Un patriota como pocos

Marino, empresario, colonizador Y pionero. El capitán Lázaro Aranda fue un hombre muy ligado a la historia de la navegación fluvial y a la de muchas familias establecidas por él en los confines norteños de la patria.

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Hoy, su nombre –excepto por los norteños– está casi olvidado. Un injusto olvido, pues fue uno de los paraguayos que más ha dado de sí mismo por su país y sus compatriotas.

Don Lázaro Aranda fue, además de un gran conocedor del río, un maestro que formó pléyades de navegantes: desde capitanes de barco, comisarios, prácticos, jefes de máquina, pilotos hasta el último guardiamarina. Descubridor de yacimientos marmóreos de las cavernas de Vallemí, colonizador, protector de colonos, servidor de su patria en guerra… En fin, dejó huellas de su paso por la vida.

Don Lázaro Aranda nació en Capiatá hace 143 años, el 17 de diciembre de 1873. Inquieto desde niño, por alguna travesura cometida, huyó de su hogar capiateño y se trasladó a Asunción. Con apenas 13 años se escapó de su hogar y se trasladó a Asunción. Deambuló algunos días, durmiendo debajo de los muelles de madera del puerto, hasta que logró trabajar como lavaplatos en un barco que iba a Montevideo. En el Río de la Plata siguió navegando y acumuló una rica experiencia naval, que le llevó a alcanzar el grado de guardiamarina.

En 1904 regresó al país a bordo del buque revolucionario Sajonia y fue protagonista de los sucesos que encumbraron al Partido Liberal al poder político del país. Terminada la revolución, se instaló en una pequeña hacienda que adquirió en Limpio, donde se dedicó a la agricultura y ganadería.

Enamorado de la actividad fluvial, no tardó en retornar a la navegación, principalmente en los buques que viajaban al Alto Paraguay; primero como baquiano y, luego, como capitán de buques mercantes. Desde su regreso, supo ganarse el respeto de las autoridades, quienes confiaron en él importantes tareas; entre ellas, la canalización del riacho Caracará –un sitio que lo vería accionar, nuevamente, décadas después–.

Don Lázaro era conocido por su prodigalidad; aun así, trabajando esforzadamente, logró amasar una pequeña fortuna que le permitió, con el transcurso del tiempo, formar una sociedad naviera con dos compatriotas: don Américo Arce y don Ángel Mosciaro. Pero como su pasión era la navegación, don Lázaro siguió en lo suyo, capitaneando el recordado buque San José. Otro de sus buques fue el Parapití.

Fundador y colonizador

En cierta ocasión, movido por su espíritu inquieto, navegó por el río Aquidabán y llegó hasta territorios casi inexplorados. En aquellos lejanos y olvidados parajes encontró a muchas familias de compatriotas que sobrevivían en medio de la indigencia, con sus hijos sin escuelas ni asistencia médica y, muchos de ellos, inscriptos como brasileños.

A su regreso, don Lázaro gestionó ante las autoridades para que dependencias del Gobierno asistieran a aquellos compatriotas, además de solicitar tierras fiscales para establecer una colonia.

El Gobierno le concedió una extensa propiedad fiscal en la confluencia de los ríos Paraná y Apa. Allí, el 24 de agosto de 1924, don Lázaro fundó una colonia y trasladó a aquellas familias, a las que –de su propio peculio– proveyó de viviendas, víveres, arados y yunta de bueyes. También, mandó construir una escuela, capilla, local policial y dispensario médico. No solo eso; además, de sus propios recursos económicos costeó el sueldo de los funcionarios y el de la visita quincenal de un sacerdote para el auxilio espiritual de los colonos. Aquellos sacerdotes eran los recordados padres salesianos Rafael Elizeche y Juan María Casanello.

Explorador y descubridor

Recorriendo las tierras que le fueron concedidas para la fundación de la colonia, a la que llamó San Lázaro, y actual distrito concepcionero del mismo nombre, don Aranda descubrió los ricos yacimientos de mármoles de la zona. Se propuso explotarlos, golpeando las puertas de numerosas instituciones oficiales, pero –a pesar de su empeño– no pudo logar ningún apoyo para su propósito productivo. En los años 50, la firma Vallemí empezó la explotación de aquellos yacimientos.

Rico anecdotario

Desde su llegada al país, don Lázaro fue siempre un férreo defensor de la legalidad. Se cuenta que, allá por 1918, se declaró una huelga de obreros marítimos y don Lázaro fue el “rompehuelga”, enfrentando a los huelguistas con revólver en mano y, peleando pecho a pecho con los amotinados, logró dominarlos.

Otro momento que tuvo a don Lázaro como protagonista fue durante la revolución de 1922. En momentos en los que los revolucionarios lograron entrar en la capital, dio asilo en su barco al propio presidente de la República, sus ministros, y otros funcionarios y caudillos gubernistas.

