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Pocos saben que el mítico padre del periodismo gonzo, Hunter S. Thompson, el loco acompañante de los Ángeles del Infierno, el que vivía lo narrado en vez de observarlo, el que probaba todas las drogas y les arrancaba libros como Miedo y asco en Las Vegas, estuvo en Paraguay. Pero Hunter S. Thompson merodeó por estas calles en el ardiente verano de 1963, esperando las elecciones del 10 de febrero, y escribió un artículo sobre Asunción, los bancos de la plaza, el Bar Independencia, el calor infernal, Stroessner… Salió el lunes 28 de enero de 1963 en The National Observer y, traducido al castellano, lo reproducimos hoy para nuestros lectores.
PARAGUAY A LAS URNAS
Al general Alfredo Stroessner se lo suele llamar «el último dictador de Sudamérica». Ha gobernado el pequeño Paraguay desde 1945 [sic] bajo un estado oficial de sitio, que cada 90 días extiende con regularidad, para todos los efectos prácticos, automática. Pese a las especulaciones sobre cuándo Stroessner seguirá el camino de Perón, Batista, Trujillo, Vargas y otros caudillos latinoamericanos, no ha habido intentos serios de desbancarlo.
La opinión mayoritaria en Estados Unidos se opone firmemente al dictador. Pero aquí, en Paraguay, las cosas no son tan claras y el concepto estadounidense de democracia puede ser algo prematuro para este país. Deshacerse de un dictador es una cosa, y reemplazarlo es otra muy distinta. El tema de Stroessner debe entenderse en el contexto de las alternativas, y para Paraguay «¿Qué sigue?» puede no ser mucho mejor que «¿Y ahora qué?».
Paraguay tendrá «elecciones» el 10 de febrero, pero aquí nadie le está prestando mucha atención a eso. El calor es tan opresivo que hasta escribir requiere mucho esfuerzo. El bolígrafo se mueve lentamente y el sudor gotea sobre el cuaderno aun en la sombra.
Por el calor hirviente, solo se puede ver Asunción desde adentro de un café oscuro. Afuera, en la plaza principal, cruzando la calle del Bar Independencia, los indios o mestizos se tumban perezosamente en los bancos, y desde algún lugar llega el ruido de un viejo tranvía. Pronto el vagón aparece, traqueteando. Chirría lentamente por los rieles de la calle Palma, una reliquia roja que parece rescatada del Baltimore de los años 20.
Olor a pescado en la brisa
El tranvía es lo único que se mueve. De vez en cuando un indio en un banco se acomoda el diario sobre la cara. Un niño de 10 años recorre descalzo el Bar vendiendo cigarrillos americanos de contrabando. Una brisa cálida sopla desde el río Paraguay trayendo olor a pescado y haciendo crujir las hojas de un rojo floreciente de los árboles de la plaza.
Asunción es lugar tipo O’Henry. Aunque es la capital del país, parece uno de esos pueblos brasileños de las riberas del Amazonas. Está casi tan viva como la Atlántida y casi igual de aislada. Hay pobreza, pero poca miseria, y retratos de El Presidente salpican los muros del centro: «Justicia y Trabajo para Todos, con Alfredo Stroessner».
El presidente está haciendo campaña para un tercer mandato. No necesita hacerlo, pero lo hace porque insiste en que no es un dictador y no puede entender por qué la prensa norteamericana sigue diciendo que lo es. Stroessner reflexiona sobre esto; alguien allá arriba está tratando de arruinar su imagen, piensa, y eso lo amarga.
También tiene otras sospechas. El año pasado, dice, le prometieron casi dos millones de dólares en el marco de la Alianza para el Progreso, pero aún no ha recibido el dinero. Los periódicos pro Stroessner en Asunción dicen que la Administración Kennedy está intentando presionar al Presidente. «Apoyamos a Estados Unidos en Cuba», dicen, «pero Paraguay aún no ha recibido un solo dólar bajo la Alianza».
Un funcionario de los Estados Unidos, por otro lado, dice que «a los Estados Unidos les gustaría ver una ampliación de participación política en este país».
Las elecciones significan poco
Sin embargo, las próximas elecciones no cambiarán nada. El Presidente seguramente ganará con facilidad, aunque está permitiendo la oposición simbólica de un grupo llamado El Directorio Revolucionario, nombre poco apropiado. Su única oposición real no tiene permitido hacer campaña. Aun así, la mayoría de los observadores dicen que Stroessner ganaría sin dificultad, incluso en una elección libre. La única razón por la que no la hace, dicen, es que no quiere que los «elementos del exilio» vuelvan a «causar problemas».
