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En los últimos años se han popularizado los viajes a las paradisíacas playas mexicanas, alentados por los paquetes “todo incluido”, y muchas personas las eligen para pasar sus vacaciones. Sin embargo, para quienes prefieran la aventura, adentrarse en la cultura y “viajar en el tiempo”, existen 101 opciones oficiales más en México, denominadas Pueblos Mágicos. Aquí les presentamos una de ellas: Tequila.
Ubicado a apenas una hora de Guadalajara, capital de Jalisco, este poblado –declarado como patrimonio de la humanidad por la Unesco– recibe a sus visitantes con sus paisajes agaveros, sus sierras y la amabilidad de su gente, que regala sonrisas desinteresadas a todos los que llegan. Se trata de un pueblo pequeño, de apenas 40.000 habitantes, calles empedradas y casas de colores.
Estas tierras fueron pobladas originalmente por nativos de las etnias chichimeca y otomí, y cuentan los historiadores que el agave ya se cultivaba e, incluso, se consumía al natural. Recién en el 1600, Pedro Sánchez Tagle instaló la primera destilería, con la que dio nacimiento a esta potente bebida. Su consumo se fue extendiendo tanto que no tardaron en aparecer más y más destilerías, pero todas como emprendimientos familiares.
Las características del suelo en la zona son ideales para el desarrollo del agave, un proceso que dura cerca de ocho años. Durante todo ese tiempo, los agricultores cuidan incansablemente sus tierras para evitar las plagas y posibles deterioros. Tal vez sea por lo largo de este periodo que Tequila, a pesar del éxito de su producto y la excelente cotización en los mercados más grandes del mundo, nunca experimentó un boom económico que transformara su fisonomía.
Mucho de esto cambió con la llegada del capital extranjero. Numerosas empresas, especialmente estadounidenses, vieron en el bajo valor de la moneda mexicana y el potencial de sus tierras para la producción del tequila una oportunidad para invertir.
Actualmente, las tequileras más grandes pertenecen a extranjeros que compraron a bajo costo las empresas familiares e industrializaron la bebida en todos sus niveles. Los habitantes originarios que no emigraron siguen en la zona, pero buscando nuevas oportunidades de negocios, brindadas –en su mayoría– por los turistas que llegan desde distintos puntos del mundo a ver “cómo se hace el auténtico tequila”. Otros reacondicionaron sus antiguas fábricas y las convirtieron en restaurantes o tiendas llenas de encanto.
Las casas y calles conservan su pintoresco colonial, se destacan por sus colores y el estar rodeadas de sierras les otorga un toque especial. No es un pueblo grande, así que caminar por sus calles y hablar con su gente es tan agradable que decidir entre el pozole y los tacos de carne asada, en las auténticas taquerías del mercado, se convierte en la tarea más difícil.
Varias de las tequileras tienen tiendas en las que se puede degustar la bebida y comprarla a precios muy bajos. Incluso, en las calles se pueden probar los tragos hechos al instante y servidos en manijas artesanales.
Para quienes desean visitar las distintas destilerías, se pueden encontrar a toda hora originales buses turísticos que incluyen tours por la ciudad y tragos, con precios que no son tan exorbitantes como en las grandes urbes.
Para el mercado paraguayo, Tequila no suele estar en la lista de prioridades; sin embargo, visitarla es una experiencia que compensa la falta de playas con sabor, colores y la amabilidad de su gente, que muestra orgullosamente su pueblo.
Texto y fotos
mbareiro@abc.com.py