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Por grandes tensiones con Roma y tras intentos fallidos de reconocimiento entre iguales, los patriarcas del antiguo Imperio bizantino deciden autogobernarse a partir del año 1054 de nuestra era. El papado, más interesado en Occidente, no avalaba las interpretaciones de las sagradas escrituras ni el poder de los líderes orientales, por lo que se llega al Gran Cisma o Cisma de Occidente y Oriente, y la separación fue inminente, con excomunión mutua entre católicos occidentales y católicos orientales.
La burla de Roma hacia Grecia y Constantinopla, la no aceptación de la liturgia de los orientales y el rechazo de un pedido de apoyo de Roma en contra de los normandos hicieron que las diferencias se agudizaran. A partir de allí comienza la primera escisión dentro de la historia del cristianismo.
A pesar de ello, ambas facciones poseen rasgos similares de la Iglesia Universal de Dios, ya que son reconocidos todos los concilios previos al siglo XI. La salvación mediante las enseñanzas de Jesucristo, la aceptación de la Santísima Trinidad como la deidad máxima y la Biblia como palabra de Dios son idénticas. A pesar de este corpus teológico, las diferencias entre Roma y Oriente son variadas.
Los católicos de Roma aseguran que, si bien hay que seguir la tradición, la Iglesia está en constante evolución teológica, por los nuevos dogmas de fe; a esto se oponen radicalmente los ortodoxos, que pretenden conservar las doctrinas del cristianismo primitivo. Los orientales tampoco aceptan el dogma de fe de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, impuesta por el papa Pío IX a mitad del siglo XIX.
Otra de las diferencias radica en la negación de la existencia del purgatorio. La Iglesia oriental sostiene que cuando las personas mueren, el alma va hacia “el abismo de los muertos”, esperando el llamado de Jesús para la resurrección; los que fueron elegidos tendrán vida eterna al lado de la deidad, mientras que los demás irán a parar al infierno. Para el catolicismo occidental, el purgatorio es un estado de purificación de las almas en el que los pecadores deben purificarse para llegar a conocer la gloria de Dios y la vida eterna.
Negación del papado
Sin embargo, una de las mayores diferencias sigue siendo el rechazo del papado y la infalibilidad del papa, impuesta en el Concilio Vaticano I, en 1870. Los ortodoxos rechazan la autoridad suprema del obispo de Roma, ya que para ellos todos los creyentes tienen igualdad de condiciones bajo la mirada de Dios, aunque algunos jerarcas poseen títulos de honor. La Iglesia católica ortodoxa se caracteriza por ser autocéfala e independiente, puede resolver sus problemas internos sin acudir a una autoridad máxima en otro territorio. No hay una dependencia directa con algún jerarca en Rusia o Turquía, como sí lo hay en el catolicismo occidental.
Así tenemos a la Iglesia ortodoxa rusa, que tiene su propio Patriarcado de Moscú, y a la histórica Iglesia ortodoxa de Constantinopla, que mantiene la tradición de ser también el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, con un patriarca que ostenta un cargo similar al del papa de Occidente, aunque muy distinto en el accionar. El actual patriarca es Bartolomé I, que tiene un cargo más simbólico que político. Aunque Demetrio Archondonis, nombre secular del patriarca, no tenga tantas atribuciones, tuvo la misión de reconstruir la Iglesia ortodoxa luego de la caída del comunismo en 1990. Durante el régimen dictatorial de la Unión Soviética, la Iglesia fue duramente perseguida y hostigada por el totalitarismo ruso.
Bartolomé I también es el responsable de volver a llamar a otras religiones a una mesa de diálogo interreligioso y de apoyar campañas ambientalistas en distintas partes de Europa.
Millones de fieles
En total existen 15 iglesias ortodoxas autocéfalas en el Este europeo y Rusia. La iglesia de Moscú tiene el mayor número de fieles, pero en Grecia, Chipre, Ucrania, Serbia, Georgia y Bielorrusia también la mayor parte de la población profesa el catolicismo ortodoxo. El número de fieles en todo el mundo oscila entre los 250 y 300 millones de personas, lo que la hace una de las facciones cristianas más grandes.
Los ortodoxos no tienen órdenes ni congregaciones. Diáconos y presbíteros pueden estar casados, pero no así los obispos ortodoxos. Otra de las grandes diferencias con el catolicismo occidental es su rechazo a admitir imágenes de santos en madera, yeso o piedra, por lo que se caracteriza por tener solo cuadros y mosaicos en sus templos.
Paraguay
En Paraguay, los ortodoxos llegan con la inmigración de los eslavos al país, aproximadamente, en la década de 1930 del siglo pasado. No hay un registro oficial del número de ortodoxos en el país, pero la mayor parte de ellos se encuentran en el Sur, específicamente en el departamento de Itapúa, donde se asentaron en varias ciudades y colonias. Inclusive tienen templos en algunas localidades donde siguen rindiendo culto. En Asunción, la Iglesia ortodoxa rusa tiene un templo en el centro, específicamente en Nuestra Señora de la Asunción casi Ygatimí.