La cuestión de los «exiliados» no es poca cosa. La población nacional se estima en aproximadamente 1.780.000, y unos 500.000 viven, por diversas razones, fuera del país. Otros 210.000 viven en Asunción, y el resto está repartido en pequeñas ciudades y pueblos agrícolas.
Obviamente, cualquier país con un tercio de su población viviendo fuera de sus fronteras tiene algunos problemas, y Paraguay los tiene, pero Stroessner es sólo uno de ellos. Aunque tanto en Buenos Aires como en Montevideo hay grandes colonias de paraguayos de clase media conspirando contra el dictador, mucha gente informada se pregunta qué harían estos «exiliados» si el dictador cayera.
El problema con la rebelión
Los observadores son casi unánimes en que una rebelión exitosa contra Stroessner daría lugar a una lucha caótica por el poder que solo traería problemas. «Tienes que darte cuenta», dice un estadounidense, «de que la filosofía política no es un factor importante en la política de aquí: las cosas principales son líderes, personalidades y poder».
Con el ejército de su lado, Stroessner no necesita la filosofía. Tampoco tiene sentido que afirme que no es un dictador. Lo es, pero ni siquiera al estilo de gente como Batista y Trujillo. «Lo que hay aquí», dice un diplomático, «es un gobierno anticuado y fuerte que caracteriza bastante bien la etapa de desarrollo social y económico de Paraguay».
«Es una sociedad agrícola-pastoril, sin trabajo real organizado ni masas urbanas, y sus instituciones no han sufrido las presiones que causan cambios. Habrá un cambio político aquí cuando el desarrollo social y económico lleve a la fuerza a ese cambio».
Esto conduce inevitablemente a algo como lo del «huevo o gallina». Podría decirse, por ejemplo, que los métodos de Stroessner retrasan todo cambio social, político o de otro tipo. No se muestra amable con las personas que hablan de cambio, y como resultado el «desarrollo social y económico» promedio del paraguayo «exiliado» es mucho más alto que el promedio de los que se han quedado acá.
El gran atractivo de la ciudad
Hay otro factor: Asunción misma, hirviente, dolorosamente aburrida, el doble de cara que Río de Janeiro. Asunción es tan diferente de Buenos Aires como Bowling Green, Kentucky, lo es de Chicago. No hace falta un dictador para hacerte huir de aquí, y la mayoría de los «exiliados» paraguayos no necesitaban un dictador para irse: la mayoría son estudiantes jóvenes y hombres profesionales y van a las ciudades por la misma razón por la que los jóvenes han ido a las ciudades desde que fueron inventadas. Casi no hay oportunidades en Paraguay, a menos que heredes un rancho ganadero.
Así que Stroessner gana casi por defecto. Las personas con los medios y el ingenio para oponerse a él encuentran la vida más atractiva en otros lugares, y los que se quedan no son del tipo que se dedica a una lucha larga y dura por la democracia.
Sociedades secretas juveniles
No todos los paraguayos son tan dóciles. Los oponentes de Stroessner aún se reúnen en secreto para conspirar contra «el tirano», y son bastante sinceros. Pero también son muy jóvenes, y saben todo del gran mundo más allá de las fronteras. En una reunión reciente en la ciudad de Villarico [sic], el 95 por ciento de los presentes tenía menos de 25 años, y al menos el 80 por ciento tenía menos de 20. Algunos tenían amigos y familiares en Buenos Aires. Cuando deban elegir entre quedarse en casa a luchar contra «el tirano» o partir al extranjero, bien pueden elegir lo segundo.
En muchos sentidos, Paraguay está bastante bien. Stroessner está impulsando su propia pequeña Alianza para el Progreso, y en asuntos como: reforma agraria, estabilización monetaria, escuelas rurales y construcción de carreteras, está logrando hacer cosas. Su reciente preocupación por su «imagen» lo ha hecho actuar más como un líder y menos como un guardián. Durante el año pasado, su popularidad aumentó considerablemente.
La situación es de las menos amenazantes en Sudamérica. La gente vive relativamente contenta, no hay revueltas en las calles ni comunistas lanzando bombas, la inflación está estabilizada y los problemas fiscales controlados y en la mayor parte del país hay un evidente progreso en niveles básicos. Lo único que falta, por supuesto, es democracia.
Hunter S. Thompson
The National Observer, lunes 28 de enero de 1963
(Agradecimientos al escritor Cristino Bogado por el hallazgo de este texto gonzo.)
juliansorel20@gmail.com