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El muro tiene varias maneras de ser conocido. Hay quienes lo conocen como el Muro de los Lamentos o Lamentaciones, el Muro Occidental, el Muro del Templo, el Muro de Herodes o el Kotel, como es conocido por el pueblo judío. Indistintamente de cómo es conocido, todos quienes llegan a él, lo palpan, sienten y levantan la mirada para disfrutar de una obra sensacional, majestuosa, milenaria e histórica. Recorrerlo, tomar fotografías de los alrededores, observar el fervor y respeto atrapante que lo rodea, quizás no nos permita tomar en cuenta que bajo nuestros pies, a varios metros de profundidad, existe otra, aún más antigua, ciudad de Jerusalén.
Los siglos, y hasta los milenios, han ido acumulando capas y capas de historia generadas por diferentes pueblos que fueron pasando por uno de los asentamientos humanos más conocidos del mundo antiguo.
Cada centímetro de esta milenaria ciudad guarda una historia particular, muchas veces asociada a hechos legendarios o personajes que han sobrepasado el vallado geográfico, cultural o religioso, y los túneles de Jerusalén no son la excepción.
Tras recorrer la zona del Muro en la Plaza del Templo, continuamos el recorrido hacia el Arco de Wilson (espacio que en los días del Segundo Templo de Salomón era la base de una pasarela que permitía el paso directo hacia el Monte del Templo, hoy ocupada por el Domo de la Roca y la mezquita de Al Aqsa).
Desde el piso de esta estructura pudimos apreciar, a través de ventanas de cristales, la continuidad del Muro herodiano varios metros hacia abajo. Observar desde lo alto la continuidad subterránea de una ciudad puede resultar sorprendente y asombroso, pero todo eso es absolutamente incomparable a la sensación de adentrarse en él.
Bajando
Iniciamos el recorrido de aproximadamente medio kilómetro, ingresando por una enorme puerta lateral ubicada a un costado de la Plaza del Templo en el Kotel. Un control policial ya no tan riguroso como en otros lugares nos dio paso hacia las entrañas de la milenaria y sagrada ciudad, mientras nuestro guía designado, Menahem Zaafrani, comenzaba a descargar su artillería de saber, explicando con lujo de detalles, hechos, fechas y nombres propios de quienes fueron creando la ciudad de abajo para arriba.
El bullicio generado por la gran cantidad de personas que serpentean por las estrechas calles de la Ciudad Vieja más el fuerte sol que se refleja en todos los rincones de una ciudad totalmente blanca en su superficie se rinden ante un absoluto silencio y, repentinamente, todo se vuelve amarillento, fresco y algo mohoso, mientras se estrechan los espacios dentro de los cuales comenzamos a desplazarnos con rumbo al norte.
El conflicto quedó arriba
La apertura de estos túneles ha generado otro motivo de fricción a una zona de por sí conflictiva. Cincuenta años atrás, los residentes del barrio árabe, debajo del cual se encuentra una parte importante de estas antiguas construcciones, ya expresaron su temor a que se generen daños en las estructuras de las construcciones islámicas sagradas que hoy ocupan el lugar, donde dos mil años antes estaba ubicado el Templo de Salomón.
Para evitar el riesgo de una escalada de violencia, el Gobierno de Israel decidió no permitir que se realicen excavaciones debajo de la colina llamada el Monte del Templo por los judíos y la explanada de la mezquita por los musulmanes. Como bien lo describió el historiador Gershom Gorenber: “Excavar bajo el Monte del Templo sería como tratar de descubrir cómo funciona una granada quitando el anillo y mirando al interior”.
Más profundo
Volviendo al recorrido era fácil percibir la gran actividad generada por las excavaciones, observando los carteles de “Prohibido el paso” en varios desvíos o, simplemente, mirando hacia abajo, por las grietas o los “pisos de cristal” que cada tanto aparecían en el recorrido.
Aunque no lo haya dicho nuestro guía, pudimos conocer un poco más sobre las excavaciones en los túneles. Por ejemplo, que la búsqueda afanosa de los restos del Primer Templo de Salomón es la motivación que mueve estas obras y ni que decir la posibilidad de hallar el Arca de la Alianza.
Historia, leyenda, religión y misterios; todo en un mismo lugar. Los túneles están cargados de relatos que a través de los siglos se han convertido en hechos legendarios y casi fantásticos. Para muchos judíos aflora la nostalgia al saber que de este lugar se obtuvieron las piedras para el Primer y Segundo Templo de Jerusalén.
“De sus profundidades, Salomón extraía sus piedras como oraciones provenientes del abismo”, Yehuda Amijai (1924-2000), poeta.
Cuentos de caminos que llegan hasta las puertas del mismísimo infierno, presencia de símbolos atribuidos a constructores masónicos al servicio de Herodes, largos pasadizos por donde los templarios hacían de las suyas transportando fabulosos tesoros que irían a parar a Occidente y ni hablar del escape del último rey de Judá, Sedequías, quien fue muerto en estas cuevas por los babilonios tras ser alcanzado por los soldados de Nabucodonosor.
Las Lágrimas de Sedequías es un sitio donde el agua fluye gota a gota. Es el mismo donde al parecer fue apresado el rey judío y sus lágrimas tocaron la piedra iniciando así el eterno goteo que finalmente dio paso a un manantial subterráneo. También a través de estos túneles, los últimos judíos de Jerusalén habrían escapado de la destrucción total de la ciudad a manos de las legiones romanas de Tito en el año 70 d. C.
Lo cierto y lo concreto es que recorrer los túneles da una real perspectiva de cómo se desarrollaba la vida dos mil y más años atrás. Un lugar donde hoy es un túnel, decenas de siglos atrás era una transitada calle, y hoy sus desgastadas piedras así lo atestiguan.
A medida que la ciudad era conquistada por otros pueblos, estos iban dejando su huella en ella, construyendo sobre la anterior, por lo que se pueden encontrar estilos de origen hebreo, babilónico, mameluco, romano, bizantino, árabe y, con seguridad, varios otros más.
Una piscina bajo tierra
Luego de sortear la sensación de encierro en varios pasajes de los casi 500 m que recorre esta porción del túnel, atrapados entre dos muros de gran altura y con más roca como techo, llegamos a una cisterna llamada la Piscina de Struthion, una colectora de agua que en su momento fue construida a cielo abierto en el siglo I a. C. y que proveía agua a los habitantes de esta ciudad.
Tras descansar en una plataforma semicircular, la calma del agua nos permitía apreciar enormes columnas romanas que yacen en lo más profundo de la piscina. Luego de permanecer alrededor de 15 min observando la piscina y su entorno –posiblemente la base del Muro de los Lamentos– además de tomar las respectivas fotos y grabar en lo posible algún que otro video, ya era tiempo de ingresar de nuevo al estrecho y serpenteante sendero para, realizando el mismo recorrido, regresar a la superficie, rodeado en ambos lados por enormes bloques de piedra de más de dos toneladas de peso y de 10 los que fueron colocados en las esquinas.
Apenas atravesamos la enorme puerta que nos devolvió otra vez al bullicio de la Plaza del Templo en medio de la celebración por el final del shabat, daba la sensación de que el Muro de los Lamentos había dejado de ser tan alto.
Lo realmente imponente había quedado bajo la superficie.
Texto y fotos: juan.dossantos@abc.com.py