Pero don Lázaro no solo dio asilo a aquellas autoridades, sino que se puso al frente de los pocos defensores que le quedaban al Gobierno y, con arrojo, les dirigió para repeler el ataque, retomó el Departamento de Policía y derrotó a los revolucionarios, quienes no tuvieron otra alternativa que abandonar la capital y refugiarse en el interior hasta su derrota final, luego de la muerte de su principal jefe, el coronel Chirife.

Defensor del Chaco

Durante la guerra paraguayo-boliviana, movilizó a más de 200 hombres de San Lázaro y organizó chacras para apoyar las tareas de la retaguardia.

Aprovechando la amplia experiencia naval de don Lázaro, el Gobierno le encomendó la inspección de los ríos posibles de navegación y, desde 1933, ocupó los cargos de inspector de Ganado y Embarque, técnico de Embalizamiento del río y subdirector de Hidrografía. Su tarea fue de suma importancia para el traslado de contingentes y pertrechos al frente de batalla, vía Puerto Casado.

Pero no solo eso fue lo realizado por don Lázaro, sino que se encargó de proveer leña a todos los buques a vapor de la Marina, sin cobrar nada por los cargamentos.

El castillo de don Lázaro

Fue también en los años de la guerra que don Lázaro, como una manera de facilitar el tráfico nocturno en las aguas del río Paraguay, encaró por cuenta propia la construcción del castillete que cubre el peñón que emerge del río a la altura de Piquete Cué, dotado de un faro luminoso.

Según alguna vez alguien nos refirió, una de las razones que tuvo el señor Aranda para construir esa petit fortaleza fue preservar el peñón de los cañonazos realizados desde el cuartel de Villa Hayes, que utilizaban ese peñasco como blanco. En realidad, la razón principal fue utilizar ese lugar como faro, pues se le dotó de un mástil en cuyo extremo se instaló una baliza para advertir a los navegantes –en las noches sin luna– de la peligrosidad del lugar y así evitar algún accidente.

El castillo del peñón –para cuya ejecución, don Lázaro solo encontró dificultades y obstáculos por parte de las autoridades de la Prefectura General de Puertos– debía estar rematado con una estatua dedicada al teniente Andrés Herrero, héroe de la Marina paraguaya, muerto en los días iniciales de la Guerra de la Triple Alianza.

La construcción del “castillo” –que fue edificada de a poco a lo largo de más de 10 años– fue hecha a base de cemento, con todas las comodidades necesarias para pasar unos días. Consta de una salita, pieza de baño y cocina. Unas escalerillas en forma de caracol conducen a una plataforma con barandilla, que forman un mirador. Cuenta con instalaciones para luz eléctrica, enchufes para aparatos de radio y cocina eléctrica.

Inconcluso, el castillo –así como la progresista ciudad de San Lázaro– es uno de los legados tangibles que dejó a la patria aquel genial capiateño.

Homenaje rechazado

Los innumerables beneficiados por la generosidad de don Lázaro se sentían en deuda con él. Era deseo de toda esa gente –especialmente los pobladores de la lejana colonia de San Lázaro– rendirle un homenaje en vida, en gratitud por lo que tan amable persona había sido con ellos.

Para plasmar dicha gratitud colectiva, los sanlazareños decidieron hacer una estatua con la efigie de don Lázaro. Se buscó un escultor y se recurrió a uno de nacionalidad francesa, quien estaba haciendo trabajos para el colegio San José de Concepción –probablemente Lavand–. El director de este centro educativo recorrió el litoral norte visitando a personas, instituciones y empresas, las que no escatimaron su apoyo a la idea y pronto pudo realizarse la escultura, que fue colocada sobre un elegante pedestal en el pueblo de San Lázaro.

Los organizadores invitaron a don Lázaro a visitar la colonia, pero sin contarle el motivo de la visita. El ilustre visitante llegó al lejano pueblo ribereño, donde fue recibido por una entusiasta multitud, pero al darse cuenta de que el propósito era descubrir un monumento en su honor, se puso tan furioso que apostrofó severamente a los presentes y, revólver en mano, se dispuso a arrojar la estatua al río. No poco trabajo les costó a los concurrentes calmarlo y la estatua se quedó sin su inauguración. Tuvo que ser retirada y vuelta a colocar luego de su muerte.

Este ciudadano trabajador y bienhechor, luego de una vida dedicada a su patria y sus conciudadanos, a quienes brindó sus desvelos y fortuna, falleció el 15 de noviembre de 1945, en la pobreza, pero rodeado de la gratitud de la ciudadanía.

surucua@abc.com.py

Fotos ABC Color/Archivo Surucua.

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