Cargando...
Uno de esos antagonismos eternos que se reeditan siempre con variantes es la dicotomía civilización/barbarie, antes conocida bajo la forma devoción/herejía, y actualmente como tradición/modernidad. Y por su habilidad argumentativa y su capacidad de plasmar su postura –por entregas, a través de la sección Folletín del diario chileno El Progreso– en la que sería su obra cumbre, Facundo, un representante destacado de este encuentro de concepciones de la realidad que sigue teniendo vigencia fue Domingo Faustino Sarmiento (Argentina, 1811-Paraguay, 1888).
Esta disputa fue en su momento ilustrada con la biografía del aventurero Facundo Quiroga, que reunió en su vida gauchesca la tradición emanada de la conquista española y lo que se dio en llamar «la civilización de las pampas», curiosamente, en un principio, al enfrentarse a los pueblos originarios, labor «civilizatoria» a cargo de los que Sarmiento consideraba símbolos de barbarie, los gauchos, mestizos cuya tarea fue apropiarse de las tierras pampeanas para formar estancias cuya estructura en poco se diferenciaba de la feudal.
Para Sarmiento, tras la independencia seguía pendiente la tarea del desarrollo y el progreso que, creía él, debían conquistarse mediante la educación y los flujos migratorios europeos. Esto último, confirmado por otro gran estadista liberal romántico de la época, Juan Bautista Alberdi: «Gobernar es poblar».
Era imposible para el positivismo del siglo XIX pensar en civilización y progreso sin una migración europea que convirtiera el campo abierto en eje productivo, primero agrícola y ganadero, y finalmente industrial.
Como siempre, a la euforia de los golpes revolucionarios la sigue la sobriedad. Luego de independizarse de los españoles, el anhelo republicano se reveló difícil de lograr. Y se llegó a la penosa conclusión de que los pueblos son básicamente conservadores y el solo cambio de cúpulas gobernantes, sin variaciones en el modo de llevar adelante la vida cotidiana, con sus lastres estamentales de opresión y tiranía, no bastaba.
El laboratorio de ideas era Europa, donde el positivismo rechazaba las miradas teocráticas para consagrar el mundo de la observación empírica en una ciencia al mismo tiempo natural y social. Todo debía conocerse según reglas científicas, incluso la sociedad: así nace lo que Auguste Comte (1798-1857) llamó «sociología», ciencia que debía responder infinidad de preguntas. El positivismo representó el rechazo al mundo tradicional de la Iglesia y los gobernantes por derecho divino. De pronto, la Ciencia había reemplazado a la religión, y la educación formaba parte significativa de ese instrumento de transformación y progreso.
Así, Sarmiento, para garantizar la educación primaria, trajo de Estados Unidos 61 maestras elementales. Creó las primeras escuelas normales. Subvencionó la primera escuela para sordomudos, que era privada. Fundó escuelas de arboricultura y agronomía en San Juan, en Mendoza, en San Miguel de Tucumán, en Salta. Propició la creación y el desarrollo de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, que hasta hoy fomenta el fortalecimiento de las bibliotecas populares como organizaciones de la sociedad civil e impulsa su valoración pública como espacios físicos y sociales relevantes para el desarrollo comunitario y la construcción de ciudadanía.
El campo de la confrontación estaba diseñado y delimitado. Quienes apostaban por la educación y el progreso intelectual debían combatir las fuerzas tradicionales, representadas para Sarmiento por el gaucho, incivil y analfabeto, emotivo e irracional, capaz de obedecer las órdenes más crueles sin cuestionarlas.
El Facundo comienza a ser escrito en 1845 durante su segundo exilio, porque la dictadura de Rosas seguía instalada en la Confederación Argentina. Sarmiento describe la carrera de Facundo Quiroga (1788-1835), militar y político gaucho, miembro del Partido Federal, gobernador y caudillo de la provincia de La Rioja durante las guerras civiles en la región del Plata en las décadas de 1820 y 1830, tras cuya muerte continuaría su tarea opresora Juan Manuel de Rosas, el caudillo de todos los caudillos.
Del otro lado, en contraposición a la barbarie, Sarmiento se pinta a sí mismo en un ensayo un tanto autobiográfico sobre el esfuerzo imperativo para obtener la ilustración necesaria que desemboque en civilización. Así urdida la trama, el libro irá describiendo las grandes contradicciones de la dialéctica tradición /modernidad personificadas en dos antagonistas. Su gran capacidad literaria hará el resto, y el Facundo será casi desde el principio una obra clásica. El conflicto civilización / barbarie nunca se resuelve. Cayó el Muro de Berlín, pero se levantaron otros.
Una de las razones del gran atractivo de la obra de Sarmiento para nosotros radica en el hecho de que Paraguay, por su clima benigno en invierno, cobijó al maestro Sarmiento en sus últimos meses de vida en lo que conocemos como el Solar Sarmiento, hasta hace poco sede del Colegio Argentino, lindando con la Biblioteca Nacional.
