Mi mamá... mi ejemplo

“Yo quiero ser como mi mamá” es una frase que frecuentemente se escucha, y es porque las mamás son la conexión más directa con la historia personal de sus hijas y el concepto de lo que significa ser mujer. ¿Por qué este vínculo tan especial? Responde el Lic. Osmar Sostoa Luraghi.

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El vínculo madre-hija está diseñado estratégicamente para ser una de las relaciones más positivas, comprensivas e íntimas que se tendrá en la vida, según el Dr. Christiane Nothrup. Claro que no siempre se da así, pero, en la generalidad, las niñas ven a su madre como su ejemplo a seguir. Las mamás son la conexión más directa con la historia personal de sus hijas y el concepto de lo que significa ser mujer. Ellas representan un modelo que sirve de guía para su propia identificación y equilibrio emocional.

Efectivamente, un estudio realizado recientemente en el Paraguay indica que, para las niñas, las mamás son el principal modelo a seguir. Dicho estudio, atribuido a Dove, para ser precisos, indica que esta regla se da en casi seis de cada diez niñas a nivel mundial y en siete de diez en nuestro país.

El análisis también indica que, además de ser el principal modelo a seguir, es la transmisora de los cánones de cuidado personal.

¿Por qué es el modelo a seguir? El Lic. Osmar Sostoa Luraghi, sicólogo de las clínicas ICSE y Pradeh, afirma que el ser humano nace como un libro en blanco en el cual la madre es quien comienza a escribir esa nueva historia con sus cuidados, protección, amamantamiento, ternura, cantos y palabras afectuosas.

“Cuando el bebé llora para expresar sus necesidades y molestias, la madre lo atiende; sea hambre o sed, o para cambiarle los pañales, o por soportar frío o calor, o añorar su abrazo y saber que ella está ahí para él. La madre es protectora, nutriente, absorbe los miedos en sus brazos, ayuda a calmar los impulsos agresivos y amorosos que el bebé los siente todavía de manera desordenada”, expresa el profesional.

Dice también que la mente nace en blanco. “Uno se inicia imitando a quien cumple el rol de madre; luego, vienen los otros con quienes gradualmente uno va decantando distintos aspectos asimilados, pero siempre sobre la matriz, la impronta que fija la madre”.

Sostoa Luraghi afirma que, cuando venimos al mundo, no caemos en un paraíso terrenal. “Ya el nacimiento es el desalojo del bucólico ambiente uterino. El ser humano nace desvalido y necesita de sumos cuidados hasta que pueda pararse, caminar, correr y buscarse su propio sustento. En esos primeros meses deja huellas indelebles en la memoria emocional. Recién en la pubertad comienza a tomar verdadera distancia, a rebelarse y buscar afianzar una autonomía, criterios propios y la búsqueda de un camino elegido de acuerdo a las aspiraciones que tenga”.

Aun entonces, en los inicios del desarrollo consciente de una personalidad, el adolescente sigue teniendo como referente a la madre, además del padre y otros adultos. A veces, rescatando conscientemente aspectos valorados de la madre; otras veces, como antimodelo y, las más de las veces, asimilando inconscientemente perfiles de la personalidad materna.

-Siendo la madre el ejemplo, ¿cómo debería educar para el futuro?

-Por supuesto que es difícil decir cómo debe ser la madre como modelo o ejemplo, por cuanto que no se trata de eso. No importa cuán ejemplar pueda ser la madre, sino cómo puede ayudar al hijo a salir adelante en la vida de la mejor manera posible, dentro de sus posibilidades, con sus virtudes y limitaciones. Ser una buena madre no implica ser una supermadre, un arquetipo de madre o la mujer maravilla. Antes que nada, debe procurar fijar la sensación de seguridad en los primeros meses, nutriendo, cobijando, cuidando, protegiendo, lo que permite –dicho sea de paso– reducir las posibilidades futuras de padecimientos síquicos. Al mismo tiempo y seguidamente, desarrollar la autoestima del niño o niña con mucho afecto, sin maltratos ni castigos físicos o humillantes. También, poner límites necesarios para no estimular egocentrismos que produzcan desadaptaciones, pueda soportar frustraciones y fracasos en la vida sin afectar seriamente su autoestima, y pueda desarrollar su capacidad de resiliencia. Por lo tanto, la madre juega un rol trascendente para que el hijo pueda desenvolver una personalidad equilibrada, partiendo del apego necesario en los primeros meses y año y, luego, promoviendo el desapego gradual que le permita ser una persona segura de sí misma.

-¿Cómo se puede mejorar la relación entre madre e hija?

