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Hacía seis años que una sudamericana no llegaba a octavos de final del Roland Garros, el segundo torneo más grande del tenis mundial en la temporada, y este año lo logró ella: una paraguaya que no figuraba en los planes. “A decir verdad, yo tampoco lo esperaba, porque me tocaban rivales muy duras”, confiesa Verónica Cepede Royg (25).
La joven llegó al diario ABC Color pocas horas después de haber retornado al país, luego de lo que ella misma califica como “la mejor semana de mi vida”. Fue un viaje más largo de lo planeado: vuelos suspendidos, estadías transitorias y un avión que regresó al aeropuerto de partida, pese a estar ya sobrevolando el Silvio Pettirossi de Luque. La travesía parecía interminable para la tenista, quien había salido de su natal Asunción en busca de un sueño hacía tres semanas.
Llegó al diario acompañada de su mamá, Edith Royg, y sin haber probado aún ni un bocado del asado que pide con fervor desde hace días. “Como toda buena paraguaya, desde hace días no me puedo sacar de la cabeza las ganas de comer un rico asado”, cuenta. Pero está contenta y prefiere hacerlo ya, para luego enfocarse de lleno a su propio desafío: el Mallorca Open, que se disputa del 18 al 25 de este mes.
De pasapelotas al top 100
Desde su alianza con la extenista colombiana Catalina Castaño, sus actuaciones en el Miami Open, Charleston y la final en Eslovaquia la acercaron al top 100 del mundo, que finalmente llegó dos semanas antes del Abierto francés. Es, definitivamente, el mejor momento de su carrera.
Al mencionarlo no puede evitar recordar que toda esta historia empezó cuando iba como pasapelotas a los entrenamientos de su hermano, Andrés Cepede. En ese entonces tenía solo cuatro años y recién a los cinco pudo tomar contacto directo con este deporte, que se convirtió en más que una pasión, en su propia vida.
“Este deporte, lastimosamente, es muy limitante en cuanto a la edad, así que hay que saber aprovechar al máximo todo el tiempo”, dice. Desde que decidió dedicarse profesionalmente a esto supo que debería hacerlo de lleno, aunque implique renunciar a otras cosas. “Mi vida gira en torno al deporte; incluso en los días en los que no tengo que entrenar, como pasatiempo, voy a caminar o correr en algún parque”, añade sonriendo.
A diferencia de su juego, se define como una persona muy tranquila que disfruta de los pocos momentos en los que puede estar con su familia y su novio, ya que los constantes viajes y entrenamientos le impiden estar más tiempo en casa. “Al terminar mi carrera me gustaría estudiar Nutrición, pero, por el momento, me enfoco en este deporte, porque para estudiar, afortunadamente, siempre va a haber tiempo”.
El Roland Garros
En la misma semana en la que la Albirroja sumaba una decepción más a los paraguayos y caía contra Francia por cinco goles a cero, otra aguerrida guaraní estaba dejando la vida en un terreno de polvo de ladrillo. Verónica, bajo el apoyo técnico de la colombiana Catalina Castaño, colocaba al Paraguay en octavos de final luego de 17 años (la última compatriota en hacerlo fue Rossana de los Ríos).
La competencia no empezó de manera sencilla para ella. “La reacción fue cuando me tocó (Lucie) Safarova, porque sabía que de nombre Safarova suena. Actualmente está 38.a en el mundo, pero la chica tiene 30 años, con muchísima experiencia, fue top 5 y hace dos años llegó a la final de Roland Garros; entonces, al escuchar, me asusté. Dije: ‘Pucha, me toca una demasiado dura’. Pero sabía que tenía que salir a enfrentar eso y hacer lo mejor posible”.
“Creo que este año estoy más madura, con mejor juego, mejor tenis; entonces pude superar la segunda ronda al ganarle a la 17.a del mundo, Anastasia Pavlyuchenkova. En esas instancias, todos los partidos ya son difíciles, así que uno ya tiene que jugar un gran tenis, reponerse al 100 % para el siguiente partido y hacer lo mejor que pueda”. En la tercera ronda la esperaba una amiga: la colombiana Marina Duque-Mariño, una jugadora más accesible, por el ranking. Ambas comparten parte del camino en el tenis profesional; de hecho, este año fueron compañeras en el Abierto de Acapulco, en el que juntas llegaron a la final en dobles.
¡Go, Vero, go!
En los octavos, Verónica ya no pudo con Karolina Pliskova, numéro tres del mundo y segunda favorita. Sin embargo, estar en esas instancias y poner contra las cuerdas a una jugadora de la talla de la checa representó –por ahora– el máximo premio a sus más de 15 años de preparación.
El esfuerzo de la guaraní fue notable para el público francés, que vitoreaba su nombre en las gradas de la Suzanne Lenglen, la segunda cancha central del torneo.
“Fue algo emocionante e inolvidable. Porque en el tercer set, la gente se empezó a prender. El partido se puso más lindo y todo el mundo empezó a gritar. Muy pocas personas gritaban: ‘Karolina’. El 90 % clamaba: ‘Vamos, Vero’ o ‘go, Vero’. Fue algo muy lindo y en ese momento quería llorar o reír; no sé qué quería hacer, pero fue algo inolvidable lo que sentí. Dije: ‘Dios mío, estoy en esta instancia, en cuarta ronda, jugando contra una número tres del mundo y todo el mundo me está alentando’. Fue genial e inolvidable”, dice sin poder ocultar su felicidad.
Inspiración
Para Verónica, la mayor inspiración es el suizo Roger Federer. “Me gusta todo. Posee un juego que es demasiado suelto y no hace esfuerzo; o sea, es muy natural y guerrero. Lo más lindo es que tiene muchísima humildad y es lo que más me gusta. Hay muchos jugadores que no la tienen y, al final, caen un poco pesados”, expresa.
“En la rama femenina te diría Serena Williams, pero ella gana todo muy fácil, así que no. Me gusta mucho, bueno... ya no está jugando, Kim Clijsters”.
Apoyo técnico
Aunque sigue entrenando en nuestro país bajo las indicaciones del extenista paraguayo Ramón Delgado, sumó un valor importante al equipo: Catalina Castaño.
“Esto (el tenis) es muy difícil porque estás viajando mucho con tu entrenador; es como un matrimonio. Viajás con él, cenás con él y estás todo el día en la cancha. Se hace muy difícil, a veces; entonces, creo que los dos necesitábamos un poco de espacio, pero no nos peleamos. Sigo entrenando con él, pero en el ambiente profesional necesitaba un espacio y él también me recomendó eso. Entonces empecé con Catalina Castaño. Fue algo de último momento, tuve que llamarla. Empezamos en el Miami Open y, desde que comencé con ella, encajamos muy bien. Creo que fueron tres meses muy buenos”, confiesa.
La pasividad es el aporte de Castaño para llevar a Vero al puesto 78 del ranking mundial, el más alto de su carrera, el lunes último. “Fue jugadora, 35.a del mundo, así que tiene mucha experiencia. Como me dicen mis padres, yo soy un terremoto y el terremoto necesita la calma. Ella tiene eso. Yo soy de carácter muy fuerte y ella tiene un temperamento más pasivo. Creo que combinamos muy bien”, finaliza.
Fotos: ABC Color/Claudio Ocampo/Agencias.