No debió ser poca la carga emocional, para niños y jóvenes, de recibir su formación escolar en la residencia del gran educador latinoamericano. Quien hace casi dos siglos ya había arribado a la conclusión de que un pueblo que quiera un futuro venturoso tiene que apostar a la educación de calidad pública y universal. Ningún principio político ni evolución intelectual pudo superar este postulado básico e irrefutable. Que los países más desarrollados dieron prioridad a la educación pública puede confirmarse hoy visitando cualquier pequeño pueblo rural de cualquiera de esos países, donde el edificio más importante es siempre el de la escuela primaria y secundaria.
Con su formación a cargo de su madre y un padre ausente, Sarmiento fue el arquetipo del argentino de origen humilde. En palabras de su biógrafo Ezequiel Martínez Estrada: «Sus maestros, a quienes evoca con respeto filial, llenaron en su vida la función del padre, ausente casi siempre del hogar y desentendido de sus obligaciones domésticas. De donde vino a ser el hijo de sus maestros, el hijo de su país y el hijo de sí mismo. Por idéntico proceso de conversión de ideales, este orden de dependencia fortifica su sentido de la paternidad». Sabiendo que la mayor parte de Argentina compartía su suerte, se sintió padre de su patria y quiso para ella el mismo destino. El progreso a través del conocimiento. Sin su inteligencia y su capacidad de lectura y escritura, Sarmiento no hubiera tenido una vida muy diferente de la de los soldados de las montoneras de Facundo.
Prosigue Martínez Estrada, con mas poesía que realismo: «Hizo guerra a la guerra oponiendo el libro a la tacuara; la imprenta a la montonera; el frac al chiripa; a los ímpetus del instinto del baquiano y el payador y a los vicios endémicos del campo abierto, la perseverancia, la paciencia y el cálculo. Fue Sarmiento el primero que en el caos hablo del orden, que en la barbarie dijo qué era la civilización; que en la ignorancia demostró cuales eran los beneficios de la educación primaria; que en el desierto explico qué era la sociedad, que en el desorden y la anarquía explicó qué eran Norteamérica, Francia e Inglaterra».
Así llegamos a una de las contradicciones de un educador universal, que, personalmente, albergaba mucho resentimiento. Muchas de sus expresiones, poco razonadas, proyectaban un profundo desprecio hacia ese mismo pueblo que quería redimir.
Fueron particularmente ofensivas las expresiones de Sarmiento cuando se enteró de la muerte de su hijastro Dominguito, en Curupayty, y guardó para los paraguayos una diatriba similar a la que les dedicaba a los gauchos y a los pueblos originarios, cuya sangre no debía ahorrarse. Durante su ejercicio en la Presidencia de la Confederación Argentina (1868-1874), le tocaron los dos años finales de la Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870); pudiendo dar fin a la carnicería, fue uno de los políticos responsables de llevarla hasta sus últimas consecuencias contra Paraguay en la etapa final de guerra total.
Esa dicotomía no la pudo resolver, si bien personalmente nunca se ciñó a sus expresiones, como si hablara primero y pensara después. Por ello eligió pasar sus últimos días en el benigno clima de Paraguay, olvidando su postura peyorativa y su accionar político anterior. Que e nombre de Sarmiento es conflictivo en Paraguay lo demostró la polémica entre la historiadora y académica Olinda Massare de Kostianovsky y el político colorado Víctor Chamorro en la década de 1970, en plena dictadura de Alfredo Stroessner.
En Paraguay, Sarmiento hizo grandes amistades, escribió artículos en la prensa y participó en polémicas historiográficas locales. Sarmiento fue muy útil para la concepción del sistema educativo finisecular del siglo XIX, que posiblemente haya sido una de las etapas más exitosas de la educación pública en nuestro país, sobre todo a partir de la creación del Colegio Nacional (1877) y de la Universidad Nacional (1889), instituciones impulsadas por los ideales del positivismo liberal decimonónico.
Bibliografía
Claudio Fuentes Armadans: «Sarmiento vs. Cañete: Polémica previa al surgimiento del novecentismo», en: Thomas Whigham y Juan Casal (eds.): Memorias de las V Jornadas Internacionales de Historia del Paraguay, Asunción, Tiempo de Historia [en prensa].
Ezequiel Martínez Estrada: Sarmiento, Buenos Aires, Sudamericana, Col. Índice, 1969.
Olinda Massare de Kostianovsky: Artículo laudatorio sobre Sarmiento. Diario La Tribuna, Asunción, 8 de febrero de 1976.
«A propósito de Sarmiento», respuesta de Víctor Chamorro (firmada como «A. Guijón») al artículo de la doctora Olinda Massare de Kostianovsky, catedrática de Historia Colonial de la Universidad Nacional. Diario Patria, Asunción, en varias entregas.
beagbosio@gmail.com