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La familia de Máxima Zorreguieta, desde niña, supo darle una educación que le permitió codearse con la alta burguesía argentina para así labrarse una posición social que le permitió, en definitiva, conocer al príncipe Guillermo Alejandro.
“Todos tenemos un destino, pero Máxima siempre fue en dirección a lo que es hoy. Si ella no se hubiera casado con un príncipe, seguramente estaría casada con un empresario millonario, ocupando un lugar de poder de todas maneras. La historia de Máxima hacía prever esto. Pero superó las expectativas porque nadie imaginaba que una argentina algún día iba a poder llegar a ser reina”, dijo a Efe la periodista Soledad Ferrari, coautora junto a Gonzalo Álvarez Guerrero de la biografía no autorizada Máxima, una historia real.
En el libro, reeditado recientemente, los autores aseguran que Máxima “no es la joven aristócrata y moderna, ni la jinete intrépida y aventurera ni la economista brillante que nos cuenta la versión oficial de la Corona holandesa”.
Máxima nació en Buenos Aires, el 17 de mayo de 1971, primer fruto del segundo matrimonio de su padre, Jorge Zorreguieta Stefanini, con María del Carmen Cerruti.
Fue bautizada en la iglesia católica de Nuestra Señora del Pilar, del coqueto barrio porteño de Recoleta, donde conviven integrantes de la clase media acomodada con miembros de la alta sociedad.
Máxima pertenecía al primer círculo, pero supo hacer buenas migas con el segundo gracias a que sus progenitores la enviaron al Northlands, en la localidad bonaerense de Olivos, en la periferia norte de Buenos Aires, un selecto colegio bilingüe para hijos de la alta burguesía local.
“Sus padres la mandaron a ese colegio para que estuviera en contacto con ese tipo de gente y, de hecho, mal no le fue porque una compañera de estudios fue quien le presentó al príncipe Guillermo”, apuntó Ferrari.
Allí fue compañera y amiga, entre otras, de Agustina Blaquier, miembro de una de las familias más ricas y poderosas de Argentina.
También en el colegio conoció a Cynthia Kaufmann, la “celestina” que años después uniría las vidas de Máxima y Guillermo Alejandro.
Hasta dejar el hogar paterno, Máxima vivió en un apartamento de la calle Uriburu, en el barrio de Recoleta, donde aún hoy viven sus padres.
Allí convivió con sus tres hermanos menores —dos varones y una mujer—, a los que muchas veces se sumaban tres medio hermanas mayores, hijas del primer matrimonio de su padre con Marta López Gil, de quien se separó en 1968.
“A veces eran nueve personas viviendo en un apartamento no muy grande. Eso da la pauta de que no era una familia rica”, señaló Ferrari.
Tras salir en 1988 del colegio secundario, Máxima ingresó a la carrera de Economía en la Universidad Católica Argentina, una de las más prestigiosas universidades privadas del país, donde se graduó en 1995.
“Era una alumna normal. Nunca se destacó por ser la mejor. En la universidad su promedio fue de 6,75 puntos sobre diez. No era una alumna brillante”, señaló Ferrari.
Según los datos biográficos de Máxima, reseñados por el sitio oficial de la Corona holandesa, mientras estudiaba en la universidad la princesa trabajó en las firmas Mercado Abierto y Boston Securities, de Buenos Aires. También se ganaba la vida dando clases de inglés y matemáticas.
De Buenos Aires a Nueva York
Según señala Ferrari, “era muy capaz y sus jefes la recuerdan como una empleada muy buena”. Tras licenciarse en Economía, Máxima se fue a vivir a Nueva York, donde trabajó en instituciones del mundo financiero. Entre julio de 1996 y febrero de 1998, trabajó en el banco HSBC como vicepresidenta del área de ventas institucionales para Latinoamérica. Luego, hasta julio de 1999, se desempeñó como vicepresidenta de la división de mercado emergente en Dresdner Kleinwort Benson. De allí pasó al Deutsche Bank, siempre en Nueva York, para ocupar la vicepresidencia del área de ventas institucionales.
Poco tiempo después, en mayo de 2000, pidió el traslado a las oficinas del Deutsche Bank en Bruselas. Para entonces su vida personal ya había dado un giro radical... Era hora de dejar la Gran Manzana por un amor prometedor en el Viejo Continente.
A Máxima se le conocen pocas relaciones amorosas. Según Ferrari, estuvo de novia con Tiziano Iachetti, un italiano que vivía en Argentina, y con Max Casá, un chef argentino. Y en Nueva York con el alemán Dieter Zimmermann, a quien —según su biografía no autorizada— dejó por el príncipe Guillermo Alejandro.
Fue, según Ferrari, Cynthia Kaufmann, amiga de Máxima, quien presentó a la pareja.
Kaufmann conocía al príncipe, tenían amigos en común y le mostró algunas fotos de su amiga. “Esta mujer es divina”, reaccionó el príncipe al ver las primeras imágenes de Máxima, según la biografía no autorizada.
