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“Nuestro proyecto es la calendarización de la fertilización: comienza los primeros días de setiembre, cuando se aplican nutrientes, ricos en fósforo y potasio, para obtener la floración en febrero. Cuando termina la flor y se le seca el tallo, cada semana fertilizamos con contenido de fósforo y potasio, en forma de liberación lenta a las plantas. Se va agregando de acuerdo a la necesidad. También se utiliza la fertilización que la planta absorbe rápidamente, con los mismos componentes NPK (nitrógeno, fósforo y potasio)”.
La formulación a base de NPK, afirma la experta, se distribuye con una formulación cuando las plantas son pequeñas: “Se usan 30 de nitrógeno, 10 de fósforo y 10 de potasio, 30/10/10, porque necesitan mayor cantidad de nitrógeno para el desarrollo foliar o de hojas”.
Esto cambia al año y medio cuando la formulación es “10/30/30, 10 de nitrogeno, 30 de fósforo y 30 de potasio. Y otra manera de nutrir la planta es con 20/20/20 de todos los elementos, porque ya no se necesita formar hojas, sino vara floral”, explica.
La alta humedad existente es favorable, ya que “las orquídeas son exigentes en agua, pero esto no quiere decir que vamos a regar todos los días, sino una vez por semana. Si la parte superior está seca, pero hay lluvias, al introducir el dedo índice se da uno cuenta que el sustrato tiene gran cantidad de humedad. Ahí no hace falta regar, porque recordemos que el exceso de humedad es igual a hongos”, dice la ingeniera agrónoma.
La aireación es vital para que no aparezcan cochinillas, pulgones y babosas a las que les encanta llegar cuando las plantas están superapiñadas. “Las orquídeas que florecen en los jardines no deben estar una al lado de la otra para evitar inconvenientes”, culmina.