Una flor paraguaya

Hay nombres y personas cuya memoria, por algún motivo importante, con el transcurso de los años se vuelve patrimonio de toda la sociedad. Uno de esos nombres es el de una mujer que cautivó a sus contemporáneos por su excepcional belleza y donaire. Ella se llamó Anselmita, fallecida hace treinta años.

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El verano pasó y con él una serie de festividades que, de tan frecuentes, se fueron vulgarizando a tal punto que hoy por hoy, hasta perdieron la magia y la expectativa que las rodeaban. Hablamos de los concursos en los que se exalta la belleza femenina.
Hay concursos para todos los gustos: aquí y allá se escuchan promociones de concursos para elegir misses por doquier: miss Paraguay (una para cada concurso internacional, al final resulta que varias son las misses nacionales al mismo tiempo), miss verano, miss cuerpo, miss fitness, miss playa, miss fotogénica, miss amistad, miss turismo, miss remera mojada, miss tanga, y toda una serie larga de etcéteras.
Pero los inicios fueron, en su momento, acontecimientos de los que participaba y acudía, lo más granado de la sociedad paraguaya, en especial la asunceña.
Estos concursos comenzaron en nuestro país en 1915, cuando don Arsenio López Decoud, conocido publicista y político, organizó el primero de ellos, con el propósito de elegir a la niña más bella del país.
La elección no pudo ser mejor: la corona de reina de belleza recayó en la grácil figura de la hija menor de una conocida matrona, doña Anselma Denis viuda de Heyn.
El concurso fue organizado por la más prestigiosa entidad social de entonces, el Unión Club, del que don Arsenio era presidente. La elegida, por unanimidad del público, fue María Anselma Clotilde Heyn Denis, más conocida como Anselmita , nombre con que entró a la historia.
Dentro de algún tiempo, se cumplirán treinta años de su fallecimiento.
El acto de elección se realizó una noche primaveral de 1915, en el Teatro Nacional (actual Teatro Municipal "Ignacio A. Pane") y, como ya dijimos, salió electa por unánime decisión del público presente, aquella joven de espigada figura, alta, de ojos pardos, pelo castaño claro y hermoso rostro. Tenía 19 años.
En aquella memorable ocasión, entre los asistentes se encontraban numerosos intelectuales, siendo uno de ellos Manuel Ortiz Guerrero, quien le dedicó un poema que tituló Ofrendaria:
Cuenta la leyenda, que en pago por tan lírica ofrenda, la dama le había enviado un billete de dinero, que le fue devuelto por el bardo, con otro poema titulado Endoso Lírico.
Unos años después, para despecho de muchos pretendientes, en 1920, Anselmita se casó con Benjamín Mujía, hijo de un diplomático boliviano, llamado Ricardo Mujía (aquel del protocolo Ayala-Mujía, de 1913). Algún tiempo después, su matrimonio naufragó, pero dio sus frutos: un hijo, llamado Hugo Mujía Heyn, como su abuelo materno.
Hablando de abuelos, el primer Heyn llegado al Paraguay fue don Víctor Hugo Heyn, brasileño, descendiente de un matrimonio germano-holandés formado por Augusto Guillermo Heyn Hamann y Bárbara Tembrinken, inmigrados al Brasil y establecidos en Río de Janeiro.
Según datos tomados de una obra de Carlos Heyn Schupp SDB, don Víctor Hugo Heyn vino al Paraguay durante los últimos meses de la guerra contra la Triple Alianza, desempeñándose en la Intendencia del ejército brasileño de ocupación.
En algún momento de su estadía en Asunción (el ejército brasileño estuvo en el país hasta 1876), los caminos del oficial brasileño se cruzaron con los de una joven, casi niña, llamada Anselma Denis Espínola, sobreviviente de la terrible guerra que soportó el país durante un lustro, en la que su familia sufrió los horrores que acompañaron a tan trágicos momentos y que costaron la muerte de su padre, en la batalla de Tuyutí y los tormentos infligidos a su madre, precio que tuvo que pagar por la estrecha amistad que tenía su familia con Benigno López, hermano del mariscal. Poco tiempo después se casaron y tuvieron numerosa descendencia.
Por medio de sus funciones en la Intendencia del ejército invasor, don Víctor Hugo Heyn pudo conocer a un proveedor del ejército aliado, don Tomás Laranjeira, surgiendo entre ambos una sólida amistad, y cuando el señor Laranjeira comenzó sus actividades yerbateras en el norte del país, Víctor Hugo Heyn fue uno de sus principales colaboradores y hombre de confianza.
Su conexión en el negocio yerbatero le llevó a ser en su época uno de los comerciantes más prósperos del país. Vestigios de su holgada situación económica se tradujeron en grandes propiedades, como la estancia Arrecife , en el norte, cerca del río Apa; propiedades en la zona de Campo Grande, Brasil, mansiones en Concepción y en la capital del país, como pueden verse todavía, formando parte del paisaje ciudadano: en Palma y Montevideo, la casa céntrica, o la de suburbios, como la quinta Heyn, en Perú y Mariscal López y la mansión de la avenida Venezuela. Don Víctor Hugo Heyn falleció en Buenos Aires en 1908, mientras que su viuda, doña Anselma Denis, murió en 1936.
Otra hermana de Anselmita fue María Deidamia, también destacada por su belleza, que según algunos hasta superaba a la de Anselmita . En mayo de 1911 se casó con Juan Patri, hijo del acaudalado italiano Luiggi Patri, cuya mansión hoy ocupa la Dirección General de Correos.
Poco después de la boda, la pareja se radicó en Francia, hasta donde, en ocasiones, se trasladaban la señora viuda de Heyn y sus hijos, entre ellos, Anselmita, frecuentando otras ciudades europeas y conociendo a gente importante de los más exclusivos círculos sociales y la nobleza europea.
La belleza de Deidamia cautivó a más de un artista de la época, siendo retratada por pintores como Dagandra, Cotton, Boldini, Sergent y Pablo Picasso. Años después, el matrimonio Patri-Heyn también sucumbió. Deidamia, junto con su hija del mismo nombre, se radicó en Buenos Aires. La fortuna de los Patri-Heyn se disipó, viviendo Deidamia difíciles momentos económicos, a tal punto que tuvo que vender sus pertenencias más queridas para vivir. Cuentan que, en una ocasión, se vio obligada a vender un valioso juego de cubiertos de plata, pero que le fue devuelta por el comprador, un marajá indio, quien comprendió que a la dueña le habrá sido muy amargo deshacerse de tan valiosas piezas. Deidamia falleció en 1955. Su ex marido, en 1972.
Hermanas de Anselmita y Deidamia fueron Leopoldina Bárbara, casada con el diplomático brasileño Brazilio Itiberé da Cunha, quien también era un consumado compositor, pianista y mecenas; Ercilia Silvana y Adela Visitación. Una lista de sus hermanos varones muestra a Augusto Rodolfo, Braulio, Raúl Mario, Alfredo Guillermo, Arturo Leopoldo, Raúl Mario (bautizado con el mismo nombre del primero, quien falleció infante) y Hugo Alfredo.
Este año se cumplirán, pues, los treinta años de la desaparición de una de las mujeres paraguayas cuya belleza la convirtió en todo un mito, y que le valió hace 88 años, ser elegida la primera reina de belleza que tuvo nuestro país.

