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Se incorporó a la milicia en los años 50 y estuvo en los arsenales, en los que dirigió la construcción de barcos, diques y otras edificaciones navales.
Hoy, en la tranquilidad de su hogar, el capitán Jaime Grau se dedica a “sacar de los libros” edificios históricos y barquitos de papel. Pero no tan sencillos, como los que hacíamos de niño de la hoja de un cuaderno y los arrojábamos al raudal. Son, a escala, embarcaciones que zarparon de la historia y navegaron el río Paraguay.
De sus manos, buques coloniales que surcaron los mares y barcos que libraron batallas durante la Guerra contra la Triple Alianza adquieren una dimensión más real; tridimensional, en algunos casos.
Su filosofía la define así: “El hombre termina cuando el cerebro y la idea se apagan. Y mientras uno mantiene alimentada la mente parece ser que el cerebro no olvida y produce todo lo que podría beneficiar a los que seguirán”.
Este pensamiento lo llevó, en la quietud de la jubilación, a no permanecer sentado ante el televisor “escuchando un pésimo español” o “adoptando modismos extranjeros”, sino a realizar una actividad intelectual y artística que implica mucha indagación, cálculos, lógica y destreza: construcción de maquetas de embarcaciones y nudos. También reconstruye, en el papel y las computadoras, fachadas de edificios y planos antiguos.
Su escritorio está lleno de documentos y facsímiles; muchos de ellos, perfectamente encuadernados y listos “para cuando alguna vez alguien los quiera editar”.
“Ese cuadro es el arsenal en los tiempos de Carlos A. López; fue el primer Arsenal de Marina del Paraguay. Estaba a orillas del arroyo Jaén y, luego, se instaló allí la Cervecería Nacional, por eso el paraje se llamó Arsenal Cué”, dice en medio de la conversación.
“Todo esto es muy descriptivo. Se me ocurre que deberíamos cambiar el sentido de la educación para la época actual, en la que visualizando e interpretando se aprende mejor la historia. Si los estudiantes se ponen a consultar solamente los libros, se aburren”, afirma y muestra diversos objetos que salieron de los libros para adquirir forma en sus manos.
“Esto no es ficción. Me pasé años recorriendo los archivos nacionales para recabar información. Es muy fácil leer artículos o lo que está en los libros. ¿De qué me sirve realizar una composición de 10 autores diferentes si es que no estuve en el lugar ni verifiqué los documentos?”, cuestiona.
Onda del reciclaje
Sus miniaturas no requieren material sofisticado alguno. Las elaboró de hojas recicladas de revistas en los colores originales de impresión. Por ello, no necesitan pintura, pues la materia prima ya trae su color y son los tonos correspondientes para cada barco en la historia. También se utilizan telas para las velas, recrear el cielo o el mar.
“Aquí está toda la historia naval en gráficas. Ninguna es un objeto quieto, como una pintura que no tiene vida. Para mí, este tipo de ilustraciones tiene vigor, porque le estoy dando sentido a la realidad. Todo está hecho a escala. Y como ya dijimos, nada está pintado, todo al natural. Busco cada color en el papel que reciclo”.
Entre sus naves rescatadas se cuenta desde la primera embarcación que pasa al Estado, el 15 de mayo de 1811, La Cañonera. “Se utilizaba para controlar los buques extranjeros que llegaban. Se veía si tenían manifiesto de carga y el estado de salud de los tripulantes, para determinar si podían desembarcar en Asunción. Se llamaba La Cañonera y así estaba el 15 de mayo de 1811. Por coincidencia, la tripulación era de 15 paraguayos y un español”, detalla mostrándola impresa en una taza.
Para muchas otras naves desconocidas, tomó las descripciones realizadas por Félix de Azara o Juan Francisco Aguirre.
