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Su capacidad para inducir emociones ha sido utilizada desde los inicios del cine sonoro y, seamos conscientes o no, suena durante muchas de nuestras actividades cotidianas. La italiana Silvia Bencivelli repasa en Por qué nos gusta la música los últimos estudios científicos en torno a nuestros gustos musicales.
Para intentar discernir su procedencia, es necesario analizar la dualidad entre los conceptos de consonancia y disonancia, que tradicionalmente han enfrentado a músicos y científicos. El primero hace referencia a los intervalos sonoros que nos resultan más placenteros, mientras que el segundo describe aquellos que nos producen una sensación desagradable.
Usando electrodos intracraneales, un grupo de científicos estadounidense confirmó una respuesta diferente, tanto en monos como en humanos, cuando se les expone a una u otra clase de intervalo. Esto podría significar que la consonancia es una cuestión objetiva, relacionada con la estructura de nuestro aparato auditivo.
Solo en una segunda etapa, la educación musical y las experiencias vitales influirían en la capacidad para apreciar ciertas combinaciones, condicionando nuestras elecciones musicales al estado de ánimo del oyente o del momento del día.
En este sentido, un estudio realizado en 2003 por Adrian North concluyó que los clientes de un restaurante de lujo eligen los platos más caros del menú si en la sala suena música clásica.
Antes, su grupo de trabajo había calculado que quien entra en una bodega donde suena música de Mozart gasta aproximadamente un 250 % más. A este mecanismo se le definió como "efecto Château Lafite", en honor a uno de los vinos más caros del mundo.
Por su parte, la doctora Sandra Trehub ha comprobado en sus investigaciones que, a diferencia de los adultos, los niños tienen la misma sensibilidad para cualquier género, sintiéndose cómodos en cualquier ambiente musical en el que se críen. La cultura, la educación y la exposición a cierta clase de sonidos serán las que determinen nuestros gustos en la edad adulta.
Esta progresiva adaptación de nuestro oído da lugar a situaciones grotescas. Por ejemplo, cuando en la década de los sesenta se pusieron de moda las composiciones indias, la mayor parte del público europeo no comprendía realmente lo que estaba escuchando. Cuentan que, en el primer concierto de Bangladesh organizado por George Harrison, los asistentes comenzaron a aplaudir cuando el citarista Ravi Shankar se limitaba a afinar su instrumento.
Mientras, el musicólogo estadounidense Alisun Pawley y el alemán Daniel Müllensiefen presentaron en octubre de 2011 los que, según demostraron sus experimentos, son los diez temas más pegadizos de la historia. We are the champions, de los legendarios Queen, obtiene el primer puesto en un listado que comparten con Y.M.C.A., de The Village People, y Fat lip, obra de los canadienses Sum 41.
Pero no todo el mundo se emociona al escuchar al inimitable Freddie Mercury ni disfruta con los últimos éxitos que ponen en la radio. Como explica Bencivelli, el 5 % de la población padece amusia, un trastorno sin graves consecuencias para la vida diaria, pero que impide a sus afectados sentir la música como algo diferente a una serie de sonidos yuxtapuestos.
Uno de los amúsicos más célebres fue el revolucionario Ernesto "Che" Guevara. El escritor Paco Ignacio Taibo II narra que, en una ocasión, llegó a pedir ayuda a un amigo para que le avisase del inicio de un tango que pretendía bailar para impresionar a una chica.
Para intentar discernir su procedencia, es necesario analizar la dualidad entre los conceptos de consonancia y disonancia, que tradicionalmente han enfrentado a músicos y científicos. El primero hace referencia a los intervalos sonoros que nos resultan más placenteros, mientras que el segundo describe aquellos que nos producen una sensación desagradable.
Usando electrodos intracraneales, un grupo de científicos estadounidense confirmó una respuesta diferente, tanto en monos como en humanos, cuando se les expone a una u otra clase de intervalo. Esto podría significar que la consonancia es una cuestión objetiva, relacionada con la estructura de nuestro aparato auditivo.
Solo en una segunda etapa, la educación musical y las experiencias vitales influirían en la capacidad para apreciar ciertas combinaciones, condicionando nuestras elecciones musicales al estado de ánimo del oyente o del momento del día.
En este sentido, un estudio realizado en 2003 por Adrian North concluyó que los clientes de un restaurante de lujo eligen los platos más caros del menú si en la sala suena música clásica.
Antes, su grupo de trabajo había calculado que quien entra en una bodega donde suena música de Mozart gasta aproximadamente un 250 % más. A este mecanismo se le definió como "efecto Château Lafite", en honor a uno de los vinos más caros del mundo.
Por su parte, la doctora Sandra Trehub ha comprobado en sus investigaciones que, a diferencia de los adultos, los niños tienen la misma sensibilidad para cualquier género, sintiéndose cómodos en cualquier ambiente musical en el que se críen. La cultura, la educación y la exposición a cierta clase de sonidos serán las que determinen nuestros gustos en la edad adulta.
Esta progresiva adaptación de nuestro oído da lugar a situaciones grotescas. Por ejemplo, cuando en la década de los sesenta se pusieron de moda las composiciones indias, la mayor parte del público europeo no comprendía realmente lo que estaba escuchando. Cuentan que, en el primer concierto de Bangladesh organizado por George Harrison, los asistentes comenzaron a aplaudir cuando el citarista Ravi Shankar se limitaba a afinar su instrumento.
Mientras, el musicólogo estadounidense Alisun Pawley y el alemán Daniel Müllensiefen presentaron en octubre de 2011 los que, según demostraron sus experimentos, son los diez temas más pegadizos de la historia. We are the champions, de los legendarios Queen, obtiene el primer puesto en un listado que comparten con Y.M.C.A., de The Village People, y Fat lip, obra de los canadienses Sum 41.
Pero no todo el mundo se emociona al escuchar al inimitable Freddie Mercury ni disfruta con los últimos éxitos que ponen en la radio. Como explica Bencivelli, el 5 % de la población padece amusia, un trastorno sin graves consecuencias para la vida diaria, pero que impide a sus afectados sentir la música como algo diferente a una serie de sonidos yuxtapuestos.
Uno de los amúsicos más célebres fue el revolucionario Ernesto "Che" Guevara. El escritor Paco Ignacio Taibo II narra que, en una ocasión, llegó a pedir ayuda a un amigo para que le avisase del inicio de un tango que pretendía bailar para impresionar a una chica.