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Una mujer de clase media, de origen judío, educada en el colegio Internacional, recibida como mejor bachiller, que entró a la facultad de ingeniería, a la que no iban las mujeres. Es decir, una persona rara, diferente.
¿Por qué decidió hacerse pintora?
Muchas veces pienso que no decidí yo, que fue Isaac, mi marido. Teníamos un hijo enfermo y yo estaba muy deprimida; él se enteró que Ofelia Echagüe Vera venía a dar cursos en el Ateneo Paraguayo, en 1948, y se fue a anotarme.
¿Recuerda su primer día de clase en la escuela?
Tengo vagos recuerdos. Lo que sé es que mis padres me llevaron al primer grado de muy chiquita y que mi maestra fue la tía de Jesús Ruiz Nestosa.
¿Es de las que piensan que todos los hombres son iguales?
¡Qué esperanza! Ningún ser humano es igual. Hay buenos, hay malos. Hay lindos, hay feos.
¿Se ve un país distinto dentro de un año o todo sigue igual?
Espero que sea distinto dentro de un año. Y tenemos que esperar un año, porque las cosas no cambian fácilmente.
¿Hay mujeres emblemáticas en el Paraguay?
Sí, hay, en todo sentido. Desde Madama Lynch hasta las Residentas, doña Coca Lara Castro, mi amiga Marí del Pino, Felicidad González y muchísimas mujeres que hicieron algo por el Paraguay.
¿Algo que usted, definitivamente, sería incapaz de hacer?
Traicionar.
¿Sirve un buen libro para escapar de la acuciante realidad de hoy?
Sirve, no es la solución. Uno no puede escapar del todo. La acuciante realidad de hoy incluye lo que pasa en Irak, en Estados Unidos, en Argentina, porque estamos con Internet, estamos con la televisión y el hoy es muy amplio.
¿Se necesitan muchas cosas materiales para ser feliz?
Creo que no; se necesitan cosas materiales para vivir. Si tenés hijos tenés que darles de comer, mantenerles educados, con salud. Pero no joyas ni trapos de lujo.
¿Le espera el purgatorio o el cielo?
¿O el infierno? El cielo, no creo. Para mí todo se termina acá.