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Fue en Santa Tecla que indígenas y demarcadores portugueses estuvieron frente a frente por primera vez. Si bien el episodio no tuvo gravedad, ya que el encuentro fue pacífico, marcó un antes y un después en el desarrollo del problema planteado por el tratado que firmaron las coronas de Lisboa y Madrid en 1750 y que obligaría a los nativos a abandonar siete pueblos donde se encontraban asentados desde hacía casi siglo y medio. Todo parece indicar que el encuentro fue sorpresivo, que ni unos ni otros se esperaban aquello. Además, el posterior relato de este episodio tuvo características totalmente distintas según quién lo relatara, si los indígenas o los portugueses.
El padre Juan de Escandón, en su relatorio al provincial de los jesuitas, se refiere a este encuentro diciendo que los demarcadores portugueses habían «hecho de esta mosca un elefante, o si no buscándole cinco pies a este gato; y sobre todo, han hecho también sus papelones, o informes falsos, muy semejantes a otros muchos que de Indias suelen ir a Europa, y con efecto se dice que los enviaron a las cortes de Lisboa y Madrid, tengo por necesario añadir a la ya dicha substancia del caso algún otro accidente y circunstancia. Tal es la de que luego que los indios (o por sus espías que los tienen, o de otro modo) supieron la llegada de los demarcadores a Santa Tecla, fueron o salieron a su encuentro, y en buenos términos y no con mal modo les pidieron que los que de ellos fuesen portugueses no pasasen adelante; porque les protestaban que no habían de permitir que portugués alguno diese un paso más adelante por las tierras de las misiones que ya habían pisado. Pero que si los españoles querían ir sin los portugueses, en eso no había embarazo alguno y que prosiguiesen en hora buena hasta el Ybicuy, y hasta el Uruguay también y hasta cualquier otra parte; y que si gustasen, ellos mismos los acompañarían y servirían, guiarían y ayudarían graciosa y espontáneamente, y por sola la razón de ser todos vasallos de un mismo rey; la cual no militaba en los portugueses, que lo eran de otro, a quien Dios solamente había dado las tierras del Brasil, y no más en todas estas Indias» (1).
Entre los demarcadores, además de portugueses había españoles que habían venido para servir de apoyo y también de control a quienes trazarían los nuevos límites entre los territorios de las dos coronas. Sabiendo esto, los indígenas dijeron «Que si también querían los españoles, y el padre capellán que los acompañaba, ellos mismos los llevarían a su mismo pueblo, si gustaban de verse con los padres misioneros y hablarles. Ni una ni otra oferta aceptaron los españoles; ni los indios tampoco cedieron en que con los españoles pasasen adelante los portugueses, y así después de varias instancias y resistencias que hubo de una y otra parte por medio de un intérprete que consigo llevaban los demarcadores, últimamente les pidió a los indios el cabo de los españoles las razones por qué no los dejaban pasar con los portugueses, o a los portugueses con ellos, y que no sólo se las dijesen de palabra, sino también por escrito. Así se las dieron, y después de tres o cuatro días, viendo que ni los indios cedían, ni el padre a quien habían escrito respondía, ni venía, dieron la vuelta desde allí sin acabar su demarcación. Todo esto es relación de los indios, como lo que del mismo caso se dirá, porque de ellos solos y de los demarcadores se sabe lo que allí pasó. Y como ambas dos partes son apasionadas, en lo que en su relación no convinieron ambas, no sería fácil de decidir cuál dice más verdad que la otra. Y cierto que en algunas cosas no convienen ni en el modo ni en la substancia, y mucho menos en la inteligencia» (2).
«Una de ellas es en la razón que los indios de palabra y por escrito dieron de su oposición a que pasasen adelante los demarcadores portugueses. Los indios dicen que la razón que dieron fue que porque el gobernador de Buenos Aires (a cuyo gobierno pertenecen los siete pueblos) el padre provincial de la Compañía, el padre superior de Misiones, y el cura de su pueblo les tenían encargado que no dejasen entrar en sus tierras a los portugueses, y que esto y no más contenía el papel que primeramente les dieron y que era, y no más, lo que les habían ya dicho y repetido de palabra; y que por que este papel no tenía firma les pidió don Juan Echeverría otro que estuviese firmado. Diéronselo luego; y no parece que tuvieron la curiosidad de quedarse con algún tanto, ni aun con el borrador tampoco porque no parece que lo hicieron. Y aunque ellos digan que en este segundo papel decían lo mismo que en el primero, no se sabe si añadieron o quitaron, o insertaron algo que variase la substancia. Por algunos de ellos dicen que se añadió, que ellos no podían creer que lo que los españoles decían fuese verdad, ni que tal comisión tuviesen de irles a demarcar sus propias tierras con los portugueses, ni que esa fuese la voluntad del rey; ni que un rey tan justo quisiese quitarles a ellos la herencia de sus padres, para dársela a los portugueses; ni jamás creerían que su majestad los quisiese así castigar con la privación de unos bienes en cuya posesión ellos y sus antepasados habían estado siglos antes que viniesen a este mundo españoles ni portugueses; y mucho menos cuando ni ellos ni sus padres habían cometido delito alguno digno de que por él se les desterrase de sus pueblos y tierras, antes siempre servido al rey y sídolo enteramente fieles a su corona, sirviéndola hasta contra los míseros portugueses, echándoles primera y segunda vez de la Colonia del Sacramento como se los hubieran echado la tercera si los españoles se lo hubieran permitido; pero que si aun quería su majestad ellos se la quitarían ahora otra tercera vez» (3).
«Como estas altercaciones indios miguelistas y demarcadores duraron tanto tiempo, hubo el bastante para que corriese la voz con la novedad de la llegada a Santa Tecla de tales huéspedes; y ella acaso atrajo de las estancias circunvecinas algunos de los pastores o estancieros, y acaso también a algunos o a todos los miguelistas, que en aquel su alboroto dijimos que habíase tirado de su pueblo hacia las estancias pocos días antes, y el factible que algunos de ellos hubiesen llegado ya a la suya. Y lo cierto parece que llegarían, puesto que los 60 que las guardaban, se atrevieron a hacer frente y dificultar el paso con tanta determinación e intrepidez a tantos españoles y portugueses armados, sino es que digamos que el temor (o más miedo que vergüenza) que mostraron tenerles los portugueses, les dio a los indios ánimo para toda aquella declarada resistencia. Porque cuentan que queriendo los españoles, o el cabo de ellos darles o regalarles no sé que cosillas, a los dichos 60 indios que se les oponían al paso, se les dijo que llegasen a recibir el regalo de cuatro en cuatro solamente, y estos desarmados; y que ellos así lo hicieron, quedándose entre tanto los demás armados algún trecho retirados, aunque siempre a la vista, y que no obstante esta cautelosa prevención, no se dieron los portugueses, que estaban en compañía del cabo español, por tan seguros de los cuatro desarmados, que no los recibiesen con fusil en mano y bayoneta calada; lo cual se observó que no habían hecho los españoles que también estaban allí con su dicho cabo. Interpretóse esto a miedo que tuviesen los portugueses, no mostrando (aunque lo tuviesen) ninguno de los castellanos. Y si todo esto fue así, sería la primera vez que el miedo se atreviese a los portugueses o será descompasada ponderación aquella de que para causar a los portugueses recelo, veinte años de amenazas cuesta el cielo» (4).
Notas
(1) Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.
(2) Ibid.
(3) Ibid.
(4) Ibid.
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