Finalmente, el primer encuentro se concretó en marzo de 1999, en una fiesta de la Feria de Sevilla. Bailaron y hubo flechazo. Máxima regresó a Nueva York y terminó su relación con Zimmermann.
Dos años después de aquel encuentro, la pareja oficializó su compromiso. Máxima se hizo ciudadana holandesa y el Parlamento de los Países Bajos inició una investigación para determinar si autorizaba o no la boda con Guillermo Alejandro.
La Constitución holandesa obliga al príncipe heredero a obtener el consentimiento de los representantes del pueblo a la elección de su futura esposa.
El pasado de su padre
Nada parecía anormal o reprochable en la hoja de vida de Máxima, salvo por un detalle: el pasado de su padre. Jorge Zorreguieta nació en 1928, en Buenos Aires, en el seno de una familia de clase media acomodada. Dedicado al negocio rural, en abril de 1976 se convirtió en subsecretario de Agricultura del Gobierno de facto de Jorge Rafael Videla. Y, en 1979, durante el también gobierno dictatorial de Roberto Viola, fue nombrado secretario de Agricultura y Ganadería, un cargo de mucha relevancia en un país como Argentina, donde la actividad rural es uno de los motores de la economía.
El nexo de Jorge Zorreguieta con el régimen de facto, cuánto sabía y qué grado de complicidad pudo haber tenido con la sangrienta dictadura que hizo desaparecer a 30.000 personas en Argentina, disparó las alarmas en Holanda.
“Esa chica se casó gracias a mí”, afirmó alguna vez el fallecido presidente argentino Raúl Alfonsín (1983-1989), quien —según publicó el diario porteño Clarín— habló bien de Máxima y de su compromiso democrático al entrevistarse con legisladores holandeses que, en 2001, viajaron a Argentina para investigar el pasado de los Zorreguieta y su papel durante la dictadura.
Finalmente, en julio de 2001, el Parlamento holandés aprobó una ley autorizando la boda, pero determinó que el padre de Máxima no podría asistir al enlace debido a su controvertido papel en el seno del Gobierno dictatorial argentino.
Su relación con la familia
Máxima y Guillermo Alejandro se casaron el 2 de febrero de 2002, en Ámsterdam. La ausencia de Jorge Zorreguieta causó las recordadas lágrimas de la princesa en la ceremonia religiosa, en la que la hija evocó silenciosamente a su padre con el famoso tango Adiós, Nonino, compuesto por Astor Piazzolla con motivo de la muerte de su propio padre. Jorge “Coqui” Zorreguieta tampoco podrá asistir a la ceremonia de coronación de Guillermo Alejandro.
“Al final, Máxima logró sortear el pasado del padre. El Parlamento no permitió que Zorreguieta asistiera a la boda, pero la joven se pudo casar y ahora está a punto de ser la reina de Holanda”, destacó Ferrari.
El padre de Máxima mantiene un bajísimo perfil. Sigue viviendo en su apartamento de siempre, viaja en ómnibus por la ciudad y, como descendiente guipuzcoano, ocupa la presidencia de la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay, institución que tiene por objetivo “prolongar la tradición y las costumbres vascas en la Argentina”.
Amada por los holandeses y adoptada a la cultura de los Países Bajos, Máxima no esconde su raíz argentina, que trata de mostrar a sus niñas en cada viaje a su país natal. Incluso “ha contratado a una niñera argentina para sus hijas”, según Ferrari.
“Está muy ligada a Argentina si bien, obviamente, la Casa Real de Holanda trata de mostrar cierto equilibrio porque va a ser su reina”, sostiene la periodista.
A sus 41 años, se convertirá, a fin de cuentas, en la primera reina argentina, una monarca consorte que no nació noble pero que supo labrar su propio destino real. Sin olvidar sus raíces, su identidad y su esencia.
“Al principio intentaron crear una historia de cuento de princesas que se fue cayendo y ganó la verdadera Máxima, que es mucho más interesante que la que intentaron mostrar. Una chica de clase media de Buenos Aires, muy espontánea, muy cálida y muy latina. Eso es lo que le aportó valor a la monarquía holandesa”, concluye Ferrari.
Máxima estudió en Northlands, en la localidad bonaerense de Olivos, un selecto colegio bilingüe para hijos de la alta burguesía local. “Sus padres la mandaron allí para que estuviera en contacto con la alta sociedad y, de hecho, mal no le fue porque una compañera de estudios fue quien le presentó al príncipe Guillermo”, apuntó Ferrari.
A la próxima reina de Holanda se le conocen pocas relaciones amorosas. Según Ferrari, estuvo de novia con Tiziano Iachetti, un italiano que vivía en Argentina, y con Max Casá, un chef argentino. Y en Nueva York con el alemán Dieter Zimmermann, a quien —según su biografía no autorizada— dejó por el príncipe Guillermo Alejandro.