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La labranza cero es una técnica conservacionista de producción agrícola que ha surgido como respuesta a la degradación de los recursos, fundamentalmente del suelo y ambiente, a causa de la aplicación, muchas veces indiscriminada, de las prácticas convencionales de laboreo que utilizan arados, rastras y otras máquinas, como subsoladores y rotovadoras, y que terminan, con el tiempo, por deteriorar la capacidad productiva de los suelos, al erosionarlos, contaminarlos con agrodefensivos y al agotar, sobre todo, los niveles de materia orgánica, principal encargada de mantener las propiedades fisicoquímicas y biológicas de los mismos. Esto se agrava con el monocultivo.
PRINCIPIO Y BENEFICIOS La labranza cero parte del principio general de mantener los rastrojos y remover el suelo lo menos posible. De esta forma, se almacena el CO2 en el suelo, se evita la pérdida de materia orgánica por oxigenación, se conservan las propiedades físicas, químicas y biológicas, y se minimiza o elude la erosión del suelo. Además, se conserva mejor el agua del suelo y recuperan nutrientes al evitarse el laboreo tradicional, se reducen los costos de producción e incrementa la productividad por hectárea. Ocurre que cuando se realizan los trabajos de arada y rastreada ingresa al suelo oxígeno (O2) proveniente de la atmósfera, que origina la oxidación de la materia orgánica y liberación de dióxido de carbono (CO2), uno de los gases de efecto invernadero. Con la repetición del laboreo convencional se reduce el contenido de materia orgánica, se deteriora la estructura del suelo, hay pérdida de su permeabilidad y aireación, y un aumento de la erosión tanto hídrica como eólica, con la consecuente pérdida del suelo superficial.
EN LA PEQUEÑA AGRICULTURA
Para aplicar la labranza cero, y la posterior siembra directa, lo primero es efectuar un análisis del suelo de las parcelas elegidas para evitar sembrar, por ejemplo, en un terreno agotado. A continuación, hay que dejar el rastrojo o restos vegetales del cultivo anterior como cobertura, para conservar la humedad del suelo. En caso de no contar con rastrojos pueden sembrarse abonos verdes, que son plantas que cubren el suelo, controlan malezas y mejoran sus propiedades físicas, químicas y biológicas. Pueden ser sembradas en forma independiente o asociados a otros cultivos. Así, a partir de marzo hasta junio se pueden sembrar: lupino, nabo forrajero, avena negra, vicia, entre otros. Existen interesantes experiencias de pequeños productores hortícolas como algunos que exponen en el tradicional Agroshopping de los días martes, que solo trabajan el suelo en los lugares de siembra. A simple vista pareciera que sus fincas están abandonadas, pero ocurre todo lo contrario; las trabajan de manera sostenible, cuidando el ambiente. En este caso, se emplean los denominados rolos-cuchilla (una de madera con cuchillas que permite machacar las malezas y abonos verdes a ras del suelo, que terminan secándose y convirtiéndose en abono natural) y abresurcos para labranza cero, que cumplen con las funciones de romper el suelo, preparar la cama de siembra y facilitar la labor de siembra.
CONCLUSIÓN
Es imperiosa la necesidad de generar un cambio tecnológico y cultural en el sistema tradicional de producción de los agricultores, sobre todo familiares, con base en programas de asistencia técnica y educación rural que combinen tecnologías innovadoras, pero sostenibles de producción, con educación ambiental y producción de alimentos inocuos por los consumidores. En este sentido, muchos productores e investigadores nacionales deberían apoyar y difundir mucho más esta tecnología amigable con el ambiente, como alternativa para fortalecer una agricultura sustentable en el país, independientemente de su escala.
(*) Especialista en Comunicación Rural.