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La diabetes y el colesterol han deteriorado la salud de don Guillermo Garcete, quien perdió la vista hace ya dos décadas. Sin embargo, cuando de relatar sus historias de guerra se trata, este valiente poblador de la colonia Mboi’y, de 25 de Diciembre, San Pedro, se muestra más que emocionado y con gran esfuerzo se dispone a relatar en el dulce idioma guaraní.
Tenía solo 16 años cuando partió para luchar en defensa de nuestro país, en 1934. Integró los regimientos R.Z. 1, Gral. Aquino y R.I. 12, Rubio Ñu y permaneció en tierras chaqueñas durante un año, hasta el fin de la contienda. Luego, como todavía le quedaba un año de servicio obligatorio, volvió a cumplir con este deber en Asunción.
Don Guillermo partió a la guerra luego de que confirmaran a su familia la caída de su hermano Pedro Nolazco en una sangrienta batalla. Sus restos nunca fueron encontrados, pero en honor a su memoria fue hasta la árida región Occidental a servir al país.
Uno de sus más vívidos recuerdos es el botín del que se apoderó después de enfrentarse a muerte con un sargento boliviano. “O era él o era yo. Me defendí como pude”, dijo. De la lucha le quedaron un lujoso reloj y 200 pesos de la moneda extranjera. Comentó que por varios días lo llevó con orgullo, pero luego la necesidad fue más imperiosa y los cambió por víveres para él y sus compañeros.
Durante la guerra era muy difícil hacer amigos, comentó don Guillermo, porque uno pierde autonomía y está enfocado únicamente en cumplir con los mandatos de sus superiores. Además, era complicado coincidir siempre; muchas veces, entablaba una amistad con un compañero, pero nunca sabía si esa noche lo volvería a ver, ya sea porque cayó en combate o porque fue remitido a otra unidad. “Era imposible saber esto, pero yo prefería pensar que simplemente eran trasladados, aunque dentro de mí sabía que lo más seguro era que hayan partido a la eternidad”, comentó.
Dijo, además, que su mayor sufrimiento fue que durante un mes y 22 días les tocó beber apenas un cuarto de vaso de agua, a las 8:30 de cada día. “Buscábamos (agua), pero no encontrábamos, no había. Ellos tenían (los superiores), pero no nos dejaban a nosotros tomar, debían racionar y durante el resto del día nos ingeniabamos para soportar la sed”, relató.
Dijo que, en caso de encontrar agua, no se detenían ante la posibilidad de que estuviera envenenada. “En tiempos de guerra no existe el miedo, no importaba lo que pudiera pasar, uno simplemente se la tomaba. No pensábamos ni siquiera en si íbamos a volver a nuestros pueblos o no; si uno sabía defenderse, eso era lo único importante. Se limitaba a defenderse día a día”, indicó.
“Dormíamos donde nos tocaba, no había colchones ni ranchos. Íbamos apenas con nuestras mantas y si llovía y estaba todo mojado, aunque en el piso hubiera barro, dormíamos igual”, señaló.
Don Guillermo también estuvo cerca de la muerte, cuando una vez cayó en una trampa de los bolivianos: se trataba de un pozo tan profundo que apenas su frente quedaba en la superficie, aunque no tenía más de 50 cm de diámetro, pero en el fondo estaba lleno de explosivos, cuyo tipo ya no pudo percibir porque quedó inconsciente al instante. Sus camaradas lo encontraron un día después y lo remitieron al lugar donde posaba. Al despertar, su sargento le preguntó si estaba bien, para mandarlo a la enfermería, pero como no tenía más que heridas superficiales, él prefirió no ir. Recién hace dos décadas, cuando su visión se fue perdiendo, los médicos le dijeron que pudo ser a causa de aquel golpe que recibió, defendiendo a la tierra que lo vio nacer y en la que más tarde formó a la familia que hoy lo cuida con amor y respeto que se merece un héroe de la patria.
Texto mbareiro@abc.com.py