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Unas 32.000 espigas de maíz, 200.000 cocos y 100.000 calabazas cobraron forma con un profundo sentido religioso en lo que será recordado por mucho tiempo como el retablo de maíz más espectacular que el mundo católico haya visto en su vida. “Un día recibí la llamada de un cercano colaborador del Gobierno para preguntarme si podría erigir el altar de maíz de Tañarandy en el predio de la Fuerza Aérea”, dice Koki Ruiz, un hombre sencillo y de hablar pausado que lleva más de dos décadas trabajando en el arte religioso con su Viernes Santo de candiles y cuadros vivientes.
De jesuita a jesuita
En medio de su ajetreo, que comenzó el 27 de abril con la puesta en los primeros paneles de las mazorcas de maíz y el preparado de la masa para ubicar los cocos, revela que quien lo había llamado era Sarah Cartes. Al principio, el mismo altar no era posible llevar hasta Ñu Guasu porque ya había sido desmontado. La idea fue creciendo y creciendo hasta convertirse en un imponente retablo de 40 m de ancho por 25 m de alto. Pero el detalle no necesariamente radicaba en los números de esta obra, que requirió una inversión de G. 360 millones, sino en que en cada uno de los cocos había un mensaje escrito por feligreses con la esperanza de recibir la bendición del mismísimo líder de la Iglesia católica.
Fue así que, luego de casi dos meses de trabajo, los paneles del retablo partieron desde San Ignacio hacia la ciudad de Luque para honrar a Francisco, el primer sacerdote jesuita que llega a la silla de Pedro. Precedidos por una caravana, tres grandes camiones de mudanzas transportaron los paneles, recorriendo más de 200 km, atravesando tres departamentos y una docena de ciudades.
Según Ruiz, con la idea de llevar los frutos del campo, de la chacra al altar se amalgamó el arte y la religión. “La obra de arte tiene un significado profundo porque también resalta la generosidad de la tierra que alimenta a todos sus hijos”, explica.
Tañarandy, el comienzo
Tañarandy es visitada por miles de personas cada Viernes Santo. Feligreses de diferentes edades participan de la peregrinación por el Yvága rape (camino al paraíso), que se realiza ese día para recordar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
“¿Por qué no llevamos este altar a Ñu Guasu, donde vendrá el papa Francisco?”, fue la pregunta que le hicieron al artista. Su respuesta fue que tendría que hacer todo de nuevo, “porque cada obra de arte tiene su significado y un mensaje que dar”.
Fue así que, en vez de una virgen, el nuevo retablo destacaba los rostros de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Asís, hechos con granos de maíz canario, avati tupi, morotĩ y pichinga; distintas variedades de poroto: kumanda pytã’i, San Francisco, kumanda hũ (negro) y kumanda yvyra’i. También arvejas, semillas de girasol y soja.
Este minucioso trabajo estuvo a cargo de las artistas Macarena Ruiz y Ramonita Meza. En la colocación de las espigas de maíz, coco natural y calabaza trabajaron 22 artesanos con la cooperación de carpinteros y herreros.
Uno de los objetivos de la obra fue dignificar el trabajo del agricultor que produce la tierra, expresa Ruiz. El retablo en sí es una obra de arte en la que se utiliza una técnica sencilla, que es la colocación simétrica de las espigas de maíz, los alimentos y frutos naturales como el coco.
Como una gigantesca ofrenda, el retablo fue protagonista de la misa del domingo y escenario del rezo del Ángelus, un momento muy emotivo en Ñu Guasu, en el que un millón de fieles bajaron la cabeza para recibir la bendición de Francisco.
Adiós, retablo, adiós
Dos días después de ese histórico momento, el martes 14 de julio, el retablo dio su adiós con un festival de música. Pese a la lluvia y el barro, miles de personas se congregaron por última vez ante el maíz que se hizo verbo, y recorrió los sentimientos católicos y las noticias internacionales.
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