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Existen antipatías y simpatías a primera vista. En mi caso, fue más bien lo segundo, debido a las repetidas negativas a concederme una entrevista de Branislava Susnik, allá por mediados de 1982; unos amigos me explicaron que ella nunca concedía entrevistas. Hace poco, me enteré de algo más: ella escribió en su agenda personal: «periodismo y títulos = manipulación de la mente humana». Para entonces, ya se había disipado la antipatía porque, varios años después de aquel rechazo con costas, comencé a visitar el Museo Andrés Barbero, para utilizar su biblioteca primero y para hablar con su directora después.
Aprendí mucho hablando con la doctora Branislava Susnik, y por eso sentí doblemente su muerte, ocurrida en abril de 1996. Unos meses antes, el cáncer ya la trataba muy mal y le hacía penoso hablar con otras personas. Como ella me estimaba y no quería negarse a recibirme cuando yo llegaba al Andrés Barbero, su residencia y lugar de trabajo, lo que hacía era esconderse al verme; ya no era una nena para jugar a las escondidas y el juego le salía mal: yo la veía ocultarse detrás de las pilastras del corredor. No la hubiera visto si se hubiese quedado en su pieza, pero tampoco se resignaba a quedarse encerrada: hasta que debió internarse en el hospital donde iba a pasar sus últimos días, siguió con su rutina de trabajo hasta el límite de sus mermadas fuerzas.
Ella vivía en el Museo Andrés Barbero (España y Mompox), en una modesta habitación que era su dormitorio y se convertía en su escritorio después del horario de atención al público; la habitación se conserva como dejó la doctora, gracias a la solicitud de la actual directora del museo, su amiga y secretaria Adelina Pusineri. Esa cama, ese ropero, ese estante y esa mesa constituían todos los bienes materiales de la investigadora, junto con sus libros y algunas ropas; algunas, por su sobriedad en el vestir. Considerando que comía y dormía poco, que poco necesitaba para vivir; podríamos decir una vida monacal, la vida de una monja laica entregada al quehacer intelectual: a la lingüística, la historia y la antropología. Pudo cultivar esas tres disciplinas por la sólida formación adquirida en Europa y por la aplicación puesta en la tarea en el Paraguay: llegaba al museo a las siete de la mañana, con un enorme vaso de té que hasta en lo más caluroso del verano estaba frío para el mediodía; al mediodía se tomaba una pausa y regresaba al puesto de trabajo para leer, escribir o atender a los visitantes hasta las cinco de la tarde, cuando cerraba la oficina y ella se llevaba su máquina de escribir al dormitorio, para seguir tecleando.
En el museo, yo me la encontré más de una vez escribiendo con un lápiz; después pasaba o hacía pasar a máquina lo escrito, que finalmente terminaba en una computadora. Una vez, yo le dije que eso era de la Edad Media, y ella me contestó: ¿y qué quiere, si es mi edad? Tenía sentido del humor, aunque a veces era un humor festivo, y otras el humor cáustico que irritó a más de uno. Escribía en castellano, su idioma natal el esloveno, el francés o el alemán, por ser una acabada políglota.
Puede ser un prejuicio, pero lo comparto: las personas de los países eslavos tienen una enorme facilidad para los idiomas. ¿Será por tratarse de una región del mundo donde ha existido mucho contacto entre pueblos diversos? No lo sé pero, entre los grandes escritores de lengua inglesa se cuentan el ruso Vladimir Nabokov y el polaco Joseph Conrad; no conozco ningún inglés que se hubiera hecho famoso escribiendo en ruso o en polaco. El hecho es que la Susnik nació en 1920 en Medvode, entonces parte de Yugoslavia y hoy una nación independiente, Eslovenia, con su propio idioma, el esloveno, que tenía rango de idioma oficial, con el serbocroata y otros en la vieja Yugoslavia. Su padre era un hombre muy culto, que la mandó a una escuela trilingüe (inglés, francés y alemán) y por la cercanía, ella aprendió también el italiano.
Años después, ella iba a vivir y estudiar en Italia y en Francia, donde profundizó el conocimiento de los idiomas nacionales. También estudió en Viena, y el alemán no le habrá resultado muy difícil por haberlo estudiado de niña y por saber ruso y otros idiomas eslavos; de los otros no debería hablar pero sí del ruso, porque me puse a estudiarlo y desistí al comprobar su dificultad. (Con los pocos conocimientos adquiridos, me atrevo a decir que están en ruso los libros dejados por la doctora en el Andrés Barbero). A su conocimiento de las europeas, ella agregó otros al obtener un doctorado en lenguas orientales, que comprendía la hablada en la antigua Babilonia, como parte de un programa de estudios bíblicos que incluía el estudio de la tradición cultural de la Mesopotamia.
Cuantos más idiomas uno habla, más fácil le resulta aprender uno nuevo. De los latinos, el único que ella no hablaba era el castellano y comenzó a estudiarlo en marzo de 1947, cuando se embarcó con destino a Buenos Aires; en abril de 1947, al desembarcar, ya se manejaba en ese idioma, en que llegó a escribir varios libros, incluyendo el que me parece la mejor obra de divulgación sobre los indígenas del Paraguay: El rol de los indígenas en la formación y en la vivencia del Paraguay, publicado en 1981 y reeditado por Intercontinental en 2011. En sus cuarenta y cinco años de estadía y trabajo en nuestro país, además del guaraní, ella aprendió dieciocho lenguas indígenas más. La suya era una mente formada en una estricta disciplina intelectual y podía lo que no podemos los del común.
