Mis días contados

Esta es una de esas historias de vida de las que uno siempre desearía contar. Testimonios de lucha, valentía, victoria. Acerca de un hombre al que no solo le diagnosticaron un cáncer, sino dos, y cómo los venció.

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Recuerdo que lo escuché hablar de cómo había vencido su enfermedad en el programa de radio de un amigo en común. Me llamó la atención una frase: “Uno nace para vivir”. Al principio no dimensioné su importancia. Pero en esa afirmación estaba el fundamento de su lucha: no rendirse jamás ante la adversidad.

En mayo de 2013, Rubén Ovelar Melgarejo se realizó unos exámenes de rutina, pues el año anterior le habían encontrado una pequeña manchita en el riñón derecho. El estudio arrojó que tenía un tumor que había tomado una buena parte de este. Los médicos le dijeron que tenían que extirparle.

A partir de ese momento comenzó un periplo por seis médicos especializados en cirugía renal. “Mi esperanza era que me dijeran que no era cáncer o que, por lo menos, podían extirparme esa parte y todavía podía salvar el riñón”, recuerda.

Además, Ovelar quería posponer la cirugía por un mes. No había salido de vacaciones por cuatro años, y hacía mucho que tenía planeado un viaje familiar y no lo quería retrasar, porque era muy difícil conciliar los tiempos de todos. Pensó que si había esperado más de un año, podía aguardar un mes más. Pero todos los médicos insistían en hacerlo ya. Incluso, un galeno amigo le pidió que se opere ese mismo día. “Le pedí 24 horas para pensarlo”, rememora. “Quiero estar con mis hijos”, le avisó al médico.

Un viernes de tarde, unas dos semanas antes del viaje programado, cuando terminó de organizar las tareas de su oficina para viajar, arroja la agenda sobre el escritorio. Entonces, esta se abre, sale volando un papel y comienza a zigzaguear frente a él. “¿Qué es esto?”, se preguntó. Al verlo recordó que era un estudio de colonoscopía que le habían pedido a principios de año, pero no pudo hacerlo porque entonces su médico no se encontraba en el país.

Como de todos modos se iba a operar, decidió llamar al consultorio, realizarse el estudio y tener en manos el resultado para entonces. Pero le informaron que no había turno y que, el lunes, el médico nuevamente viajaba a un congreso, ¡por dos semanas! Insistió hasta que, por una de esas tantas casualidades —“Que podríamos llamar milagros”recuerda—, uno de los pacientes canceló la cita.

No solo consiguió la cita con el médico, sino también un anestesiólogo y un lugar en el sanatorio para las 11:00 del lunes.

Acudió, lo sedaron y se durmió. Cuando despertó, el doctor le dijo que no se preocupara, pero que le habían extirpado algunos pólipos que ya habían sido enviados para la biopsia. Miró el reloj. El procedimiento, que debía durar solo 20 min, se había extendido a más de una hora. El resultado estuvo ocho días después. Cristina, su esposa, se fue a buscarlo en medio de un tremendo temporal, con truenos, rayos y fuertes ráfagas de viento. Pero no eran nada comparado con el vendaval que aún estaba por venir.

Los minutos se hicieron horas y, como su esposa no avisó nada, él la llamó. “¿Retiraste el resultado”?, inquirió. Ella le contestó que sí. Entonces, Ovelar le pidió que le leyera el diagnóstico. “No entiendo nada. Enseguida llego”, fue su respuesta. A él le llamó la atención el tono de su voz, pero no se preocupó. Lo adjudicó al temporal. Cuando Cristina llegó, le extendió el sobre con manos temblorosas.

Lo abrió y, en una rápida ojeada, su mirada se posó en una frase: “Adenocarcinoma grado 2/3”. No lo podía creer. Ya tenía un cáncer, no podía ser que hubiera otro. “Tiene cuatro estadios; yo estaba en el penúltimo”. Las preguntas vinieron a su boca como un torrente: “¿Por qué a mí? Pero ¿qué hice? ¿Por qué yo?”. Y no, no tenían respuesta.

Se miraron con su esposa. Hacía dos años, un amigo había fallecido de lo mismo. Ovelar calló, no sabía qué hacer. Le parecía escuchar la voz de su esposa cuando aquella vez le dijo: “Del cáncer de colon nadie se salva”. Luego de unos 20 min, reflexionó: “Tengo doble cáncer. Debo luchar”. Llamó a su médico, quien lo citó para el día siguiente. “Esto tenemos que cortar lo antes posible”, dispuso. Además, habló con el colonproctólogo. El especialista lo atendió el domingo. “Miró los estudios, los escaneó y envió a colegas de Chile, Brasil, Argentina, México y Guatemala, porque era un caso muy inusual”. Se trataba de dos cánceres independientes. No eran metástasis. Por protocolo se recomendaba quimio y radioterapia para reducir el tumor y, después, encarar la cirugía. “Pero teníamos el tiempo en contra. Podía dispararse en cualquier momento”.

Una semana después, en un procedimiento de 10 h, le realizaron dos operaciones. “Me quitaron el riñón derecho y la parte dañada del colon”. Luego pasó unas tres semanas en cuidados intensivos, medio y sala común. “Pero me realizaron una ileoestomía, el desvío de las heces fecales a través de una abertura del ilion. El desecho se recolecta en una bolsita”. Ovelar tuvo que “cargar” con ella 10 meses hasta que el colon sanara.

Posteriormente, se realizó 30 sesiones de radioterapia y luego, simultáneamente, una quimioterapia oral durante seis meses y otra endovenosa cada cuatro semanas. Se sentía muy mal, pero, dentro de todo, un pensamiento acudía a su mente: “Yo nací para vivir”. Y de esa manera lo enfrentó. Así, Rubén Ovelar Melgarejo, junto con su familia y amigos, ganó su “guerra”, como él la llama, y lo dejó plasmado en su libro Mis días contados. El título es un juego de palabras que hace alusión a lo que podía pasar, pero también cuenta todo lo que pasó y cómo lo enfrentó. Es, sobre todo, un mensaje de esperanza. “Quiero que la gente siempre mantenga su optimismo y la fe, que apuesten por vivir”.

Sepa más en:

Mis días contados está en venta a beneficio de las obras de la Fundación de Ayuda a los Niños con Cáncer y Leucemia (Asoleu). Tel.: (021) 623-340.

mpalacios@abc.com.py

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