-Es necesario mucho diálogo. La cultura tradicional, y su consecuente educación, genera una relación vertical, autoritaria entre madre/padre e hijos/as, lo que reduce drásticamente las posibilidades del diálogo, de escucharlos y comprenderlos. Se aplica rígidamente el deber ser, se confunde el respeto con sumisión, mantener la autoridad con no reconocer errores, entre otros malentendidos.

-Pero las tareas hay que compartir.

-El diálogo es un gran paliativo de la falta de tiempo de los padres, sobre todo de la madre, quien hoy en día no solamente está poco tiempo en el hogar por su actividad laboral, sino también por otras actividades. La mujer moderna se integra a la par del varón en círculos sociales que forman parte de su vida, sean culturales, cívicos, políticos, religiosos o de otra índole. Por supuesto que ello implica compartir con el varón las tareas paternales y del hogar, para no coartar la integración social y realización personal de la mujer. Esto trae también consecuencias en los roles de padre y madre, asumiendo el primero algunos papeles tradicionalmente asignados a la segunda, equilibrando la presencia y el compromiso de ambos en el hogar y con los hijos.

-Desde su experiencia como profesional, ¿esto se da realmente en la práctica?

-Actualmente, en nuestro país se puede ver cómo esta situación aflora en la clínica a modo de crisis matrimoniales, por la resistencia de los varones a aceptar sus nuevas responsabilidades y los derechos femeninos adquiridos. Por su lado, los hijos también están en variadas actividades escolares y extraacadémicas que generan una integración social, una socialización más amplia y anticipada. Por lo tanto, la comunicación y el vínculo afectivo entre padres e hijos se pueden apreciar más por su calidad que por su cantidad. Entonces, el diálogo se vuelve imprescindible. Y bien sabemos que no es dar órdenes y exigir información de su cumplimiento, sino escuchar, comprender, argumentar, apoyar, estimular, empatizar; en fin, interactuar más que imponer unilateralmente.

Desde luego que, en ese marco nuevo de las relaciones paterno-filiales, madre e hija podrán compartir más fructíferamente experiencias, conocimientos y la condición de ser mujer con sus distintos roles naturales y socioculturales que la sociedad actual demanda.

-¿Cuánta influencia tiene realmente la madre?

-Con todo lo descrito anteriormente, podemos asumir que la influencia materna es determinante en la definición de la personalidad de los hijos, la constitución de su carácter, su salud mental, su actitud básica hacia la existencia, su capacidad de disfrutar la vida y poder ser feliz. Pero esta responsabilidad debe ser plenamente compartida con el padre y en el mundo actual, más que nunca. Muchas veces, es el padre el que frustra a la madre, haciéndola sufrir con su conducta distante, irresponsable o violenta, por lo que no está en condiciones emocionales y con la suficiente autoestima para cumplir su papel de madre.

-¿Qué vínculos hay que fortalecer para lograr una maternidad plena?

-Se suele decir que es la madre la que educa al varón en el machismo. Tal vez haya algo de cierto en ello, dada la educación y cultura tradicionales. Pero eso es tirar nuevamente toda la responsabilidad a la mujer. Quien debe deponer primeramente las armas es el varón. Es el padre quien con el respeto a su mujer debería estar educando con el ejemplo a su hija en la autoestima de su condición de mujer y madre y, en consecuencia, a su hijo varón como contrapartida. En un contexto social y familiar facilitador, la madre será revalorizada sin que ello vaya en detrimento de sus modernas conquistas sociales como mujer. Entonces, ella podrá poner énfasis más en la calidad de sus relaciones con sus hijos que en la cantidad del tiempo que pueda dedicar a ellos y, además, un rol compartido con el padre, quien actualmente debe asumir con mayor tiempo, responsabilidad y dedicación dicha función.

-¿Qué dejan como legado las madres a sus hijas?

-Su ejemplo de dedicación, humildad, dignidad y la predisposición al diálogo, esos brazos continentes a pesar de todo, la capacidad de amar sin condiciones y tantas otras cosas más.

-¿Y a sus hijos?

-El respeto a la mujer, el reconocimiento de que en sus entrañas se origina la vida. Y eso no implica solamente la dimensión física; vale decir, la salud corporal, sino también la mental. Una mujer valorada y respetada, con autoestima, tiene todas las posibilidades de desplegar integralmente su condición de madre, su poder creador de vida, dando hijos e hijas sin tapujos para desarrollar plenamente sus atributos y realizarse como personas.

Agradecimientos: Margarita Bauzá y sus hijos Mia Jazmín y Thiago Nicolás Ayala.

ndure@abc.com.py

Fotos ABC Color/Gustavo Báez.

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