Una fe llegada de Oriente

Hace varias décadas, una fe llegada de Oriente sentó reales en nuestro país, ganando numerosos y calificados adherentes: la fe bahá’í, fundada por Bahá’u’lláh, cuyo bicentenario se conmemora este año.

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Este año se recuerda y conmemora en todos los países en los que se practica los principios y preceptos de una fe religiosa conocida como bahá’í, el bicentenario del nacimiento de su fundador Bahá’u’lláh –que en idioma persa significa “Gloria de Dios”–.

Bahá’u’lláh, en el siglo XIX, fue el portador de un mensaje de paz y unidad entre todos los pueblos del mundo. Un mensaje que en la actualidad es compartido por millones de personas en el mundo, quienes se esfuerzan por aplicar sus enseñanzas tendientes a construir un mundo mejor para la humanidad.

¿Quién fue Bahá’u’lláh?

Fue el hijo de un ministro del Gobierno persa de ilustre prosapia. En 1817, en Teherán, Persia, nació y fue llamado con el nombre de Mirza Hussein-Álí Nuri, que después tomó el nombre de Bahá’u’lláh.

Declinando una prometedora carrera política, escogió dedicar sus energías y esfuerzos a la atención de muchos desposeídos. Con poco más de 20 años de edad ya era conocido como “padre de los pobres”, por su dedicación a aliviar los rigores de la pobreza de miles de personas.

En 1844 se convirtió al babismo, un movimiento precursor de la fe bahá’í, que en esa época era toda una fiebre en lo que hoy es Irán. Esta situación produjo el enfurecimiento del clero, que mandó ejecutar a su fundador, Báb, y arrestar, encadenar y conducir a pie hasta Teherán a sus seguidores; entre ellos, Bahá’u’lláh.

Muchos altos jerarcas pidieron la pena de muerte de los detenidos, pero Bahá’u’lláh pudo salvarse gracias al prestigio familiar, su propia reputación y el pedido especial de diplomáticos occidentales.

Indultado, fue arrojado a las mazmorras, en las que sufrió numerosas penurias que buscaban causar su muerte, pero esas privaciones constituyeron los alicientes para una vida de reflexión, y los cuatro meses de encierro le valieron para asumir su condición y la misión que le deparaba el destino.

Un mensajero de paz

Bahá’u’lláh pasó cuatro meses encerrado en un habitáculo conocido como pozo negro. Allí, según sus propias palabras, llegó a conocer el alcance de su misión. Al ser liberado emprendió un largo exilio de más de 40 años y se apartó a las montañas del Kurdistán, en las que vivió como ermitaño en meditación solitaria.

En 1856, a pedido de algunos seguidores, se radicó en Bagdad, donde muchos babíes –seguidores de Báb– se reunieron alrededor suyo, reconociéndolo como guía espiritual. Su creciente liderazgo hizo que las autoridades persas consiguieran que fuera confinado a lugares más lejanos del Imperio otomano.

En 1863, Bahá’u’lláh anunció a sus seguidores que él era el prometido que Báb predijo, así como estaba escrito en muchos textos sagrados de otras religiones. Esto se dio en un lugar conocido como Ridván, cuya conmemoración es la celebración más importante entre las festividades bahá’ís.

Pese a los intentos de anular su influencia, el prestigio de Bahá’u’lláh seguía en alza, concitando el interés de estudiosos, diplomáticos y altos funcionarios turcos.

En 1867 empezó a escribir numerosas correspondencias a importantes jefes de Estados occidentales, proclamando un mensaje pacifista y anunciando el advenimiento de una nueva era, pero con el costo de catastróficos trastornos políticos y sociales que ensombrecerían la convivencia internacional, por lo que solicitaba a los Gobiernos que actuasen de acuerdo con el buen tino y la justicia, además de reducir los arsenales y actuar en conjunto contra las guerras.

Por instigación del Gobierno persa, Bahá’u’lláh fue enviado a una lejana prisión y su familia sufrió numerosas penurias durante aquellos años. Pese a todas estas desagradables condiciones, su mensaje pacifista empezó a tener efecto, y muchas autoridades y clérigos empezaron a ser convencidos y convertidos en la fe proclamada por Bahá’u’lláh.

En su exilio interior, Bahá’u’lláh escribió su obra más importante: Kitáb-i-Aqdas (El libro más sagrado), en la que se describen las leyes y principios esenciales que deben seguir los adherentes a sus enseñanzas.

Luego de toda una vida signada por las penurias de sus largos años de exilio y prisión, Bahá’u’lláh murió en Acre, Imperio otomano, el 29 de mayo de 1892. Sus restos fueron depositados en el jardín ubicado al lado de la abandonada mansión que había convertido en su residencia y está considerado por sus seguidores como el lugar más sagrado de la Tierra.

La fe bahá’í en el Paraguay

La presencia de la fe bahá’í en nuestro país comenzó en 1936, cuando Shoghi Effendi (Guardián de la Fe) envió una comunicación a la Convención de Bahá’í de los Estados Unidos, expresando su deseo de que “cada Estado dentro de EE. UU. y cada República del continente americano pudieran, antes del término de este siglo, abrazar la luz de la fe de Bahá’u’lláh y establecer la base estructural de su orden mundial”.

En 1939 salió el primer grupo de bahá’í norteamericano para radicarse en todos los países americanos, compartir el mensaje de Bahá’u’lláh y establecer en ellos comunidades bahá’í. 

El 27 de diciembre de 1940 llegó al Paraguay Elizabeth Cheney, quien empezó su trabajo de dar a conocer el mensaje de Bahá’u’lláh entre los paraguayos.

Esta nueva fe pronto tuvo sus adeptos en nuestro medio, principalmente en el mundillo artístico e intelectual. El primero en declararse bahá’í fue el teatrista Roque Centurión Miranda, el 26 de junio de 1941, a quien siguieron el ceramista Francisco Laterza y su esposa, doña Rosa de Laterza. Otro conocido practicante de la fe bahá’í fue el artista Rudy Torga.

En abril de 1944, la fe tenía 12 miembros y fue electa la primera Asamblea Espiritual de Asunción (órgano administrativo y directivo de la fe), que fue diseminando el conocimiento hacia la fe, especialmente en círculos artísticos y grupos indígenas, como los macás y tobas (algunos de estos llegaron a ocupar membresías de la Asamblea Espiritual Nacional, máximo órgano administrativo y dirigente de la fe en el Paraguay, que se conformó el 2 de mayo de 1961).

La fe bahá’í fue autorizada a trabajar en el Paraguay por medio del decreto n.° 14.045 del 21 de junio de 1945 y se le otorgó la personería jurídica el 24 de julio de 1974, hace 43 años.

surucua@abc.com.py

Fotos: Archivo Surucua/Pixabay.

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