Una de las maquetas reproduce las flotas paraguaya y brasileña que se enfrentaron en la batalla del Riachuelo, la batalla naval más grande ocurrida en América, el 11 de junio de 1865, durante la Guerra contra la Triple Alianza, frente a Corrientes. Se distingue cada una de ellas, incluyendo los barcos insignias: el Tacuarí y Paraguarí, entre las de bandera tricolor, y el Amazonas, entre las brasileñas: “Esto permite una comparación detallada, de manera visual, y se aprende rápidamente”.
Las medidas reales de los objetos son tomadas como patrón y, a partir de ellas, se elaboran las miniaturas a escala. Elaborar cada plancha de la batalla del Riachuelo, por ejemplo, le ha llevado tres meses: “Acá es paciencia, paciencia y paciencia”.
Sus barcos y fachadas también adquieren vida en tazas, en las que manda imprimir. Una de las más llamativas lleva como ilustración la “Manufactura Real de Tabaco. Seminario y Colegio de los Jesuitas, año 1806”. En otras aparecen los cuarteles de la época de la independencia o la primera iglesia de La Encarnación, destruida por un pavoroso incendio en 1889.
Los 162 nudos
Las paredes del garaje-taller del capitán Grau están cubiertas de paneles y cuadros que muestran los más diversos nudos de cuerdas con todos los accesorios en los que se utilizan. Tiene en su haber la realización de 162 diferentes nudos.
Muchos de ellos han quedado en el olvido tras caer en desuso en la navegación, cuando se dejaron de lado los buques de vela y se pasó a los de propulsión mecánica.
“El nudo no es solamente lo que se dicen los marineros. Está el nudo del zapatero, que lo usa usted para atarse los cordones de su calzado. Está el nudo del carpintero, los bomberos, los alpinistas. Tenemos cientos de nudos, cada cual con su utilidad. Yo hice completo, cada uno de los conocidos”, menciona.
¿Desde cuándo se dedica a realizar estos nudos? “Lo había aprendido en mi época de marinero; obviamente, los nudos usados en la Marina, pero esos ya habían perdido vigencia porque eran usados para los buques de vela. Desapareció de los objetos, pero quedó en los libros. Ahora le pedís a algún oficial que haga un nudo para tal o cual fin y hace cualquier cosa. La habilidad manual no hay que perderla”.
En los primeros años de su retiro de la milicia, el capitán Grau se había dedicado a la actividad privada como consultor y perito de puertos, tarea de la que se ha jubilado también. Sin embargo, no ha renunciado a la hiperactivad: “No me puedo quedar sentado, mi carácter no da para eso, y voy haciendo todas estas chucherías”.
Nutrido archivo y obras
Militar, perito y constructor naval, el capitán Jaime Grau Paolini es de los que considera que la educación debe ser más descriptiva y hay que investigar e ir a las fuentes primarias.
Su escritorio –el mueble y el de la computadora– está atestado de libros; muchos de ellos, volúmenes de sus monografías y compilaciones de documentos históricos. Los sucesivos mapas del Paraguay y Asunción también forman parte de su archivo. “Ayudan a comparar y entender. Lo que importa son los hechos”, asegura.
Entre sus obras ha completado ocho ejemplares sobre la Historia de la Marina y en estos momentos trabaja en la elaboración del Primer Diccionario Náutico del Paraguay, tomando como base informaciones náuticas de toda Sudamérica, España, Italia y Francia. La razón de este trabajo es muy sencilla, según su explicación: “Aquí, las personas dicen cualquier cosa. Por ejemplo, llaman carajo a la cofa. Y el carajo, si uno busca en el diccionario de la RAE, encontrará que es totalmente otra cosa; se trata del miembro viril. Por tanto, mandar a alguien al carajo es una expresión de desprecio”.
A su criterio, las palabras deben tener el sentido real y preciso. Además, debemos desterrar los modismos adoptados de la Argentina, como sucede en Encarnación o las palabras incorporadas de los brasileños en Ciudad del Este. Su sentencia es firme: “Nosotros tenemos nuestros propios términos y podemos transmitir nuestras ideas con ellos perfectamente”.
Fotos: ABC Color/Arcenio Acuña/ Gustavo Machado.