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La acelga (Beta vulgaris), por ejemplo, según leemos en el libro cura la inflamación de las vías urinarias. Calma los ataques de asma, los dolores reumáticos, la diabetes y la gota. Contiene la betaína que ayuda a disminuir los triglicéridos de la sangre cumpliendo así una función cardioprotectora. Es antioxidante y frena en cierta medida el proceso de la oxidación que degrada a las células del organismo con el paso del tiempo. Previene los tumores. Su jugo es muy especial para tratar las infecciones del hígado, sobre todo, la hepatitis.
La batatilla (Pfaffia glomerata) sus tubérculos son diuréticos, depurativos y refrescantes. Son desinflamantes, desinfectantes y odontálgicos. Su raíz se machaca y con el agua fría se usa en el tereré.
Samu’û (Ceiba speciosa) es el “palo borracho” cuyas espinas o aguijones se usan para controlar la conjuntivitis y los cálculos renales. La corteza sirve contra las menstruaciones complicadas.
Jate’i Ka’a (Achyroline alata), sus flores nuevas son utilizadas contra los problemas digestivos y la hepatitis, apendicitis, dolor de estómago y vientre, contra los espasmos y enfriamientos. Sirve para dar solución a los empachos, acidez estomacal, ardor del estómago, digestión dificultosa, inflamación de los intestinos y el mal aliento. Es antidiabético. De toda la parte aérea: tallo, flores y frutos se prepara una infusión para después de las comidas pesadas. Es antimicrobiana y antiinflamatoria.
El libro hace un recorrido por nuestras ricas hierbas medicinales, una farmacia que se puede tener en la huerta y jardín.