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Los atuendos blancos, pañuelos y fajas rojas fueron regados con abundante vino y agua al son de acordeones y flautines que recibieron a miles de turistas de todo el mundo, atraídos por la fiesta y el recorrido de los toros durante los encierros.
El concepto de nueve días de fiesta sin parar y sin mayores incidentes en una ciudad pequeña resulta bastante inverosímil en Latinoamérica. Tanto los pobladores de Pamplona como el ayuntamiento (municipalidad) local se visten de finos blancos que, a diario, amanecen tintos por litros y litros de vino derramados y disparados, ya sea desde pistolas de agua o botas que emulan los antiguos recipientes de este brebaje.
Desde el mediodía, y recorriendo las calles infestadas de españoles y turistas, bandas folclóricas sientan las bases musicales de la celebración, mientras las propulsiones de vino y agua se toman un respiro, por respeto a los trajes típicos de los artistas. “Güey, es que uno piensa acabar con Pamplona, pero después uno se da cuenta de que Pamplona acaba con uno”, fue lo que intentaron decir dos mexicanos, con su atípico español, mientras trataban de que el líquido de su botella de plástico de sangría Don Simón, una marca popular de vinos, vaya a parar a su boca y no al piso.
El lugar de concentración masiva de personas es la plaza del ayuntamiento. Poco importan el calor de julio y el sudor de los festejantes que vicia el aire, haciéndolo más pesado. La música no se detiene y, en consecuencia, el baile continúa, porque cada esquina tiene su soundtrack, ya sea de un hombre munido de un acordeón y un improvisado parlante o de una capella de los más beodos que, de a ratos, repiten las estrofas del reconocido pasodoble “Viva España”.
“Hombre, vamos, es que no podemos enfadarnos. Esta fiesta da vida a la ciudad. Es típica. Además, mira todos los turistas que hay. Dejan buena pasta (dinero)”, dijo Iker, de unos 35 años y oriundo de Pamplona, sobre las posibles molestias que podrían causar los miles de visitantes. Quizás la respuesta a esta pregunta la hubiésemos obtenido en las calles, los abuelos con sus nietos que surcan las calles pamplonesas, tomados de la mano, ya conocen las reglas del juego y disfrutan de él.
Desde el restaurante más exclusivo hasta el autoservicio más pequeño venden sin cesar. Tanta es la variedad de visitantes que hay familias que van a disfrutar cordero en chilindrón, magras con tomate y gorrín asado, turistas que optan por pinchos y chistorras, pero también están las grandes cadenas y los sándwiches de 1,5 euros para los que prefieren el siempre bien ponderado menú económico.
Al caer la noche, aproximadamente a las 21:45 (en Europa oscurece tarde), varios de los celebrantes optan por darse un respiro y otros, con la adrenalina a pleno, siguen de festejo. A la medianoche vuelve la música, ya que son tres las plazas (de los Fueros, del Castillo y de la Cruz) que preparan escenarios en los cuales grupos musicales de distintos géneros ponen de pie a toda la ciudad y, por supuesto, a bailar.
Cerca de las 4:00 surgen los debates internos, porque hay dos opciones: dormir en algún espacio verde de la plaza o ir hasta algún punto del circuito de los encierros para ubicarse y esperar a la estampida de los toros.
El encierro: para los valientes
“Yo he venido a Pamplona a correr. Si puedo tener un buen sitio en el encierro, mejor”, fueron las palabras de José Manuel, de unos 28 años, oriundo de Valencia, mientras hacía flexiones a un costado de la pasarela. Es un tramo de 850 m los que unen la Cuesta de Santo Domingo con la Plaza de Toros. Luego de montarse el vallado del tramo donde pasarán los toros, el personal del ayuntamiento asea las calles, los paramédicos se ubican a los costados y los agentes de la Policía local despejan el pasillo de seguridad, en un trabajo coordinado que dura unos (para ojos latinos) sorprendentes 45 min.
Puntualmente, a las 8:00 largan los toros. La visibilidad de lo que ocurre es cada vez más obstaculizada porque, para ese entonces, ya es una marea de gente la que se agolpa para observar el espectáculo. La trillada frase “para alquilar balcones” cobra vida en esta celebración porque son varios los que optan por ver desde arriba, el violento pasar de los toros.
Una estampida de personas vestidas de blanco –muchas de ellas con un diario en la mano para desviar la atención de los toros– antecede al retumbe de las pezuñas taurinas que atropella todo lo que encuentra a su paso. Para los que permanecen al costado de las vallas, el show dura 15 a 20. Sin embargo, para los valientes que van hasta la plaza, la fiesta continúa.
Cuando los animales llegan al final del circuito, se topan con una barrera humana. El impacto de los toros es tan fuerte que varios de los postes de carne y hueso se convierten en bolsas de papas que van a parar a la arena. Una plaza repleta recibe el espectáculo de valentía que acompaña a los toros, hasta que abandonan el sitio y la fiesta sigue.
Contusiones y traumatismos son el saldo médico ideal del encierro, ya que las muertes que ocurrieron fueron los desenlaces de 16 personas que, entre 1910 y el 2009, no pudieron contar su historia de San Fermín.
En la fiesta impera el respeto. Varios festejantes optan por seguir las celebraciones “en traje de Adán y Eva”, una decisión individual que no afecta el desarrollo de los sanfermines. Sin embargo, con carteles en español, inglés y euskera, se advierte que: “En el caso de sufrir una agresión sexual, es importante llamar al teléfono 112”.
Pamplona despertó el 15 de julio con un poco de resaca, pero con la satisfacción de haber ofrecido una fiesta típica, colorida, que fue del agrado de miles de visitantes. Mientras la estación de buses seguía repleta de entes flotantes con rostros que denotaban una mezcla de cansancio, felicidad y ganas de volver a sus hogares luego de que Pamplona –como dijeron los mexicanos– haya terminado con ellos. La ciudad ya se prepara para el bullicio del 2016, en honor a San Fermín de Amiens, patrono de las cofradías de boteros, vinateros y panaderos.
olopez@abc.com.py