Cargando...
Considerado un artista emergente, Marcelo Medina –desde hace unos años– siente una obsesión por las porcelanas. Para él, toparse con una taza, un plato o una fuente en los anticuarios, subastas y ferias de antigüedades es como ingresar a un túnel del tiempo e investigar su pasado.
“Es poder recorrer otras épocas. Busco la pieza con la cual conectarme y me enamoro de ella. A veces se convierte en una obsesión hasta poder adquirirlas”, comenta el artista que le ha dado una nueva vida, un uso artístico a piezas que alguna vez formaron parte de una mesa de desayuno, almuerzo o cena de etiqueta.
“Trabajar piezas antiguas me remite a los restos de un gran naufragio, porque cada una de ellas forman un conjunto mayor del que se fueron desprendiendo con el paso de las décadas. Lo que llega a mis manos ya es el resto, el último residuo de un gran banquete que con todas las luces y galas se dio en un pasado bohemio del cual ahora solo quedan reflejos, recuerdos, nostalgias”, admite.
Pintor, dibujante e historiador, Marcelo Medina afirma que su obra artística va mucho más allá de la creación estética: “Es un trabajo antropológico rescatar estas piezas y unir, darles un nuevo sentido, conferirles otro contenido y otro significado”.
Colección de porcelanas se denomina la exposición que podrá ser visitada hasta el 21 de octubre en el auditorio Manuel de Falla del Centro Cultural de España Juan de Salazar, en coincidencia con sus 40 años de presencia en el Paraguay. La muestra es parte de la serie “arte de vitrina”, presenta artículos de porcelana antiguos y de utilidad doméstica actual intervenidos con la técnica de policromado tradicional, expuestos a altas temperaturas.
Entre ellos se pueden encontrar, por ejemplo, tres piezas antiguas de la fábrica polaca Silesia, con más de 100 años. “Haciendo una investigación sobre el sello, pude encontrar que esa fábrica cambiaba ese sello cada 15 años. Las series entre las que se incluyen las piezas expuestas nos dicen que la producción fue entre 1900 y 1915. Ya se cerró; por tanto, es muy difícil hallar una pieza. Yo la encontré en Asunción. Tiene un ribete art nouveau de color azul cobalto, que con el dorado da un aspecto muy aristocrático y es muy apreciado en la porcelana”.
Otra triada de color violeta y amarillo proviene de una fábrica florentina, Richard Ginori, del siglo XVIII. Tampoco faltan porcelanas inglesas, japonesas y las del imperio en las que se originó, China.
Lo vintage de hace 40 años también se incluye, incluso, algunas piezas adquiridas en remates corresponden a parte de la vajilla de primera clase de compañías norteamericanas de vuelo. Por tanto, marcan una época y una utilidad.
“En principio, trabajaba y experimentaba con porcelana industrial, que iba desde platos y tazas hasta asaderas, de las que se consigue en cualquier tienda, pero a medida que me afianzaba fui experimentando otros contenidos con piezas que cuentan una historia previa. Una historia que, de alguna forma, podía integrar a mi imaginario y a mi dialéctica. Encontré un desafío fecundo y muy fructífero”, explica el artista, quien también realiza óleos y linograbados impresos sobre papel poroso.
La técnica de la porcelana es bastante antigua, milenaria, en realidad, y tiene mucho de alquimia. Los colores vienen en pigmentos en polvo que uno tiene que aglutinar con diferentes sustancias hasta encontrar un punto. Eso tiene instancias de aplicación sobre la superficie y, finalmente, someter al fuego. “La porcelana siempre hay que quemar. El fuego es el espíritu de la porcelana. Si no pasó por el fuego, esa porcelana no tiene vida, carece de espíritu. Así como el fuego le insufla ese aliento vital a la pieza y le recobra a un tiempo presente, el fuego también puede quitar la vida y puede romperla. El fuego puede dar a los colores más brillantez, matices más saturados, puede presentar la pieza más nítida, pero también la puede anular quebrando, rompiendo, destrozando. Entonces, el fuego oficia un poco como un maestro que dictamina un resultado final”, sostiene el artista, ganador de varios premios en concursos nacionales e internacionales.
