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Con mucha paciencia hay que recorrer los recodos que ofrecen las gigantescas piedras del lugar, a su alrededor las plantas destellan tonalidades que van del blanco, pasando por amarillos, naranjas, azules y rojos en pétalos de iris, zinnias, labios de señorita, calas, caña bravarã –semejante a la caña brava–. También hay helechos y hojas preciosas.
Las hojas secas se retiran para preparar el compost. Este abono natural y el riego no pueden faltar. A veces la tierra se compacta y entonces se utiliza un rastrillo de mano para airear la superficie. La tarea es un ciclo continuo pues siempre hay alguna ramas que han perdido su vigor y color, que deben ser podadas. Con una escoba metálica se limpia el césped y este proceso evita que las alimañas aniden allí. Los yuyos aparecen y si uno no está atento invaden con rapidez.
En algún momento, las arañas o pulgones invaden a las hojas y es necesario aplicar un insecticida con una fumigación.
Este jardín de San Ber cuenta con innumerables árboles y cocoteros, a sus troncos van adheridas las orquídeas y hojas trepadoras.
La tranquilidad en la cima del cerro es visitado por aves: chakurrai, aka’ê, picaflor, jeruti, pitogue, que hacen sus nidos en las santarritas. También se acercan las abejas por la dulzura del néctar de las flores como el jazmín y tres virtudes.
Las rocas bañadas por la lluvia están cubiertas por líquenes blancos. A lo lejos el lago de Ypacaraí domina el paisaje.