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Alberto de Luque llegó hasta nuestra redacción para hablar del texto que desvela todas las vivencias durante los más de 70 años que subió a los distintos escenarios del mundo.
Las emociones encontradas, lágrimas y alegrías afloraron durante una emotiva charla. No faltaron los relatos de aquellos difíciles comienzos cuando todo parecía imposible, pero las ganas de cantar y triunfar nunca disminuyeron. “Éramos muy humildes”, recuerda.
Los frenos de la vida no le impidieron seguir acelerando hacia sus metas. “Le pedí a mi tío Vito, hermano de mi mamá, salir a vender hielo con él”, rememora.
La petición fue aceptada por la madre y ese niño, de nombre Vitalino, con mil ilusiones en la vida, no cabía en sí de tanta alegría. Las batallas siguieron junto con el anhelo intacto. Su madre llegó a vender una máquina de coser para hacer realidad su sueño. Y así, en medio de la tristeza por el despojo y la alegría por los nuevos vientos, pisó suelo argentino. Los primeros años tampoco fueron buenos; fue tocando de puerta en puerta y estudiando, hasta que surgió la oportunidad y no paró más. Se codeó con la crema y nata del mundo entero, con grandes figuras, como Frank Sinatra, Armando Manzanero, el compositor mexicano Alfredo Jiménez, Plácido Domingo y un montón de famosos. Enumerar sería imposible, al igual que los escenarios que pisó. Europa, Asia, Oriente y Latinoamérica, claro, sabían de su existencia. Y él era consciente de su éxito. “Fueron momentos cumbres de mi carrera, en los cuales sentía el cariño y la ovación del público”, admite.
Pero un encuentro que marcó su vida fue con el célebre escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, cuyo centenario se celebra este año. El primer encuentro fue en Buenos Aires, cuando todavía no había despegado, y luego en Berlín, ya como un consagrado artista. “Escribió unas letras para mí y les puse música. Estando en Berlín se realizó un congreso con los escritores más prestigiosos de América Latina y Augusto Roa participaba; hice todo lo posible para homenajearlo y, gracias a Dios, pudo ser”, afirma.
También fue amigo de Herminio Giménez, José Asunción Flores, Jacinto Herrera, Elvio Romero, Demetrio Ortiz, solo por citar algunos. Recibió el micrófono de oro de Radio Ñandutí. “Fue en la cancha del Club Guaraní y lo recibí de manos de Humberto Rubin”, cuenta. Y continúa: “Asistieron 4000 personas, aproximadamente. Fue muy emocionante”.
También recibió el trofeo Récord de Oro Internacional en la ciudad de Buenos Aires. Además, fue condecorado por el Gobierno nacional con el grado de comendador y homenajeado en el Festival América do Sul, en Mato Grosso del Sur, Brasil. A lo largo de su carrera musical grabó más de 70 discos con varias compañías internacionales y grandes exponentes de la música universal.
Todos estos recuerdos los plasmó en el libro Alberto de Luque. Mi canto y sus recuerdos, en más de 250 páginas. “Quise dejar un legado de toda mi trayectoria, y homenajear también a la mujer que me apoyó todos estos años y me dio una hermosa familia: mi esposa, Maby Mosqueira. Le agradezco a Dios por la compañera que me dio; tuvimos dificultades, pero supimos superarlas”, afirma el cantante y compositor que el 12 de marzo celebra 81 años.
La vida le regaló una voz privilegiada, que le llevó a recorrer países inimaginables. Y en un punto de su existencia se sintió agradecido con Dios. “Junto con mi señora logramos entender que el hombre sin Dios es un barco a la deriva. Alcanzar el sosiego y empezar a tratar de ser mejor. Aprendí que Dios no es religión ni tampoco filosofía; es la relación y cambió mi vida”, admite un Alberto humilde, agradecido.
Si bien está retirado de los escenarios, sigue muy cercano a su público. “Eternamente complacido con quienes aplaudieron mi música y mi canto”, dice.
En fin. Es casi imposible enumerar todas las composiciones, conciertos, programas y otras largas listas de formatos en los que este polifacético artista ha participado a lo largo de sus más de 70 años de profesión. Después de haber actuado en los escenarios más prestigiosos, se posicionó como uno de los intérpretes más prolíficos de nuestro país, dejando un legado inmenso a la cultura nacional.
Era pasión lo que sentía, lo que desbordaba al subir al escenario. Sin duda, vivió una etapa feliz, llena de música y actuaciones. Viajó, estuvo al lado de músicos y cantantes de una talla impresionante, y lo único que le interesaba era aprender. Eso lo convirtió en grande.
ndure@abc.com.py
Fotos ABC Color/Juan Ramón Ávila/Gentileza.