Una aventura que transforma

Cuatro adolescentes paraguayos tuvieron la oportunidad de participar en una de las más legendarias expediciones, recorriendo parte de Colombia y España. Tres de ellos nos cuentan en esta nota que fue un mes lleno de experiencias transformadoras y aprendizaje.

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La trigésima edición de la expedición juvenil más importante del mundo se realizó con la participación de 174 jóvenes, de entre 18 y 19 años, provenientes de 21 países. Cuatro de ellos son paraguayos: Ana Gabriel Rojas (19), Martín Ortiz (18), Gabriela Añazco Costa (19) y Viviana Ruiz Díaz (19). Los tres últimos se reunieron para contarnos sobre la gran experiencia que les tocó vivir.

La antigua Ruta Quetzal, denominada actualmente Ruta BBVA, recorrió este año zonas de Colombia y España durante 34 días. La participación fue posible mediante un concurso lanzado por la entidad organizadora, en el que como primer paso se debe completar un formulario con datos personales, un expediente académico de los dos últimos años y un proyecto social enfocado en uno de los cuatro temas definidos por la entidad. Se trata de un programa creado en 1979 por Miguel de la Quadra-Salcedo, tras una sugerencia del reinado de España para consolidar el intercambio cultural entre todos los países de habla hispana, incluidos Brasil y Portugal.

Viviana dice: “Es increíble, pero en un mes formamos una familia los más de 170 participantes; nos sentimos como hermanos durante esos días y hoy tenemos casa en los otros 20 países que tuvieron representación en la ruta”.

Empezaron el recorrido en Madrid, visitaron las ciudades de Ávila, Toledo; luego fueron al Camino de Santiago y terminaron en Finisterre. En la península, algunos tuvieron la oportunidad de ser recibidos por el rey Felipe. Esto fue posible a un sorteo en el que el Paraguay fue representado por Ana Gabriela, mientras que en Colombia, toda la comitiva fue recibida por el presidente Juan Manuel Santos en una reunión a la que asistieron con sus trajes típicos.

“Cada día te levantás en un lugar diferente, con una extensa lista de actividades. Nunca un día es igual a otro. Fue un campamento con momentos muy duros, como la caminata de subida al cerro Monserrate; un trayecto de 6000 escalones, por dos horas. En ese momento me sentí muy mal, pensé que no podría alcanzar la cima, pero con ayuda de mis compañeros pude continuar”, comenta Viviana.

Por su parte, Martín cuenta que fue duro adaptarse al ritmo, formar filas para absolutamente todo, tomar baños de 30 s, cepillarse los dientes en 20 s. “Finalmente, uno se adapta y aprende a pensar como grupo; es difícil convivir con tanta gente, pero pronto se toma consciencia de que es imprescindible hacerlo”, aporta Gabriela.

“En medio día hacíamos lo que normalmente haríamos en tres días. Fue el mes más intenso de nuestras vidas”, añade Viviana.

En ese mes, el uso del teléfono celular estaba prohibido y era solo una de las cosas que no extrañaron. “Te das cuenta de que las cosas materiales no sirven de nada; extrañás más bien a tu familia y amigos. Después de un mes con dos pantalones y cuatro remeras, el resto de la ropa parece un disfraz y comer en una mesa es un lujo. Pero se termina extrañando el ritmo frenético del viaje”, finaliza Viviana.

mbareiro@abc.com.py

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