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Oriundo de Escocia, donde nació en 1865, inició su carrera misionera como catequista en la isla Keppel de las Malvinas, en la que a lo largo de casi un lustro evangelizó a jóvenes indígenas trasladados allí desde Tierra del Fuego. En 1889 fue enviado al Paraguay para evangelizar a aborígenes de la zona del Pilcomayo.
Grubb trabajó con los aborígenes durante tres décadas y su actividad no solo se limitó a la evangelización, sino que también realizó exploraciones por diversos lugares hasta entonces desconocidos y en mérito a ello, fue designado miembro honorario de la Real Sociedad Geográfica británica.
Muchas penalidades le tocó vivir al misionero, quien solo cada largos años salía del interior del Chaco y regresaba por breve tiempo a su país para pasar cortas vacaciones. Durante sus tareas misioneras, W. Barbrooke Grubb respetaba "hasta donde fuese posible, sus costumbres y leyes...". En ese sentido, decía: "Me pareció sabio que los caciques mantuviesen su autoridad ... mientras que los hechiceros, cuya influencia era enteramente perniciosa... debían dejar de existir como tales".
Decía además que para tener éxito en su tarea, el misionero "Lo primero que tiene que hacer el hombre blanco que quiere ser mentor exitoso ante otras gentes no es, como supondrían muchos, estudiar la lengua y comenzar a enseñar, sino librarse de su innato sentido de superioridad y virtuosidad, por cuanto su gran dificultad ... consiste en ver las cosas desde el punto de vista de ellos".
Según Grubb, la tarea del misionero en el Chaco "consistía en detener la declinación y el deterioro de la raza...; en elevar [a los nativos] al nivel de propietarios...; en inducirlos a adoptar una forma de vida regular, laboriosa y sedentaria...; en prepararlos para aceptar el ofrecimiento del Gobierno paraguayo de otorgarles ciudadanía...; en inspirar en ellos un sentido moral más elevado...; en convertirlos en miembros útiles de la sociedad, en un pueblo que pudiese cumplir su parte en el desarrollo de su propia tierra".
Además de su trabajo ganando almas para el Señor, Wilfred Barbrooke Grubb se dedicó a filmar aspectos de la vida cotidiana de los indígenas chaqueños, dejando un interesante legado cinematográfico de innegable valor etnográfico. A fines de 1921, Grubb volvió a su país, donde murió en 1930.
Carne conservada
Para conservar la carne en estos países de grandes calores, se establecieron en varios puntos de la región, los saladeros. Estos eran establecimientos donde se salaba la carne después de faenar los animales. Se preparaba el tasajo: carne conservada por medio de la salazón para poder exportarla, hasta que apareció el frigorífico. Primero se preparaba la cecina, carne vacuna o de yeguarizo, cortada en tiras delgadas y angostas que se secaba al sol. Si se la salaba, se convertía en tasajo, de lo contrario en charque dulce. Luego se la "embarrilaba" en toneles de madera y quedaba en condiciones de ser exportada.
El primer saladero en escala industrial del Río de la Plata se instaló en la estancia de Colla, cerca de Colonia, en la Banda Oriental (Uruguay), cuyos primeros propietarios fueron los jesuitas. Fue su organizador Francisco Medina, un español, y a quién la muerte lo sorprendió en 1788 con el establecimiento en plena expansión. Llegó a reunir 30.000 cabezas de ganado. Este establecimiento fue destruido por un incendio en 1798, fecha en la que ya funcionaban otros tres establecimientos siempre en la Banda Oriental. Poco después se instalaron saladeros en las cercanías de Buenos Aires y, posteriormente, aguas arriba, en el Paraguay, especialmente en la zona del Alto Paraguay. Una variante a esta actividad fue la obtención de aceite en forma de sebo, de las patas de los animales. Otra alternativa productiva era el cuero salado destinado a la exportación, para preservarlo de la polilla. Estas actividades llevaron al transporte de sal desde las salinas del interior del continente adquiriera gran importancia para la economía de la época.
Grubb trabajó con los aborígenes durante tres décadas y su actividad no solo se limitó a la evangelización, sino que también realizó exploraciones por diversos lugares hasta entonces desconocidos y en mérito a ello, fue designado miembro honorario de la Real Sociedad Geográfica británica.
Muchas penalidades le tocó vivir al misionero, quien solo cada largos años salía del interior del Chaco y regresaba por breve tiempo a su país para pasar cortas vacaciones. Durante sus tareas misioneras, W. Barbrooke Grubb respetaba "hasta donde fuese posible, sus costumbres y leyes...". En ese sentido, decía: "Me pareció sabio que los caciques mantuviesen su autoridad ... mientras que los hechiceros, cuya influencia era enteramente perniciosa... debían dejar de existir como tales".
Decía además que para tener éxito en su tarea, el misionero "Lo primero que tiene que hacer el hombre blanco que quiere ser mentor exitoso ante otras gentes no es, como supondrían muchos, estudiar la lengua y comenzar a enseñar, sino librarse de su innato sentido de superioridad y virtuosidad, por cuanto su gran dificultad ... consiste en ver las cosas desde el punto de vista de ellos".
Según Grubb, la tarea del misionero en el Chaco "consistía en detener la declinación y el deterioro de la raza...; en elevar [a los nativos] al nivel de propietarios...; en inducirlos a adoptar una forma de vida regular, laboriosa y sedentaria...; en prepararlos para aceptar el ofrecimiento del Gobierno paraguayo de otorgarles ciudadanía...; en inspirar en ellos un sentido moral más elevado...; en convertirlos en miembros útiles de la sociedad, en un pueblo que pudiese cumplir su parte en el desarrollo de su propia tierra".
Además de su trabajo ganando almas para el Señor, Wilfred Barbrooke Grubb se dedicó a filmar aspectos de la vida cotidiana de los indígenas chaqueños, dejando un interesante legado cinematográfico de innegable valor etnográfico. A fines de 1921, Grubb volvió a su país, donde murió en 1930.
Carne conservada
Para conservar la carne en estos países de grandes calores, se establecieron en varios puntos de la región, los saladeros. Estos eran establecimientos donde se salaba la carne después de faenar los animales. Se preparaba el tasajo: carne conservada por medio de la salazón para poder exportarla, hasta que apareció el frigorífico. Primero se preparaba la cecina, carne vacuna o de yeguarizo, cortada en tiras delgadas y angostas que se secaba al sol. Si se la salaba, se convertía en tasajo, de lo contrario en charque dulce. Luego se la "embarrilaba" en toneles de madera y quedaba en condiciones de ser exportada.
El primer saladero en escala industrial del Río de la Plata se instaló en la estancia de Colla, cerca de Colonia, en la Banda Oriental (Uruguay), cuyos primeros propietarios fueron los jesuitas. Fue su organizador Francisco Medina, un español, y a quién la muerte lo sorprendió en 1788 con el establecimiento en plena expansión. Llegó a reunir 30.000 cabezas de ganado. Este establecimiento fue destruido por un incendio en 1798, fecha en la que ya funcionaban otros tres establecimientos siempre en la Banda Oriental. Poco después se instalaron saladeros en las cercanías de Buenos Aires y, posteriormente, aguas arriba, en el Paraguay, especialmente en la zona del Alto Paraguay. Una variante a esta actividad fue la obtención de aceite en forma de sebo, de las patas de los animales. Otra alternativa productiva era el cuero salado destinado a la exportación, para preservarlo de la polilla. Estas actividades llevaron al transporte de sal desde las salinas del interior del continente adquiriera gran importancia para la economía de la época.