquellos bárbaros con la Biblioteca de Alejandría, ha fracasado (1).
Como había sucedido y seguiría sucediendo en toda Europa, los regímenes extremistas se caracterizan por ensañarse con la cultura para destruir toda herramienta capaz de hacer pensar a esa masa que, embrutecida, querían dominar.
El mundo de Antonio Machado, que por entonces vivía en Madrid, saltaba en pedazos. Aunque mantenía un hálito de esperanza hacia afuera, aunque con sus escritos seguía luchando en favor de la república y en contra del fascismo que se había sublevado en contra de un régimen democráticamente elegido en elecciones libres, íntimamente debía presentir que aquello no podía durar mucho. Y que la frase combativa de «No pasarán», que se repetía por todo Madrid, era más una expresión de deseo que una idea que respondía a la realidad.
A ochenta años
Este año, en febrero, se cumplieron ochenta años de la muerte de quien está considerado el poeta más importante que dio España durante el siglo pasado. Curiosamente, su poesía íntima, conmovedora, sencilla, no se contaminó nunca con su lucha política y, aunque por diferentes circunstancias no podía ir a luchar al frente tomando las armas, lo hizo en todo momento con el arma que mejor manejaba: la pluma. Aun enfermo, quebrada su fortaleza física, avejentado por la desilusión y el desencanto, encontraba la energía suficiente para seguir escribiendo sus artículos en la prensa republicana.
Cuando Joan Manuel Serrat le rindió homenaje poniéndole música a varios de sus poemas, unió tres breves poemas de su libro Proverbios y cantares basándose en el verso de «Caminante no hay camino…» (2) los unió con un estribillo (intertexto) que dice: «Golpe a golpe, verso a verso…». Con tan pocas palabras el cantautor español ha sintetizado lo que en profundidad fue la vida de Machado. Silenciado durante la dictadura franquista, esas canciones sirvieron para recuperar el interés hacia su obra volviéndose llamativamente popular.
Sus años de Andalucía
Nació en Sevilla el 26 de julio de 1875 pero no pasó allí mucho tiempo. Pronto dejó aquellas tierras cálidas, que tendría presentes toda su vida, para vivir en la fría Castilla, en Soria y más tarde también en París. A pesar de sus orígenes andaluces, su poesía no se contagia de la gitanería de otros poetas y sus versos no abandonan la austeridad que caracterizaría luego toda su obra. «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura un limonero; / mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; / mi historia, algunos casos que recordar no quiero» (3). Este poema, «Retrato», se publicó por primera vez en el periódico El Liberal en 1908 y luego en Madrid, en 1912 como parte del libro Campos de Castilla. En 1909 se casó con Leonor Izquierdo. Él tenía 33 años y ella apenas 15. Pero esa felicidad no iba a durar mucho, ya que el 14 de julio de 1911, estando en París, donde Machado estudiaba gracias a una beca, Leonor comienza a escupir sangre. El diagnóstico no podía ser peor: tuberculosis, una enfermedad para la que entonces no había cura (4).
Machado no pierde las esperanzas de que ella se recupere y en mayo de 1912 escribe uno de sus poemas más conmovedores: «A un olmo seco». Conociendo el momento por el cual estaba pasando el poeta, no es posible sustraerse a la tentación de establecer paralelos entre el olmo que agoniza y la mujer que ama: «Antes que te descuaje un torbellino / y tronche el soplo de las sierras blancas; / antes que el río hacia la mar te empuje / por valles y barrancas; / olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida. / Mi corazón espera / también, hacia la luz y la vida, / otro milagro de la primavera» (5). Pero el esperado milagro de la primavera no se produjo y el 1 de agosto de aquel año Leonor falleció y fue enterrada en el cementerio de El Espino, en Soria, de donde ella era natural. Allí tiene una lápida de mármol blanco con una sola dedicatoria: «A Leonor, Antonio».
En septiembre de ese mismo año, Machado escribe: «Después de mi desgracia he decidido consagrarme a la poesía y no salir más de mi rincón».
Un retiro no perpetuo
En 1928 Machado estaba viviendo en Segovia. Aquella promesa de perpetuo retiro estaba a punto de ser rota. Le anuncian que ha llegado de Madrid una mujer con una tarjeta de presentación y pide que la reciba. Escribe poesía, es casada, tiene dos hijos, es muy católica, nacida en Córdoba (Montilla). Tiene 39 años, es muy rica y de derechas. Se llama Pilar Valderrama y viene de pasar por una experiencia matrimonial dramática.
Nada más verla, Machado siente que tiene ante sí a la mujer que había esperado conocer durante todos aquellos años de retiro, de soledad. Después de su crisis matrimonial, Pilar Valderrama había decidido no volver a buscar en ningún hombre el amor carnal. Sólo le interesaría la amistad desprovista de todo componente sexual. Así como el poeta nada más verla siente que es la mujer soñada, ella al verle siente que es el hombre que puede darle lo que ella busca.
Se inicia una relación muy particular, ya que él se siente profundamente enamorado de Pilar, de la mujer; ella, por el contrario, se muestra deslumbrada ante la personalidad del poeta. Puestas las cartas sobre la mesa y aceptadas las condiciones que ella pone por respeto a sus ideas religiosas, a su esposo y a sus hijos, comienza una relación en la que ninguno de los dos puede ocultar su profundo enamoramiento. Se encuentran secretamente en los jardines de la Moncloa, donde había un palacete del siglo XVIII poco menos que en ruinas. El mismo fue reconstruido al término de la Guerra Civil y hoy es sede del Gobierno (6).
Machado reconoció que debió haberle escrito a Pilar Valderrama, a quién llamaba Guiomar para esconder aquella relación, una doscientas cartas; ese género, el epistolar, herido de muerte por las tecnologías modernas y que, sin embargo, tanto nos hizo saber de personajes famosos. Hoy día no se conoce ni una carta de ella dirigida al poeta, irremediablemente perdidas en los ajetreos de la guerra. Las pocas de él, se encuentran en la Biblioteca Nacional alteradas, deformadas, destruidas por Valderrama.
Notas
(1) Exposición en la Biblioteca Nacional de Madrid en conmemoración de este acontecimiento. Septiembre, 2017.
(2) Antonio Machado: Obras completas, Madrid, Austral, 1975, Poemas I, XXIV, XLIV, pp. 226, 232 y 237, respectivamente.
(3) Ibid, p. 144.
(4) Ian Gibson: Los últimos caminos de Antonio Machado, Madrid, Espasa, 2019, p. 35.
(5) Antonio Machado, op. cit., p. 200.
(6) Ian Gibson, op. cit., pp. 73-84.