Tampoco es una catástrofe para el artista cuando se rompe una pieza de porcelana antigua, porque se puede recuperar. Incluso se convierte en una contingencia de meditación sobre su fragilidad y un nuevo inicio en otro objeto. “Para mí, no está muerta; es una nueva forma de vida”.
Creatividad artística
En esto juegan una papel importante la imaginación y la creatividad. “Es importante jugar con los contrastes, siempre buscando la integración entre mi imaginario y lo que ya trae consigo la pieza en origen para contarme. Me interesa escucharle a la pieza, y allí comienza el proceso de enamoramiento, porque me cuenta una historia de su pasado”.
Marcelo se inició profesionalmente en el arte a los 15 años con Olga Blinder. “La primera vez que me acerqué a ella me dijo ‘sos muy joven’. Entonces le dije que, al menos, quería que viera mis trabajos. Atrevido, con el impulso de la pubertad, insistí y ella vio mis pinturas. Me dijo: ‘Vení el año que viene, te voy a tomar como alumno’. Ella vio que necesitaba un seguimiento, y allí empecé a estudiar. Ella les pedía a los profesores que me enseñaran los rudimentos técnicos, pero que no se metieran con el contenido de mis obras, porque interpretó la visión que estaba desarrollando. Yo estaba aún en el colegio, y eso fue muy importante para mí”, recuerda.
Durante mucho tiempo, la porcelana fue un misterio para Occidente, hasta que se descubrió que la materia prima era el caolín. Fue un secreto que se mantuvo en Oriente durante 300 años, después de que Marco Polo observara por primera vez, con fascinación, los objetos en China y los llamara porcellana.
“Los chinos no querían revelar a los mercaderes europeos el secreto de la fabricación de la porcelana. Entonces, los italianos la compraban masivamente para llevar a Europa, y pensaron que se hacía con polvo de conchas marinas; de ahí el nombre de porcella, que es el caracol del mar. Los chinos, celosos de guardar su secreto, mantuvieron el misterio por tres siglos”.
Incluso los Médici, durante el Renacimiento, intentaron descifrar la fórmula y propiciaron el desarrollo de materiales similares. En el siglo XVIII se pudo descubrir la fórmula de la auténtica porcelana gracias al alquimista alemán Friedrich Böttger, quien luego fundó una fábrica en Meissen. Con el paso de los años, algunos de sus técnicos –de los pocos que conocían la fórmula– emigraron a otros países, y surgieron otras industrias.
Las cortes europeas empezaron a tener sus propios talleres de muebles y fábricas de porcelana y de artes decorativas, lo que permitió un boom del barroco y rococó.
Actualmente, ya no hay ningún secreto, y la porcelana se compone de polvo de caolín, cuarzo, feldespato y óxidos para colorear. Pero el caolín es el que determina la pureza de la porcelana.
En el arte, hoy la porcelana se considera en desuso. “Quizás por su contexto, pues se corresponde con un estilo de vida que te lleva una hora desayunar, porque necesitas la mantequera, el platillo, el recipiente para la mermelada. Hoy día, la gente desayuna entre 10 y 15 min, y sale corriendo al trabajo. Entonces, corresponde a un periodo de vida en el cual se daba más importancia a los pequeños gestos cotidianos. Hoy en día, la gente no necesita una vajilla de 15 piezas para desayunar. Por tanto, sociológica y antropológicamente dice mucho de las conductas colectivas. Y corresponde a un pasado bohemio y romántico. Entonces, mucha gente hasta considera que la porcelana está en desuso”.
Pero para este joven artista lo importante es mostrar que se puede arrojar una luz distinta sobre esta pieza y, sobre todo, recalar en su alto potencial expresivo y artístico. Un arte más bien underground, subyacente.
Como lo señala Ticio Escobar en su crítica, este arte le sirve a Marcelo para contar un cuento, un mito “en el maremágnum que tanto fascina a los posmodernos”.
Fotos: ABC Color/Claudio Ocampo.