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El 6 de agosto el Papa San Sixto estaba celebrando la santa misa cuando fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos por la policía del emperador. Cuando Lorenzo vio que al Sumo Pontífice lo iban a matar le dijo: “Padre mío, ¿te vas sin llevarte a tu diácono?” y San Sixto le respondió: “Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás”, según el relato sobre San Lorenzo Mártir.
Lorenzo, entonces, recogió todos los bienes que la Iglesia tenía en Roma y los repartió entre los pobres. El alcalde de Roma, un pagano y muy amigo del dinero, llamó a Lorenzo y le pidió que reuniera todas las riquezas de la Iglesia.
Le pidió que le diera tres días de tiempo para reunir los tesoros. Juntó a los pobres, mendigos, huérfanos, enfermos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos a los que él ayudaba con limosnas y se los presentó como los tesoros más valiosos.
El alcalde, enfurecido, le martirizó sobre una parrilla de hierro sobre la cual fue asado lentamente. Se comenta que había dicho a sus verdugos que ya estaba asado por un lado y que le dieran vuelta para quedar asado por completo al tiempo que rezaba por la conversión de Roma y la difusión de la religión de Cristo en todo el mundo y exhaló su último suspiro el 10 de agosto del año 258.