Dos poemas

Célebres como su destinataria, son dos poemas escritos por Manuel Ortiz Guerrero, el poeta de trágica vida, dedicadas a Anselmita Heyn. La una la escribió al día siguiente de la función en la que salió electa reina de belleza. La otra, poco después, tal vez como respuesta a la intención de la dama de retribuir con dinero el homenaje del poeta.

OFRENDARIA
(En el teatro)

A Anselmita

Perdona, señora: la culpa no tiene
la alondra que canta, la tiene la aurora:
tú tienes la culpa: a este que viene
trayéndote estrofas, perdona, señora.
Ya antes te he visto tras sueño lejano
y anoche en el teatro con fe y devoción
tomaba, señora, con mi propia mano,
para que no caiga de mí, el corazón.
Ilusoria y blanca del auto bajaste
talmente fingías una joven diosa...
Crujió mi rodilla de ansias de doblarse:
era que pasabas, astral, luminosa.

Con aire de cisne que boga en un lago
pasaste gallarda, princesa u ondina,
tus ojos tenían visiones de mago
bajo tu sedosa pestaña divina.

¿Juntó Geometría, la nieve y el lirio,
para hacerte el cuerpo, y un poco de aurora?
Serpentino de perfume asirio,
¡Bendito mil veces! Perdona, señora.

Ya daban las doce, yo creí temprano,
tú nada sabías de mi devoción:
tomaba, señora, con mi propia mano,
para que no caiga de mí, el corazón.


ENDOSO LÍRICO

Al dorso de un billete de $50 con el que una dama quiso hacer "la paga"

No todo en este mundo es mercancía,
ni tampoco el dinero es el blasón
mejor pulido por cortesía
para la ufanía de la corrección.

Sobre la torre de mi bizarría
sin mancha flota el lírico pendón:
como ebrio de azul, hago poesía,
pero honrado es mi pan, como varón.

Devuélvole el billete a Ud. precioso
con mi firma insolvente por endoso:
sométalo a la ley de conversión,

que, a pesar de juzgárseme indigente,
yo llevo un Potosí de oro viviente
que pesa como un mundo: el corazón.
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