Yo vine al Paraguay huyendo de los campos de concentración de Europa, dijo ella en una de las contadas ocasiones en que se refirió a su vida europea; de aquella, lo que sé lo debo a Adelina Pusineri y Gato Chase, su discípulo y amigo. Los Susnik, una familia respetada en Medvode, fueron perseguidos durante la ocupación de Yugoslavia por los nazis, mataron al padre y mandaron a la esposa y a la hija a la cárcel. La ocupación militar terminó con el triunfo de las fuerzas del mariscal Tito, que pusieron en libertad a los presos políticos de los invasores. Sin embargo, la joven Branislava no fue prudente y se permitió criticar el régimen de Tito, que la encerró de nuevo. El carcelero, un joven amigo de la familia, le permitió escapar de la prisión, y ella decidió escaparse de Yugoslavia con otras personas más, pasando por Austria; eran seis, de las cuales tres murieron en el camino. De Austria, ella pasó a Italia, con el apoyo de una entidad católica, y estudió en la Universidad de Roma. Tenía pensado ir al Asia, pero terminó embarcándose para América; llegó a Buenos Aires en 1947, como ya dijimos, y en 1951 estaba en Asunción por invitación del doctor Andrés Barbero.
Según la tradición, ese señor se quedó con un solo traje después de haber dejado sus bienes a las obras caritativas y culturales; eso expresa la estatua que lo representa con ropa arrugada. Lo del único traje puede ser una leyenda, pero no lo es su legado económico, de donde salen los fondos de la Fundación La Piedad, que hoy financia la Sociedad Científica del Paraguay, la Academia Paraguaya de la Historia y el museo etnográfico Andrés Barbero, llamado así después de la muerte del filántropo por sus dos hermanas, que continuaron y completaron la obra del fallecido. No quiero dejar pasar la ocasión de mencionar Barbero cue, antigua propiedad de los Barbero, casi 18000 hectáreas que debieron haberse utilizado en la reforma agraria, y donde se han asentado estancias debido a la morosidad del Estado paraguayo en arreglar la cuestión de títulos. Prefiero no hablar del hombre paraguayo, dijo la doctora en una conferencia pronunciada a un grupo de eslovenos; podemos darle la razón.
Prosigamos. Branislava Susnik llegó a Asunción en 1951; para entonces, ya había muerto el doctor Barbero, y la recibieron sus dos hermanas, quienes le encomendaron el cuidado del museo etnográfico. La recién llegada no defraudó las expectativas: además de ordenarlo, lo enriqueció con nuevas adquisiciones, para convertirlo en la institución eficiente que sigue siendo hoy.
He dicho que la doctora fue una exploradora del Paraguay, y lo fue. Sus primeras expediciones al Chaco datan de 1951 y 1952, cuando vivió con los maka y con los chulupíes, se familiarizó con sus culturas y escribió la gramática de sus idiomas. En 1956 emprendió un viaje al Alto Paraguay, con medios reducidos y una buena dotación de suero antiofídico, porque se trataba de un territorio selvático; por las dudas, redactó su testamento antes de salir. Regresó con mucho material sobre la cultura chamacoco, y la decisión de emprender nuevos estudios antropológicos en el Alto Paraná, una misión no menos peligrosa, porque recorrió ese territorio cuando también lo recorrían los guerrilleros levantados contra Stroessner. Aunque se proponía estudiar la cultura de los avá guaraní, las explicaciones hubieran podido resultar inútiles para los celosos custodios de la ley y el orden. En 1963, la revista Ñandé anunció que la vida de una científica corría peligro; la científica era Susnik y, según la revista, corría peligro a causa de la insurrección de los indios moros que se resistían a civilizarse (la realidad era más compleja). Rebelión hubo, aunque no exactamente contra la civilización; de todos modos, la investigadora fue protegida por un cacique. En 1968, ella volvió a visitar a los chamacocos del Alto Paraguay y lamentó que hubieran perdido sus tradiciones, se hubieran vuelto materialistas y estuviesen tan enfermos. Los encargados de cristianarlos eran los misioneros del grupo llamado Nuevas Tribus, que no tuvieron problemas solo en la Venezuela de Chávez, de donde fueron expulsados, sino que fueron criticados con fundamento por grupos de diversa convicción religiosa y política. Con tono mesurado y firme, Susnik les manifestó a los de Nuevas Tribus su disconformidad con su conducta.
Y aquí termino esta rápida e incompleta reseña de su trabajo de campo; no tengo espacio para comentar su trabajo de gabinete, y por eso vuelvo a su comentario sobre el periodismo y los títulos como manipulación. Ella detestaba cierto tipo de inflación cultural frecuente en nuestro medio, caracterizado por la información superficial y la búsqueda de honores y distinciones. Aquí existe un proletariado intelectual, me dijo una vez, no por lamentar que los pobres se volviesen intelectuales, sino por la pobreza mental de ciertos intelectuales, empeñados en beneficiarse sin trabajar. Tenía autoridad para formular la crítica porque, en materia de trabajo, nadie la aventajaba.
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