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Desde que tenemos memoria, toda referencia al Medio Oriente ha sido relacionada con conflictos, violencia o guerras. Una marca característica para quienes nacimos y nos formamos en la cultura occidental. La historia nos cuenta que, desde hace miles de años, el Medio Oriente, cuna de la cultura y las primeras sociedades organizadas de la humanidad, así como de las primeras religiones, también ha sido lugar de intensos conflictos, imperios dominantes; ascenso, apogeo y caída de grandes líderes.
Visitar cualquier rincón de esta parte del mundo es dar un paseo histórico, cultural, religioso o arquitectónico que nos ayudará, sin duda, a entender cada situación, movimiento e, incluso, punto de vista diferente.
A un grupo de 25 profesionales iberoamericanos de medios de comunicación, entre los cuales me incluyo, nos ha tocado en suerte participar de un curso que nos puso en perspectiva el complejo entramado del conflicto del Medio Oriente y la confrontación árabe-israelí.
Durante tres semanas hemos recorrido gran parte de Israel, conversando con quienes hacen parte de una confrontación que bien pudo haber comenzado, al menos, 3000 años atrás. El único día que el curso tuvo una pausa, un grupo de 20 personas decidimos sacarnos la curiosidad por conocer Masada, la gigantesca fortaleza de Herodes, rey de Judea en tiempos de la ocupación romana. Herodes es mencionado en la Biblia cristiana como el responsable de la muerte de niños en aquellos tiempos del nacimiento de Jesús, hecho que hoy es recordado cada 28 de diciembre como el Día de los Santos Inocentes.
Sin embargo, Herodes, también conocido como El Constructor o El Grande, es mucho más de lo que nos han enseñado en esta parte del mundo. Este personaje casi legendario fue el mentor de obras descomunales que, incluso, hoy serían toda una hazaña poder concretarlas.
La fortaleza de Masada quizá no sea su obra cumbre, pero de todas maneras impresiona por el lugar elegido, el motivo de su creación, la estructura misma y la trágica historia que acabó con su esplendor.
Bien temprano en la mañana, un sábado, abordamos el bus que desde el pequeño enclave de Beit Berl, donde estábamos alojados, a 12 km de la costa del Mediterráneo y a menos de 5 km de la cerca de separación con Cisjordania, nos trasladaría hasta Masada, la gran fortaleza de Herodes y una de sus tantas construcciones para el placer.
El recorrido de, aproximadamente, dos horas no tenía desperdicios. Atravesamos la blanca y milenaria ciudad de Jerusalén antes de adentrarnos al inhóspito desierto de Judea, para luego dar un vistazo a Ein Gedi, el oasis en el que producían el bálsamo tan apreciado por las mujeres de la alta sociedad romana. Poco antes de bordear el Mar Muerto, nos explicaron el origen de sus rollos, la primera Biblia de la humanidad, descubierta en unas cuevas hace 70 años.
Finalmente, Masada, el refugio que Herodes hizo construir en la cima de una elevación de 450 m, apareció ante nosotros. Con todas las medidas de seguridad propias de los lugares públicos en Israel y la tecnología para facilitar nuestro rápido ingreso, en menos de 15 min ya estábamos a las puertas de un teleférico, rodeados de una multitud que aguardaba, al igual que nosotros, llegar lo antes posible a la cima del monte.
A medida que el recorrido tomaba altura, el ambiente era dominado por el color turquesa de las aguas del Mar Muerto, los acantilados a lo lejos en la costa de Jordania, las ruinas que lentamente se dejaban ver en lo alto de la meseta; todo eso, rodeado de la más absoluta soledad y desolación del desierto de Judea.
En el interior de la fortaleza es posible apreciar la grandeza de la obra: tres plataformas de observación del paisaje para deleite de Herodes, habitaciones decoradas con cerámica traída de Roma; un sistema de recolección, almacenamiento y abastecimiento de agua; baños con aguas termales, aprovechando la proximidad de las placas sirio-africanas; una sala de spa (salute per l’acqua); residencias para los guardias, el comandante y los visitantes; torres de control, piscinas con miradores, sinagogas, columbarios y hasta un edificio administrativo. Cuentan que Herodes El Grande visitó Masada solamente en tres oportunidades luego de la culminación de la obra.
En el año 73 d. C., con toda la región bajo el control romano y el rey constructor ya muerto, un grupo de rebeldes judíos y sus familias se refugiaron en Masada dispuestos a resistir a cualquier precio el asedio del invasor. Tras seis meses de infructuosos intentos, finalmente, los romanos lograron ingresar solo para comprobar que un total de 960 personas habían optado por quitarse la vida entre ellos mismos, antes que rendirse a los soldados de la Décima Legión Romana bajo el mando de Flavius Silva. Solo dos mujeres y cinco niños que se habían refugiado en las cisternas sobrevivieron y dieron detalles del trágico final. A partir de ese momento, Masada pasaría al olvido sin ser tenida en cuenta por los sucesivos imperios que posteriormente dominaron la región.
Descubierta en 1838, las excavaciones en el lugar recién se iniciaron en 1955 y en el 2001 fue incluida por la Unesco en la lista de los sitios del legado cultural de la humanidad, no solo por la obra, sino por los trágicos acontecimientos que llevaron al fin del Reino de Judea en el periodo del Segundo Templo.
Hoy, la cima del monte es un sitio turístico de importancia histórica y cultural que forma parte de las 400 ha del Parque Nacional Masada, y combina un recorrido que incluye al Mar Muerto, los oasis de la zona –en especial Ein Gedi–, y la misma ciudad de Jerusalén y sus alrededores.
Texto y fotos:
Juan Carlos dos Santos